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Nuestros grandiosos Parques Nacionales: el pharmakón del ambientalismo

21 julio, 2022

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Nuestros grandiosos Parques Nacionales: el pharmakón del ambientalismo

Frente a la crisis ambiental y climática, el discurso acerca de la necesidad de la conservación mundial de la biodiversidad se ha filtrado en diferentes instituciones, ONGs y organizaciones gubernamentales como una de las soluciones a la extinción de especies y ecosistemas.


Sin ir más lejos en abril Netflix estrenó una serie-documental que refuerza la idea de que los Parques Nacionales nos mantienen a salvo de la crisis climática mientras evitamos la extinción de especies. Our Great National Parks (“Nuestros grandiosos Parques Nacionales”) es producida y narrada nada más y nada menos que por el ex presidente de Estados Unidos: Barack Obama. Pero ¿de qué hablamos cuando pensamos en conservar la biodiversidad?, ¿qué países conservan y cuáles son los más interesados en la preservación de ecosistemas? ¿cuáles es el origen de as políticas de conservación? Estos son sólo algunos de los interrogantes que analizaremos en este breve artículo. Repasaremos brevemente la historia de la conservación y analizaremos la noción de diversidad genética como base de las prácticas hegemónicas de conservación: Áreas protegidas y Parques Nacionales.

I. PRESERVAR PARA CAZAR: LOS INICIOS DEL CONSERVACIONISMO EUROPEO

Las primeras prácticas conservacionistas tuvieron como lema: preservar para cazar. Las mismas consistieron en un conjunto de legislaciones y políticas coloniales europeas del SXIX cuya finalidad principal era evitar la extinción de especies exóticas para asegurar su cacería en sus respectivas colonias (Kenia, India, Sudáfrica, Ruanda etc.). Frente a la extinción de los quagga (subespecie de cebra) y la casi extinción de las cebras de montaña, el imperialismo europeo creó diversas reservas o áreas protegidas e introdujeron una distinción entre especies de animales: especies protegidas (ej. hipopótamo) y alimañas (ej. león). De esta manera, se introdujo una taxonomía especista. Por un lado, las especies no susceptibles de caza y por el otro, aquellas que, por ser consideradas una peste estaba permitido cazar (su exterminio era beneficioso a su vez para la agricultura.)

A principios del SXX las reservas o áreas protegidas africanas entraron en crisis cuando los gobiernos de las colonias quisieron redefinir los límites de las reservas y utilizar las tierras con la intención de hacerlas más rentables. Las mismas habían sido concebidas como un espacio libre de intervención humana (en algunos casos lxs nativxs fueron desterrados) y era probable sacar más provecho de las tierras destinándolas al mercado inmobiliario (Adams, 2004). El peligro de reducir el espacio de las reservas destinadas a la caza y las ansias por expandirlas llevó a la aristocracia europea (única beneficiaria de dichos lugares) a realizar el lobby suficiente para que, años más tarde, los gobiernos coloniales adoptasen el modelo de los Parques Nacionales desarrollado primero en Estados Unidos. Desde entonces, el conservacionismo mutaría de paradigma: preservar para progresar.

II. PRESERVAR PARA PROGRESAR: LA FUNDACIÓN GLOBAL DE LOS PARQUES NACIONALES Y EL PROGRESO DE LAS NACIONES

“[Los Parques Nacionales] son lugares para escaparse de las obligaciones diarias, un refugio para especies amenazadas y un semillero para la investigación científica.” (Barack Obama, Our Great National Parks)

En 1872 Estados Unidos funda el primer Parque Nacional: Yellowstone National Park, e inaugura una nueva etapa en la historia del conservacionismo: los Parques Nacionales. De la mano del movimiento conservacionista de Gifford Pinchot (primer jefe del Servicio de Bosques), las áreas protegidas y parques nacionales se volverían un fenómeno global:“La conservación de los recursos naturales es la única base permanente del éxito nacional (..) La conservación es un asunto moral porque involucra a los derechos y deberes de las personas hacia ellos mismos, hacia sus descendientes y hacia todo el futuro progreso y bienestar de la Nación” (Pinchot, 1910, online). Bajo esta modificación de paradigma, la conservación a través de los Parques Nacionales tendrá como principal objetivo la protección de recursos (genéticos, estéticos, cosméticos, etc.) que contribuyan al progreso, el éxito y el bienestar económico de la Nación. Sólo las especies y ecosistemas instrumentalizables serían protegidas.

