Uruguay

No siempre leen lxs mismxs: Jorge Fierro, Agustina Fernández Raggio, Lucia de León y la banda Otra Gente

10 junio, 2024

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No siempre leen lxs mismxs: Jorge Fierro, Agustina Fernández Raggio, Lucia de León y la banda Otra Gente

En mayo, a mediados de mes, comenzó un ciclo de lecturas en el bar Montevideo al Sur. Se trata de una iniciativa de Ana Ro y Willy Vaz que reunirá una vez al mes personas que escriben y leen en voz alta sus textos o fragmentos. Un ciclo sin pretensiones, donde se mezclan escritorxs nuevos, otrxs con trayectoria y algunxs que quizás ni siquiera quieran serlo. Pero todxs tienen en común que escriben y lo que escriben es lindo escucharlo en el bar de los azulejos. Cada sesión, además, incorpora una participación musical.

En el primero participaron Jorge Fierro, Agustina Fernández Raggio, Lucía De León y la musicalización estuvo a cargo de Otra Gente.

Compartimos fragmentos de lo ocurrido en mayo y les invitamos a la próxima: el miércoles 12 de junio a las 18 horas con Alejandro Abreu, Eugenia Ladra, Uli Piel y la música de Amigovio.

 


Jorge Fierro nació en Uruguay, estudió cine y filosofía. Publicó el libro de cuentos «Mal Aliento» y el de ensayos «Ellos miran».

Fragmento de lectura:

Las arrugas del silencio

No conservo ningún recuerdo de mi padre. He intentado despertar la memoria con fotos —la del casamiento, la que está conmigo en la playa—, o con relatos, de cuando me leía cuentos, por ejemplo. Pero no hay caso. A veces creo que tengo un recuerdo sensorial, de estar siendo bañado por un hombre en una pileta grande, en el jardín. Pero no hay imágenes ahí, no sé qué es ese embrión de recuerdo. Dos años antes de que lo secuestraran, mi padre ya estaba en la clandestinidad. Yo tenía cuatro, y Sergio no llegaba al año. Mamá dice que venía cada dos meses, se quedaba un rato con nosotros y después se iba. Ese rato era cada vez menos rato, y ese par de meses se iba ampliando. Porque estaba más nervioso, dijo la primera vez que nos lo contó, y más miedoso, la ultima vez que nos lo volvió a contar. Después, los meses se hicieron años, y así sucesivamente.

A partir del 89 ya no se habló más del tema. Por lo menos, yo me escapé de todos los interrogatorios que Sergio comenzaba. No me gustaba cómo se ponía mamá, ni el aleccionamiento revolucionario de la tía. Mi padre me caía mal. ¿Qué significa que mi padre me cayera mal, si era un desaparecido? No sé. Rabia, quizás. Ahora se vuelve a hablar de estas cosas en los medios, por las cifras redondas, los 20 años de los asesinatos de Michelini y Gutiérrez Ruíz. Aunque también hubo otros nombres, otras personas, otros padres. Con mamá no se habla del asunto. Hoy, por ejemplo, apenas conversamos de la marcha. Durante el almuerzo charlamos del puente Colonia-Buenos Aires, porque anunciaron el inicio de obras, y cuando salió el tema del censo que se va a hacer pasado mañana, hubo un silencio incómodo. Nos van a hacer preguntas que no sabemos cómo responder.

Sergio se fue a la facultad a colaborar con una pancarta y a pasar por las clases a dar aviso. Salió con el walkman en la mano. Están pasando cosas en Humanidades. Ayer la asamblea votó casi por unanimidad pedir la expulsión de Jorge Tróccoli y que la Universidad lo declare persona non grata. Igual Sergio dice que es todo muy complejo. Esa palabra la usa hace poco: complejo. Para empezar, dice, nosotros teníamos la idea de que los milicos eran unos gorilas ignorantes, unos burros. Tróccoli es brillante. Y estaba integrado, buen compañero, querido por los otros estudiantes de antropología. El tipo confiesa haber sido un torturador, o como él mismo dijo, un profesional de la violencia. ¿Qué hacemos? 

