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Las guardianas del álbum fotográfico | Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura #4

5 marzo, 2022

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Las guardianas del álbum fotográfico | Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura #4

El texto integra la compilación «Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura», editado por Minervas en 2021. #HabráMarea #8M2022


Una mujer sentada en el pasto con las piernas extendidas sostiene su cuerpo suavemente sobre su brazo derecho. Su vestido de otoño, de abril del 57, sencillo y de color plano, se despliega ligero sobre el pasto imperfecto. Su mano izquierda reposa sobre su falda suave y sin apuro. No mira a la cámara. Me pregunto si posa para alguien o algo más.

Esa foto de pequeñas dimensiones reposa ahora entre mis manos. Mi abuela rotuló el reverso de su retrato indicando el lugar y el año. Quedó guardada junto a otras fotos cuando ella murió y llegó hasta mí a través de mi tía. Pasó al papel mediante un método artesanal que articula dos dimensiones esenciales de la fotografía: el tiempo y el vínculo preciso y necesario entre luz y oscuridad.

Copiar una fotografía en un papel implica una serie de pasos. La imagen, que previamente fue expuesta en la superficie fotosensible del papel, y aún permanece invisible a nuestros ojos, comienza a manifestarse luego de ser sumergida en diversos químicos que reposan cada uno en su cubeta: revelador, detenedor, fijador y, finalmente, agua para enjuagar.

Revelador

La palabra revelar proviene del latín revelare: quitar el velo.

Las mujeres de mi familia son las guardianas de los álbumes fotográficos. Mi mamá numeraba metódicamente esos álbumes 10×15 de tapas de cartón, ochentosamente ilustrados por la casa de revelado del barrio. Con lapicera dejaba registro de la fecha y el evento: “set. 89´ / cumple Sofía”. Lo hacía mi madre, lo hacía mi tía, pero antes lo hizo mi abuela. Hoy mi hermana y yo construimos un álbum de ese exceso que por momentos es el mundo digital.

“Como encargadas del orden doméstico, son las mujeres quienes tienden a ocuparse de ordenar y guardar, no siempre son las que tomaron las fotografías, pero sí son quienes conservan la ‘tradición familiar’ – y la caja de fotos es una herramienta importante para esa tarea”[1]. En los últimos años, a partir de este tiempo de rebelión que hemos abierto desde los feminismos, hemos politizado todos los espacios que habitamos. Reconocimos esa tarea del “orden doméstico” que nos fue asignada, tomamos las palabras de aquellas que estuvieron antes que nosotras para nombrarlo como trabajo no remunerado. Politizarlo nos permitió también reivindicar su centralidad en la reproducción de la vida y su potencia creativa al colocar la vida en el centro. ¿Qué memoria construimos nosotras las mujeres? ¿Qué tejidos sostenemos?.

 Detenedor

 A mi abuela materna la conocí por fotos. El álbum familiar es un registro de acontecimientos pasados que ameritaron ser fotografiados, en un tiempo en dónde la cámara fotográfica no acompañaba todas nuestras jornadas incorporada a un teléfono celular. Cumpleaños, casamientos, vacaciones, días festivos, fiestas de fin de cursos o visitas importantes eran parte de los registros que se archivaban en esos álbumes.

A mi abuela materna la conocí por fotos, a través de los relatos que mi tía y mi madre construían mientras las mirábamos. Cuando éramos niñas, los relatos solían apuntar a nuestros parecidos físicos. El mismo pelo fino y levemente ondulado. La nariz de mi hermana, que parece estar modelada a semejanza de la de mi abuela. Mirar fotografías y narrar.

Lo que contamos a partir de esas imágenes es un discurso que se modifica con el tiempo. Mirar el álbum familiar es una operación de memoria que realizamos desde el presente y resignifica ese pasado que emerge a partir de las imágenes una y otra vez: cada vez que lo abrimos, miramos y narramos[2]. Conocí a mi abuela por fotos no solo porque conocí su rostro, su complexión física, su sonrisa, también porque a partir de ellas conocí de las comidas y los postres, de su amor por el piano y los años en que se dedicó a enseñarlo. Conocí su caligrafía a partir de sus anotaciones en el dorso de las fotos. Una letra cursiva inclinada hacia un lado y un poco temblorosa. Un registro que siempre evidenció para mí su presencia física mucho más que cualquier imagen, que cualquier retrato.

Fijador

El álbum familiar construye una genealogía. El linaje de las mujeres de mi familia se estructura a partir de esas fotografías. Guardar, nombrar, mirar, contar, ha sido un ejercicio realizado por estas mujeres desde que tengo memoria. ¿De qué nos hablan esas historias? ¿Nos cuentan lo mismo que las fotografías?

Los relatos que se desprenden de las fotografías de la infancia de mi mamá y mi tía suelen nombrar a quienes no están e identificar lugares significativos para la familia en esa época: la casa de la bisabuela o las vacaciones en Piriápolis. Pero además esas imágenes contienen información de la época que las produjo, desde un estilo particular del retrato posado hasta la relación de los cuerpos masculinos y femeninos y sus posibilidades de despliegue.

Sin embargo, las fotografías de su juventud, en el verano del 82, evidencian una transformación que se manifiesta en ciertos gestos corporales, que nos hablan del goce y del calor. A partir de esas imágenes podemos conocer aquello que no estaba habilitado por el orden patriarcal desplegado sobre la vida de esas dos mujeres de veinte años que no estaban casadas, y cómo habitar ese espacio solo fue posible ocultándolo.

Enjuagar

 Ella está posando. Es mi abuela, la que conocí por fotos. Todo su gesto no parece ser casual. Desde que esta foto llegó hasta mí, ha desplegado múltiples preguntas. Su horizonte radicalmente inclinado contrasta con su rostro apacible. Le he dedicado horas de pienso a la mancha de luz blanca en el extremo inferior derecho. ¿Esta foto fue un error? ¿Se disparó sola? ¿Es posible que hubiera una tercera persona?.

Esas preguntas fueron la posibilidad de ordenar un montón de pensamientos en torno a la existencia de mi abuela y los linajes femeninos de mi familia materna. Esa fotografía fue, para mí, lo que el enjuague es al proceso de copia de una foto. Esa instancia final que viene a arrastrar todos los resabios del pasaje por la serie de químicos y que hace posible que, finalmente, veamos la imagen copiada en un papel. El agua viene a limpiar eso que quedó y va a permitir una mejor conservación de esa foto a lo largo del tiempo.

La fotografía, en particular el álbum familiar, y las narrativas que a partir de ella se construyen permiten hablar de aquello que durante mucho tiempo permaneció silenciado. Porque no pudo ser contado ni preguntado o quizá, simplemente, porque no podría haber sido dicho de otro modo. El cuidado de ese álbum -que en un tiempo fue caja de cartón y hoy es cajón de madera- y los relatos que las mujeres de mi familia han resignificado cada vez que esas imágenes vuelven a circular entre nosotras han sido la posibilidad de construir la memoria de ese linaje y de politizar aquello que permaneció invisible bajo el nombre de “tradición familiar”.


[1] Jelin, Elizabeth (2012). Tomar, guardar, mostrar y mirar fotografías” prólogo en Triquell, Agustina. Fotografías e historias. La construcción narrativa de las memorias y las identidades en el álbum fotográfico familiar. Centro de Fotografía. Uruguay.

[2] Triquell, Agustina (2012). Fotografías e historias. La construcción narrativa de las memorias y las identidades en el álbum fotográfico familiar. Centro de Fotografía. Uruguay.