A partir de entonces, los Parques Nacionales serán considerados “santuarios”, lugares libres de la intervención permanente de lx humnx pero administradas para su “beneficio”. Según el historiador nativo-norteamericano, Karl Jacoby, sólo algunxs de lxs primerxs turistas de Yellowstone fueron capaces de comprender que la sensación de “naturaleza exótica o salvaje” (wilderness) fue el resultado de una organización nacional que tuvo como objetivo la restructuración de los espacios rurales. Es decir, la fundación de áreas protegidas fue únicamente posibles por las diferentes campañas de exterminio y desplazamiento de los pueblos originarios. (Adams, 2004)

La fundación de Yellowstone motorizó la creación de nuevos Parques Nacionales en otros puntos del planeta: Canadá (Banff National Park, 1887), Australia (Royal National Park, 1879) y Nueva Zelanda (Tongarivo, 1894). En Latinoamérica, los primeros Parques Nacionales se fundaron en Chile (1926) y Argentina (1934). La fundación de estos últimos estuvo vinculada con la expansión de las instituciones del Estado y la necesidad de visibilizar las fronteras. Sin embargo, diferían en su objetivo primordial. Argentina tenía como finalidad principal asegurar cierto crecimiento económico a partir del turismo de elite mientras que en Chile el objetivo era el desarrollo de la silvicultura. (Walkid, 2016)

III. PRESERVAR PARA SANAR: LA CONSERVACIÓN Y LA BIODIVERSIDAD LA SOLUCIÓN DE LA HUMANIDAD

Para 1988 surge un concepto que le daría un marco teórico y científico a las prácticas conservacionistas: la biodiversidad. Durante una conferencia de la Academia Nacional de Ciencias el mundo científico sajón manifestó su preocupación por la extinción global de especies causadas por las actividades humanas que generaban alteraciones irreversibles en la biosfera (Adams, 2004). De esta manera se configuraba un nuevo agente de destrucción y responsable de protección: la Humanidad; y un nuevo objeto de conservación: la biodiversidad.

La Humanidad responsable

La idea de que una única Humanidad es responsable y garante de la biodiversidad resulta problemática. Ni “toda” la humanidad es responsable de la pérdida de biodiversidad ni “toda” ella está preocupada de igual manera por su conservación. Si tomamos en cuenta que la causa de la pérdida de ecosistemas es la degradación ambiental como consecuencia del modelo extractivo-exportador: deforestaciones, megaminería, agroindustria, pesquería industrial (Grigera y Alvarez, 2013 ; Shiva, 1998) y que los países explotados son aquellos que guardan la mayor biodiversidad del planeta (Cragnolini, 2016) entonces, podemos empezar a dilucidar porqué los países más desarrollados son los que están más preocupados por la conservación de la biodiversidad. Vandana Shiva es muy clara al respecto: no es la humanidad sino los países desarrollados los que le piden a los países emergentes que conserven su diversidad biológica. Para continuar con la explotación y extracción de recursos es necesario conservarlos (Cragnolini, 2016). En este sentido, la “Humanidad” no es más que un velo homogenizador que difumina las diferencias de los modos de habitar humanxs con la intención de “encubrir la economía política de los procesos que están en la base de la destrucción de la diversidad biológica” (Shiva, 1998). Las practicas conservacionistas hegemónicas desde sus orígenes han administrado la “naturaleza” como “capital”. Es decir, como reserva disponible para la satisfacción de necesidades humanas.