Quedamos en encontrarnos los tres en Rivera y Pablo de María. Mi Casio marca las 18.30 y pienso que me tengo que apurar. La idea de que hay personas como Tróccoli rodeándonos es perturbadora. Empezás a mirar a la gente de manera diferente. Sergio dice que la marcha va a estar vigilada, que va a haber tiras. Le pido que no se lo comente a mamá. Frente a mí, acá en Foto Martín, un hombre de bigote me está atendiendo amablemente, y yo me pregunto si no habrá sido un represor. Le pido un rollo kodak de 36. Cuando me voy, no digo ni chau ni gracias.

Caminamos hasta Jackson asombrados de la cantidad de gente que ya está concentrada. Mamá y Sergio se adelantan un poco y yo me perfilo para sacar alguna foto. Quiero retratar en una sola imagen el tumulto de gente y las sombras que rodean al niño sentado en el cordón que lee una revista Charoná. Estoy de rodillas con la cámara cuando el murmullo se hace silencio absoluto. Me levanto y veo que de un auto se van pasando los carteles con las caras de los desaparecidos. El niño también nota un cambio, deja la revista y le agarra la mano a un hombre. Cuando yo tenía su edad y me preguntaban por mi padre, decía que estaba preso. Y enseguida tenía que aclarar que no era un ladrón ni un asesino, que era un preso político, aunque yo no entendía qué significaba ser preso político.

Mi padre no aparece en el recuerdo más viejo que conservo. Yo estoy en el living de casa y me hago caca encima. Me acurruco en un rincón del sofá marrón, y me quedo inmóvil. Mamá me pregunta qué me pasa y yo le digo que nada. Se acerca y me vuelve a preguntar. Me palpa con las manos, yo llevo puesto un pantalón gris, y me dice: te hiciste caca.

Me acerco a mamá y a Sergio. Alguien nos pregunta quién de nosotros quiere llevar el cartel con la foto de nuestro padre. En realidad, no usa la palabra padre, ni marido, ni compañero. Ni siquiera dice el nombre. Solo nos pregunta quién va a llevar la foto. Mamá muestra la vela que tiene, como excusándose, y yo niego con la cabeza. Sergio agarra el mástil y me mira con desaprobación. Conozco varios hermanos que son amigos. Todos tienen padre y madre, desde siempre.

El murmullo vuelve de a poco con los periodistas que  andan haciendo algunas notas. Buscan la palabra de los políticos Liber Seregni, de Rafael Michelini. También entrevistan a Matilde, la viuda de Gutiérrez Ruíz, y a Luisa Cuesta. Hablan bajito. Recién al otro día vamos a ver en la prensa lo que dijeron:

—El comandante en jefe del Ejército, Raúl Mermot, sostuvo que los revisionismos son peligrosos para la democracia, que hay que mirar al futuro y que el pueblo uruguayo cerró esta discusión con el plebiscito del 89, ¿usted qué piensa?

—Nosotros creemos que se ha confundido amnistía con amnesia. Estamos acá para homenajear a las víctimas, queremos saber qué pasó, cuándo, cómo, por qué. Reclamamos verdad, memoria y nunca más.

Nadie habla de crímenes de lesa humanidad ni de justicia. Apenas si podemos hablar.

***

Mamá enciende su vela. No hay voces. Solo flashes de fotos, estornudos,  toses, el rozar de la tela de las camperas. Todo lo que suena lo escuchamos a nuestras espaldas. Adelante, el pavimento, las luces naranjas, la nada montevideana. Estamos para adentro.

