Pasaron cosas
El 2021 va a tener dos campañas de recolección de firmas paralelas: la que buscará derogar 133 artículos de la LUC, y la que intentará hacer caer a la totalidad de la ley, tal como se confirmó este miércoles. Este hecho político es muy interesante para quienes estudiamos (y militamos en) el movimiento social uruguayo: es una confirmación de que algo se agrietó definitivamente en la izquierda durante el tercer gobierno progresista.
Dentro de lo que sería el movimiento social antipunitivo, por ejemplo, pueden verse señales claras si comparamos las campañas contra la Baja, en el 2014, y contra la Reforma, en el 2019. La primera tuvo un comando más unificado, y la diversidad de los perfiles de organizaciones y militantes pudo nuclearse en la Comisión No A la Baja. En 2019, hubo dos comandos diferenciados: la Articulación No a la Reforma, con un perfil cercano al progresismo y con una estrategia de moderación, apuntando al ‘votante mediano’, y Colectivos contra la Reforma, que nucleaba una militancia más radical, y que llevó a cabo una campaña con un perfil más combativo.
La relación entre el movimiento social y el progresismo alcanzó su mayor estrechez en el gobierno de Mujica, cuando se votaron las leyes que conformaron la llamada agenda de derechos. En el tercer gobierno frenteamplista algunas cosas cambiaron. La agenda social, digamos, no era tan fuerte, y hubo una serie de sucesos que friccionaron el vínculo entre la militancia y el gobierno.
Observando el período, podría marcarse un quiebre definitivo en el decreto de esencialidad (agosto de 2015) y en el desalojo del codicen (setiembre, mismo año). En cierto sentido, es un incógnita el alcance y la profundidad de ese quiebre dentro de la izquierda, ahora que la derecha está nuevamente en el gobierno; ¿Se manifestará en alguna ruptura también en el FA? ¿Y en el movimiento sindical?
La campaña doble del año que viene es interesante, en este sentido, independientemente del triunfo electoral de cada una de ellas: marca que una parte de la izquierda social ya no se acopla al discurso y las estrategias hegemónicas y de las organizaciones sociales tradicionales (pongamos, Pit-cnt, Feuu, Fucvam, Onajpu, etcétera). A pesar de la relevancia o irrelevancia numérica de la militancia que se desgaja, la importancia política es superlativa. Los gobiernos progresistas dejaron distintas lecciones en las diferentes visiones que tiene la izquierda sobre la unidad.
Lo que también se verá el año que viene es qué tan bien resiste esa extendida idea de que la moderación es útil en términos electorales. Quizás, a veces, ser un poco radical es mucho más convincente.