La biodiversidad como capital genético

“Si no terminas de entender la importancia de la biodiversidad considera esto: un cuarto de todos nuestros medicamentos se origina en la selva” (Obama, Our Great National Parks)

En 1992 la biodiversidad fue definida en la Convención de Río (Convención sobre la Biodiversidad Naciones Unidas) como: “la diversidad de organismos vivientes de toda clase incluyendo, especies terrestres, marítimas y todo tipo de ecosistema acuático y complejo del que formen parte.”

En principio, la noción parece incluir todo lo viviente como objeto de protección. Sin embargo, los planes de manejo de los Parques Nacionales o Reservas Naturales, los discursos científicos (propios de la biología de la conservación) y las prácticas hegemónicas de la conservación elaboran una taxonomía jerárquica que determina qué de lo biodiverso merece conservarse. En primer lugar, existe una prioridad en conservar aquellas especies que sean susceptibles de aportar material genético. La misma Convención en su artículo primero afirma que el objetivo del convenio es conservar la diversidad biológica para utilizar sus componentes de manera sostenible y participar de manera justa y equitativa de los beneficios que resulten de los recursos genéticos. Como señala Delgado-Ramos en estos discursos, la biodiversidad no tiene un valor intrínseco, sino que tiene un valor productivo, el conocimiento (propio de las comunidades campesinas e indígenas) de los ecosistemas que “están al servicio de la industria médica- farmacéutica, de cosméticos y fragancias y (…) alimentos procesados” (Delgado, 2015). Es decir, bajo la excusa de la “protección” de la diversidad biológica se llevan a cabo la biopiratería: extracción de conocimiento genético (Delgado, 2015). Así, la preservación de la biodiversidad es explotada como un servicio ecosistémico a través del cual sólo es necesario preservar aquello que tenga un valor económico, ya sea un valor productivo (como medio para producir servicios o productos o producto en sí mismo) o gnoseológico (en tanto objeto de conocimiento).

Klier y Rendón, biólogas especializadas en analizar los discursos de la biología de la conservación, señalan que la mirada utilitaria de los ecosistema y especies implica, a su vez, trazar jerarquías entre las especies de mayor y menor utilidad. Las más relevantes suelen ser: insectos que funcionan como polinizadores y especies con contenido genético suficiente para la elaboración de medicamentos (Klier y Rendón, 2017).

En segundo lugar, existe una prioridad en preservar aquellas especies en peligro de extinción. A principio de los 90 las prácticas conservacionistas importaron el triage, una estrategia de emergencia propia de la medicina bélica utilizada en las guerras napoleónicas del SXVIII (Klier y Folguera, 2013). El término francés significa “clasificar” y surge para determinar cuáles serían lxs heridxs de guerra que recibirían atención médica y cuáles no, con la intención de maximizar la cantidad de sobrevivientes. Del mismo modo, frente a una situación de emergencia (la extinción masiva de especies), la biología de la conservación propone un criterio cuantitativo para configurar los planes de manejo propios de la conservación (Klier y Folguera, 2013). De esta manera, por un lado, se evalúan especies amenazadas en lugar de organismos individeles y por el otro, se jerarquiza aquellas especies que resultan más “amigables” como aves y mamíferos (Fazey, 2005).

En tercer lugar, existe una jerarquía de las especies nativas por sobre las exóticas-invasoras (1). Dado que uno de los principios de la conservación es la recuperación de la biodiversidad de los ecosistemas nativos, las especies exóticas son consideradas una amenaza para la diversidad biológica nativa. Estas especies se convierten en una amenaza biológica cuando por su expansión generan alguna clase de impacto: daño a la agricultura, interferencia polínica, daños económicos, molestias para personas etc. (Invasiones Biológicas en Argentina). En Latinoamérica existe una Red Temática sobre Especies Exóticas Invasoras (Red Interamericana de Información sobre Biodiversidad) mediante la que se catalogan aquellas especies que generan impactos y se discuten planes de manejo que por lo general implican su exterminio, erradicación mediante remoción y control químico o biológico. (Klier y Rendón 2017)