Recuerdo con claridad —eso sí— los viajes largos en ómnibus, cuando ya era un poco más grande. Mamá dejaba a Sergio en lo de una vecina y yo la acompañaba. Eran trayectos largos, a veces la ciudad dejaba de tener edificios, e incluso a veces se convertía en campo. Llegábamos a construcciones enormes que me asustaban, pero lo disimulaba. Mamá me pedía que la esperara afuera, me sentaba en algún sitio particular y me hacía jurarle que no me iba a mover de ahí. Decilo, me decía. Te juro que no me muevo, mamá, le juraba. Entonces, entraba con pasos lentos, pasaban varios minutos y mamá volvía apurada, me agarraba la mano y nos íbamos a tomar otro ómnibus

Cuando inundamos los dos carriles de 18, o por la Facultad de Derecho, se reparten volantes dirigidos a Sanguinetti, con leyes y artículos de la Constitución que supuestamente nos amparan. Somos muchos. La idea es que con nuestro silencio terminemos con el silencio de los otros, de los que saben. Hay un obispo que propuso que la Iglesia oficie como mediadora, y que recabe información con el debido secreto de la confesión. Dicen que los milicos van siempre a la iglesia. Mamá dejó de creer en Dios en el 76, y en las personas en el 89. Sergio y yo nunca fuimos creyentes. Mi padre era creyente, de esos marxistas católicos.  

A veces pienso que aquellas recorridas por cárceles y comisarías que hacía con mamá determinaron todas las diferencias entre Sergio y yo. Mi hermano nunca vio a mamá preguntar si allí estaba detenido Luis Daniel Gómez Cardozo, y tampoco vivió las escenas de los ómnibus, cuando mamá torcía la cabeza para que yo no le mirara la cara, y especialmente los ojos. Esas cosas me hicieron respetar lo que se me ocultaba, saber que había preguntas que dolían. También me hicieron pensar que nuestro padre nos había abandonado. Entre la familia y los ideales optó por dejarnos solos, así que no nos quería tanto o era un egoísta con disfraz de justiciero social. Sergio, en cambio, siempre le reprochó a mamá que ella no hubiese militado con nuestro padre. Le llegó a decir que había sido una blanda, pequeñoburguesa. Lo mismo a mí, por no haber militado más.

***

Estos días en casa estuvo raro. Sergio dijo que si le salía lo de la visa se iba a la mierda, pero lo dijo para provocar. Fue después de que en el informativo habían entrevistado a Lacalle, alarmado por la inseguridad. Mamá no le contestó nada, se mantuvo de espaldas mientras lavaba los platos. La televisión mostraba imágenes del derrame de petróleo en Punta del Este. Estaba tensa. Colocaba los platos en el escurridor golpeándolos unos con otros. Yo propuse ir al cine los tres y nos fijamos en La República qué daban. Pero no nos pusimos de acuerdo.

Ahora, a la altura de Gaboto, cuando resuena la propuesta sobre el artículo 4 de la ley de caducidad, Sergio me susurra que escuche el rumor de los pasos. Entonces abre el walkman y lo veo dar vuelta un cassette tdk que en la etiqueta dice “Platanomacho”, escrito con un silvapen. Cierra y aprieta rec. Hace unos días me preguntó si no quería formar parte de Hijos. ¿Para qué?, le dije. Me convenció de acompañarlo a la concentración del sábado. Era la inauguración de la muestra de armamento. Nosotros éramos 100, como mucho. Sergio decía que era importante estar, repudiar el nombramiento de los torturadores y esa identificación de la Batalla de Las Piedras con la lucha antisubversiva. 

A la vuelta Sergio me contó de las grabaciones que está haciendo con el walkman. Quiere armar un registro completo de su vida sonora. Tiene grabada a mamá cocinando y a la tía discutiendo, diciendo “nosotros perdimos”. ¿A mí me tenés? Vos sos muy silencioso, me dice. Yo me río, y me ofrezco a ayudarlo con las grabaciones, a grabarlo a él, para que se escuche desde afuera. Es imposible saberlo, pero creo que ahí los dos pensamos en cómo sería la voz de nuestro padre.

