Mural de mariposas y orugas
Llevábamos días pensando cómo sería. Reuniones y apuntes. La idea: proponerle a las mujeres nucleadas por el Centro Los Teritos, en el barrio La Boyada, la realización de un mural con la consigna de representar su ser mujeres en el barrio. Para las niñas y los niños, la propuesta sería representar en otro de los muros cómo es el barrio desde su mirada.
Llegar
Viajamos casi una hora en el 137. Caminamos algunas cuadras por una calle asfaltada, sin vereda. Conversando, esquivando autos. Mirando la diversidad de casas, las entradas como en subida, el cielo amplio. La naturaleza se hace más presente que en el centro montevideano. Llegamos a Los Teritos.
Atravesamos una puerta de madera, una entrada doble, rodeada de un muro no demasiado alto. En una de sus partes, la pared recuerda que el 8 de marzo es el día de las mujeres. Emocionadas, nos miramos a los ojos, sabiendo que comenzaríamos en ese mismo momento a diseñar cómo vestir el resto del muro, hoy gris. Sintiendo que llevábamos ideas, propuestas, colores, papeles; pero que, seguramente, sería mucho más lo que nos llevaríamos encarnado que lo que podríamos brindar.
Algunas mujeres salieron a la escalera. Nos saludamos. Otras llegaban. Una niña de alrededor de dos años lloraba silenciosa de la mano de su abuela, dentro del hall. “¿Vamos a dibujar?” le propuso una de nosotras, en cuclillas, luego de saber que se llamaba Camila. Movió la cabeza para decirnos que no, mientras la abuela con ternura le limpiaba las lágrimas y nos sonreía.
Empezar
Rompimos la distancia para dar un paso hacia la otra. Caminar por el salón, movernos de nuestro lugar y mirarnos las caras, reconocernos viendo el rostro de la que hace quince minutos era una completa extraña y ahora es una promesa de compañera.
Saltamos, nos reímos. En pocos minutos ya nos sentimos más hermanadas, con un juego habíamos descubierto quiénes vivían en el barrio, quiénes no, quiénes preferían el folklore, el rock, la cumbia o el reggaeton. Quiénes trabajaban en el barrio y quiénes no. Algo que no nos dijimos pero silenciosas supimos, es que sin importar si tenemos o no trabajo afuera, adentro de la casa trabajamos todas.
Nos sentamos en una ronda, que se hizo grande, y cada una dijo su nombre. Se formaron dos grupos alrededor de las pequeñas mesas. Pensaban qué les gustaría pintar en el mural, mientras nosotras no sabíamos bien dónde ubicarnos, para no invadir y tampoco perdernos. Llegaban mujeres con tuppers y mochilas en la mano preguntando detalles de la ida a la piscina: “le puse en la mochila un gorro, un short y otro bucito” le decía una a la maestra.
Mientras tanto, a algunos pasillos de distancia, sentados en mesas grupales, niños y niñas ensayaban sus proyectos de mural. De a tres o cuatro, divididos en edades, con lápices, marcadores y témperas fueron tiñendo las hojas en blanco de sueños y deseos. Siempre partiendo de Los Teritos, ese lugar que día a día los abraza. Terminaron antes que las mujeres.
Reflexionamos a lo largo de la mañana que los espacios para hablar solas y de nosotras no son muchos. No existe en nuestro día un momento para contar cómo estamos, qué sentimos, qué problemas tenemos, pensar cómo enfrentarlos, decirnos que nos queremos. La coincidencia fue inmediata cuando una de las mujeres expresó la culpa que siente al hacer “algo para sí misma”: comprarse un pantalón o ir al dentista. Los minutos se hicieron cortos, había que empezar a dibujar. En medio de esta faena los niños irrumpieron en el salón sacudiendo las cartulinas, dos de ellos traían pequeñas guitarras y una niña un cajón peruano. Ansiosos, nos repetían que tenían una sorpresa.
Encontrarnos, de nuevo
Cuando madres y abuelas terminaron los últimos detalles de sus dibujos, volvimos a hacer una ronda, esta vez también con los niños, que extendían sus cartulinas presurosos (escondían para nosotras una sorpresa musical). En sus dibujos estaba el cerro de Montevideo, caminos que lo trepaban, y el Centro Los Teritos tan grande como aquel monte. Cada exposición fue seguida de un enérgico y extendido aplauso de la ronda.
Luego fueron las mujeres quienes compartieron sus diseños.
– ”Acá dibujamos una oruga, que se va transformando… – Decía una de ellas mientras señalaba con el dedo unas pelotitas marrones cada vez más grandes en la rama de un árbol – …¡hasta que vuela!” – concluyó volviéndose a todas, que mirábamos con ojos vivos la mariposa naranja de papel glacé.
– “En el mural me imagino una mujer con un ladrillo en la mano. Porque las mujeres siempre estamos construyendo. Somos el motor”
En uno de los extremos del papel vimos manos tejiendo una red. Son muchas las manos y grande la red.
Terminamos cantando, como en toda celebración. Las niñas y los niños habían hecho una canción. Luego, junto con las mujeres, entonaron “la cumbia de Los Teritos” . Una niña tocaba el cajón peruano y las guitarras sonaban en las manos de una maestra y de un pequeño. Nosotras cantamos con ganas, aunque sin saber la letra.
El camino de vuelta hacia la parada del ómnibus fue de ansiosa conversación, de tanto por decirnos mientras pisábamos más firme el sendero ya transitado. Volvimos imaginando a las mujeres tiñendo el cemento de los muros, haciendo que esa estructura pensada para dividir, hable. Que diga lo que ellas sueñan y luchan y sufren y piensan y aman debajo de ese cielo.