IV. PARQUES NACIONALES: EL PHARMAKÓN

“[Las Áreas protegidas] no sólo nutren a una mayor variedad biológica, regulan el clima, limpian el aire y purifican el agua” (Barack Obama, Our Great National Parks)

En la actualidad, las áreas protegidas han instalado un imaginario ambientalista sostenido por dos ideas. Por un lado, se considera que las formas de vida allí conservadas son formas reales, nativas o salvajes. Más allá de la imposibilidad de seguir sosteniendo la clásica distinción ente Naturaleza y Cultura, las taxonomías entre especies y los planes de manejo dan cuenta del constante esfuerzo humano en conseguir ecosistemas “nativos”: un producto para el turismo o la biopiratería. La segunda idea que sostiene el imaginario ambientalista es que fuera de las áreas de preservación cualquier desprotección-explotación de los ecosistemas y especies es admisible o tolerable. En un contexto signado por la crisis climática generada por el sistema productivo neoliberal las áreas protegidas (14% del territorio mundial) jamás podrían estar velando por la destrucción del 86% restante. Guillermo Folguera, biólogo y filósofo, en una entrevista con Animula, señaló: “No hay ambientes sanos en un entorno enfermo”. Las áreas protegidas también son lugares de explotación, extractivismo y exterminio.

Nuestros grandiosos Parques Nacionales es un pharmakón, un supuesto remedio frente a la destrucción de mundos que no hace más que contribuir a la explotación ilimitada de recursos naturales del planeta. La protección de áreas o la conservación de la biodiversidad no es indeseable por sí (de hecho, existen otras formas de conservación no hegemónicas: ecofeminismo, ecología profunda etc.) lo indeseable, es la incesante reproducción de un discurso que obtura la discusión sobre las formas de consumo, producción, extractivismo y neocolonialismo.


(1) No todas las especies exóticas son consideradas “invasoras”.

BIBLIOGRAFÍA

  • Adams W., Against Extinction. Th estoy of Conservation, Earthscan, 2004.

  • Delgado G., Biodiversidad, desarrollo sustentable y mlitarización: esquemas de saqueo

    en Mesoamérica, Clasco, 2015.

  • Cragnolini M., “El animal como “capital” en la biopolítica: ambiente y biodiversidad”, en Extraños animales, filosofía y animalidad en el pensar contemporáneo, Prometeo, Buenos Aires, 2016.

  • Klier, Gabriela y Folguera Guillermo, “Caras de una misma moneda? Conservación de la biodiversidad y extractivismo en América Latina en Letras Verdes, Revista Latinoamericana de Estudios Sociambientales Nro. 22, 182-204, 2017.

  • Klier, Gabriela y Folguera Guillermo, “La Biología de la Conservación y la Medicina en la Guerra” en Epistemología e Historia de la Ciencia. Selección de trabajos de las XXIII jornadas, Vol. 19, 2013.

  • Klier G. y Rendón C., “El olvido del organismo: un análisis de las concepciones acerca de lo vivo y su valor en la biología actual” en Scientiae Studia, 2017.

  • Fazey, Ion; Fischer, J.; Lindenmayer, D. Who does all the research in conservation biology? en Biodiversity and Conservation, 2005.

  • Pinchot, G. The fight for conservation, 1910 [online] Disponible en: https://wwnorton.com/college/history/america-essential-learning/docs/GPinchot-

    Conservation-1910.pdf

  • Shiva Vandana y Mies María, La praxis del ecofeminismo, Icaria editorial, 1998.

  • Wakild E., “Protecting Patagonia. Sciencia, conservation and the pre-history of the nature state on a South American frontier, 1903-1934”, 2016.

SITIOS WEB

 

Publicado originalmente en animula.com.ar