Llegamos a la plaza de los bomberos. Estoy más abrigado que antes, pero aún tengo frío. Siempre tuve frío. En la esquina de Magallanes hay un Suzuki parado. Miro y veo un Fiat Spacio doblar por Colonia, lo veo reducir la velocidad y frenar atrás del Suzuki. Apaga las luces y el motor, para adherirse a nuestro silencio. En el vidrio del Suzuki distingo un pegotín de Mormai y otro que dice “Vamos Gonchi”. Veo al conductor, un hombre de mi edad. En ese momento corta una llamada de su movicom. Lo veo mirar la foto de mi padre, y bajar la mirada. Nuestros ojos se encuentran. Me hace un gesto de saludo, pequeño. Yo lo devuelvo.

Una vez, mamá nos llevó a lo de los abuelos, dijo que íbamos a pasar el día, pero nos dejó y se fue. Los abuelos trataban de hacernos jugar, pero nosotros no queríamos jugar a nada. Nos dábamos cuenta de que algo pasaba. Era en el 85, yo tenía 13. Todavía pensaba que él podía volver. Cuando los abuelos nos llevaron de vuelta a casa, había una mujer muy flaca que se reía a carcajadas y nos mostraba los dientes comidos. Ella es su tía, nos dijo mamá. Era ex presa política. Incluso era ex desaparecida, porque por muchos años no se supo nada de ella. Pero ahora había vuelto. Fumaba, hablaba,  se emborrachaba y lloraba. Era ruidosa. Si ella volvió, nuestro padre podía volver también. 

Sergio ya no viene con nosotros, marcha con su agrupación. Ahora, a la altura de Minas, el cartel con la foto lo llevo yo. Me siento cómodo haciéndolo. Aunque no es cómodo la palabra. Es diferente. Hace poco empecé a revisar de nuevo los libros de mi padre. Esta vez no me interesaba tanto ver los subrayados o los temas —de estrategia y táctica, de historia económica, de la revolución cubana—. Ahora lo que me llamó la atención es el nailon con que estaban cubiertos, y cómo la cinta adhesiva dejaba un pegote que con el tiempo se parecía a un metal oxidado. Estos libros habían estado en las manos y en los ojos de mi padre, como ahora estaban en mis manos y en mis ojos. Por años estuvieron enterrados en un jardín, en la casa de mi abuela, para cuidarlos y para cuidarnos. Estaban forrados porque mi padre pretendía que perduraran, para volver a ellos más adelante. Pensaba estar, él, y quería que los libros también estuviesen.

Creo que necesitaba sentir la tristeza que me provocó ese nailon.

Sanguinetti volvió a ser presidente y sigue diciendo que acá no hubo bebés robados. Se lo dijo a Gelman. 

Mamá se suena los mocos con un pañuelo de tela marrón. Ya no viene más con una vela. Están pasando cosas, dice. Ahora que apareció Macarena hay que encontrar al hijo de Sara, y confirmar si Gerardo es Simón. Hay que verla hablando de Batlle, con un orgullo bárbaro. Sergio no lo tolera. La escucha y se agarra la nuca. Respira hondo.

Con la mano que tengo libre saco del bolsillo la cajilla de Casino y me prendo un pucho. Creo que todos estamos caminando diferente. El silencio no es el mismo, como si aparte del luto hubiera algo más. El Ejército también lo debe percibir. Hoy hicieron su jornada de acercamiento a la sociedad, justo hoy. Por suerte la propuesta de que salgan a combatir la inseguridad fue encajonada.

Luego el ADN establece que no: Gerardo Vázquez no es el hijo de Sara Méndez. ¿Qué es ser el hijo de alguien, o ser hijo a secas? Yo soy el hijo de Miriam Andrade, ¿pero soy el hijo de Luis Daniel Gómez Cardozo? Los desaparecidos tienen nombres completos, segundo nombre y segundo apellido. A Miriam le digo mamá. A Luis Daniel Gómez Cardozo le digo mi padre, no papá. Para decirle papá le tendría que haber dicho a él, muchas veces, papá. Tuve padre pero no papá.

