Uruguay

Necesitamos hacer(nos) de nuevo la pregunta

12 mayo, 2022

Escrito por:



Imagen:

Colectivo Manifiesto

Necesitamos hacer(nos) de nuevo la pregunta

¡Qué hijo de puta!” Fue lo que escuché decir a una compañera mientras salía de la oficina a comprar el almuerzo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, pero no tuve fuerzas para conectar con la noticia: un hombre asesinó a sus dos hijos y luego, intentó suicidarse. Más tarde, supe que los hermanos, de 8 y 9 años, eran parte de la misma comunidad educativa que mi hija. Intercambios con las familias amigas, luego comunicados oficiales de la escuela y la definición de cerrar por duelo. Desde entonces, tengo un nudo en la garganta y me da vueltas en la cabeza la idea de que necesitamos hacer de nuevo la pregunta, que las claves que tenemos para entender estos procesos empiezan a ser insuficientes. Escribo entonces, no para ofrecer respuestas, sino yendo tras esa imagen, buscando desanudar lo que aún sigue demasiado atado.


Nudo uno: ¿quién es el Otro?

La información es fragmentada. Sabemos que el agresor es un varón cis. Que no había denuncias previas de violencia machista y, en un primer momento, se habla de una reciente separación de pareja. La falta de indicios me inquietó1; es más tranquilizador saber que alguna señal no fue escuchada y que ello explique de algún modo el desenlace. Las primeras noticias parecen subrayar que los hechos sucedieron en una vivienda del centro de Montevideo. Tengo la sensación de que el nombre de las calles que hacen esquina se menciona una y otra vez en los medios de prensa. Como si algo no encajara. Porque no es un varón de la periferia, no es ese Otro inteligible al que usualmente se refiere el habla del crimen 2. Pasadas las horas, este varón empieza a ser caracterizado en su perfil psicológico, en sus modos de paternar, en sus modos de circular por el barrio e incluso en sus modos de ser ex pareja. De a poco, la audiencia va encontrando respuestas. ¿Un gesto de justificar? Porque, aparentemente, sí existía una relación de conflicto no resuelta en la pareja; porque, aparentemente, este varón lidiaba con la enfermedad de su padre; porque, aparentemente, la angustia era importante (¿por estar al cuidado de otros? ¿desamor? ¿la distancia?). Pero ninguna caracterización explica suficientemente el desenlace.

El papá de mi hija me dice que lo que más le impactó es darse cuenta de que este varón podría haber sido él, o “cualquiera de nosotros”, refiriéndose a los papás de las familias amigas de la escuela. Y pienso que sí. Pero también pienso que no. Pienso que estamos rodeados de lazos afectivos, de esos que funcionan como sogas. ¿Qué pregunta faltó hacer? Porque algunas personas llegaron a escuchar sus relatos de angustia o intuyeron que algo importante estaba pasando. ¿Qué ayuda no pudo pedir (a su familia, a sus amigxs, a sus vecinxs, al equipo docente de la escuela, incluso a su ex pareja)? ¿Qué charla faltó? ¿Qué contención podría haberle ofrecido alternativas? Pienso -quien sabe- que no tuvo oportunidad (no supo, no pudo, no quiso) de lidiar con su contractura. Que no encontró modos de liberar la rabia, el enojo, de sanar las heridas, de transformarlas en otra cosa.

Nudo dos: lo que las crianzas enseñan

No he parado de tararear la Canción de cuna para Uriel de Susy Shock: 

“Esta noche no tengo miedo,

las cañas me hacen de sonajero

y la brisa con ella baila.

esta noche, no tengo miedo,

no tengo miedo…”

Muy a menudo recurro a su voz y su música como un mantra protector, para mi hija y para mí, que me ayuda a confiar en que todo va a estar bien. Pienso ahora en la canción de cuna que ya no tendrán estos hermanos y, también, en la que no se cantó. Pasadas las horas se les nombra: una niña y un niño. Otra vez el escalofrío. Tengo la certeza de que es necesario visibilizar esas biografías; dar nombre a aquello que ya no vuelve: la vida con amigues y familiares, los deberes y los recreos, sus comidas favoritas y sus personajes preferidos. Sus modos de habitar y comprender el mundo. 

Un reconocido psicólogo nos hace llegar unas palabras a las familias de la escuela; nos habla de la importancia de educar en las emociones durante la infancia, para evitar que situaciones de este tipo sucedan en la adultez. Resueno con sus palabras. Y otra vez el escalofrío. Porque aparecen imágenes de situaciones que he reconocido -dolorosamente- como violentas en el vínculo con mi hija. Porque maternar y paternar puede ser muy duro. Porque el trabajo de cuidado es constante y repetitivo; porque -aún en lo bello- a veces nos asfixia. Y quien me ha enseñado sobre esto es mi hija. Ha sido ella la que al decirme cómo se siente, al mostrarme mis errores, me ha puesto un límite. Las crianzas nos enseñaron que nuestra fragilidad es parte del cuidado y que urge pedirles perdón cada vez que sea necesario. 