Después, a la altura de Roxlo, Lorena me agarra la mano. Tiene la piel fría. Ayer le conté que no me acordaba de la cara de mi padre. Que sabía cómo era su cara por fotos. También le cuento que muchas veces busqué la ropa de mi padre en casa, y que solo encontré unos zapatos y una pipa. Nunca me animé a preguntarle a mamá qué había pasado con la ropa de mi padre. Es la única persona a la que se lo dije. Mamá vino hoy a pesar de la fiebre, toda abrigada. Nosotros quedamos en llevarla en el auto después. Hace mucho frío. Yo siempre tengo frío. Siempre, después de la marcha, tengo la necesidad de volver a casa. De asegurarme que mamá tiene comida en la heladera y gas para la estufa. Y de que cierra bien la puerta cuando nos vamos.


Agustina Fernández Raggio nació en Buenos Aires en 1985. Es artista visual y docente. Desde el 2021 participa en los ciclos del espacio de escritura Reservas Naturales, conducido por Jeannette Sauksteliskis y Magela Ferrero.

Fragmento de lectura:

Martes

era de noche

y era invierno

hacía frío

y usé tu campera verde flúor para prender la estufa de leña

fue genial

-no sé si ecológico-

no sé cuál era la fibra, pero enseguida se convirtió en llamas

ojalá la hubieras tenido puesta

tu campera se achicharró rápidamente

se pegó a la astilla mientras se derretía

tiré ramas

exageré 

tiré una piña

exageré un poco más

empecé a sentir el olor a sintético quemado

podía ser el olor de tu pelo ardiendo

de tu piel escamosa

cerré los ojos y te vi

la tenías puesta

había llamas multicolores

chispas

el verde flúor se convertía en azul

el azul en negro

y el negro en humo

de a poco la casa se empezó a calentar

los restos de tela empezaron a desaparecer

se sintió bien

miré el fuego y pensé:

ojalá no vuelvas nunca más

ni vos
ni el frio
ni tu flúor

ni tu flúor
ni el frío
ni vos


Lucía De León nació en Montevideo. Estudió pintura, actuación e Historia. Participó del taller de escritura de Leonor Courtoisie y de la Usina Literaria de Daniel Mella. Publicó cuentos en los fanzines Viernes (2022), Chicle (2023), Diciembre (2023) y en la Revista Literaria Oro (2023). En diciembre de 2023 publicó «Mañana»,su primer libro, con Editorial Club.

Fragmentos de lectura:

A La Ronda íbamos cuando queríamos ver el atardecer, tomar un café o un gin tonic. A mí me gustaba para las primeras citas, era como un termómetro. Si preguntaba: ¿nos encontramos en La Ronda? y mi cita no sabía de qué le estaba hablando, lo descartaba. No me interesaba alguien que no supiera dónde pasaban las cosas buenas, porque lo mejor de La Ronda era la barra circular y la música. Oír un vinilo con la voz arrastrando arena de Bob Dylan, esa era una de las cosas más lindas. Eso y el cielo. Los colores rojizos del atardecer, las nubes arremolinándose detrás de las palmeras con ese aire a Miami que tiene la rambla solo a esa altura.

Nunca caíamos totalmente prolijas, eso estaba prohibido. Éramos expertas en bajar atuendos. Si nos poníamos un vestido lo bajábamos con championes, nunca lo usabamos con sandalias y mucho menos de taco; si las medias eran de red tenían que estar algo rotas, el rouge tenía que ser de color rojo, nunca un rosadito o un nudé, eso no se podía. Cuidábamos estar femeninas pero nunca en un sentido angelical, queríamos combinar con nuestro bar favorito.


Otra Gente es el proyecto de banda solista de Guillermo Gómez. Sus primeros trabajos, “Abajo de la Almohada” y “Voy Girando”, fueron creados durante la pandemia y están fuertemente influenciados por el contexto de incertidumbre que se vivía. Ahora están presentando su primer álbum, “Nuevo Plan”, con ocho canciones más energéticas y un sonido bien diferente, con melodías memorables, guitarras fuertes y sintetizadores. La banda muestra una fuerte influencia del indie, el rock alternativo y el pop. El disco salió con visualizador que puede verse en Youtube y también escucharse en Spotify


La edición estuvo a cargo de Ana Ro (No siempre leen lxs mismxs) y Diego Castro (Zur)