Nudo tres: volver al cuerpo

El día después de la noticia me encuentro en una clase de una práctica corporal. No logro concentrarme completamente. La profesora guía el ejercicio de estiramiento. Se trata del elemento tierra, el color es el amarillo, “como el maíz” dice, lo nutricio. De nuevo pienso en esas vidas que, al contrario, no se cuidaron. Me invade la rabia. Logro llegar al piso mucho mejor que las veces anteriores, perder el miedo a lastimarme. La clase termina con un espacio de relajación. Algunas veces me quedo dormida por unos segundos, pero otras, mientras siento que el cuerpo se expande, lloro un poquito. Porque ese movimiento que me da pánico, me conecta con mi vulnerabilidad. Porque no fue perfecto, pero logré soltar. Soltar: eso que me cuesta tanto. 

Mi hija me habla de cómo su cuerpo le enseña: “me lo dice mi cuerpo mamá”. Por lo general le enseña de miedos. Pero también le enseña de cómo atravesar esas situaciones: ella se salvó bailando del encierro en pandemia. Y pienso que tenemos que volver al cuerpo. 

Desatar: lo que hemos aprendido

“Y como el descubrimiento del otro tienen varios grados, desde el otro como objeto, confundido con el mundo que lo rodea, hasta el otro como sujeto, igual al yo, pero diferente de él, con un infinito número de matices intermedios, bien podemos pasarnos la vida sin terminar nunca el descubrimiento pleno del otro (suponiendo que se pueda dar)” 3

Entre tanto horror, las conversaciones sobre este tema me devuelven esperanzas. Las reacciones de amigxs, compañerxs en conversaciones de distintos espacios y también de la propia institución educativa, nos habla de aprendizajes: estamos de acuerdo en ensayar otras formas de relacionamiento y en que es necesario -aún en la incertidumbre de cómo hacerlo- nombrar lo que pasó. Aprendimos -junto a tantas teóricas feministas- que debemos desanudar las formas en que producimos cuerpos sexo-generizados. Aprendimos, también, que el fenómeno de la violencia es productivo y constitutivo de la trama social; no es un hecho excepcional 4 y, por tanto, está más cerca de lo que quisiéramos. Porque el uso de la violencia no supone una ruptura del orden social, sino una disputa por mantener un modelo de orden y autoridad 5. Entonces, ¿cuál es ese ordenamiento que no logramos resquebrajar? Necesitamos hacer(nos) de nuevo la pregunta. 

Ya pasaron dos semanas. La salida de la escuela duele. Recuerdo ahora una experiencia corpo-afectiva que sucedió -aunque suene contradictorio- en momentos de distanciamiento por Covid, y que llegué a escribir: 

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… ¡diez!

La pelota iba y venía de mano en mano.

En el silencio de la tarde de domingo se escuchan aplausos y un «¡bravooo!».

Mora mira y no ve nada.

Le hago upa y buscamos en los edificios de enfrente.

Ahí la vemos.

Cruzando la avenida una vecina nos saluda muy entusiasmada desde su balcón.

-¿Cómo te llamás? Le grita.

-¡Mora!

-¿Cómo? ¿Mona?

-¡Nooo! Mora!

-¡Ah! Te voy a saludar todos los días ¿ta?

Mora se rió y me miró con complicidad.

Algunos aplausos más y la pelota volvió a girar.

Rescato esas palabras, que me sirven para imaginar otros modos de cuidar colectivamente nuestras corporalidades y sus lazos de interdependencia, de afectarnos, de descubrir al Otro. Porque después de ese intercambio con la vecina, nuestro balcón estuvo más cerca de la placita.


Valeria Grabino es docente del Departamento de Antropología Social (FHCE-Udelar) e integrante de Desmadre, Colectiva de Maternidades Feministas.

Notas

1. Elijo no centrarme en la figura de la mujer, madre de los niños porque no es la agresora y respeto profundamente su dolor.

2. CALDEIRA, Teresa Pires do Rio, 2007 “Ciudad de Muros”, Editorial Gedisa, Barcelona.

3. TODOROV, Tzvetan, “La conquista de América. El problema del otro”. Siglo XXI Editores, 1987 página 257.

4. POOLE, Deborah, 1991 “El folklore de la violencia en una provincia alta del Cusco” En: Urbano, Henrique. Poder y violencia en los Andes. Debates Andinos Nr. 18, Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, Cuzco.

5. LOZANO, Claudia, 2007 “The Free Market and Gender Relations: Political and Economic Power, Impunity, and the Murders of Women”. The Seattle Journal for Social Justice, Vol 5, Nr. 2. 2007.