Porqué Grobocopatel no es un compañero
Juan Grabois y el empresario sojero se mostraron juntos en un encuentro realizado en la Universidad de Córdoba. El dirigente social defendió esa alianza, omitiendo la complejidad y las consecuencias que implica el agronegocio en los distintos territorios.
Luego de escuchar con detenimiento las exposiciones de Juan Grabois y Gustavo Grobocopatel, en el II Encuentro Nacional de la Red de Intercambio Técnico con la Economía Popular realizado en la Universidad Nacional de Córdoba, tres ideas principales se pueden rescatar para discutir y aportar al debate:
- El agronegocio no solo es la soja
- La salida no es por arriba
- Las formas hacen al contenido
1. El agronegocio no solo es la soja
Existe un error en el planteo de Grabois y refiere a entender los desmontes como el ícono de un modelo que, a través de topadoras únicamente, arrasa los bosques nativos -o al menos así lo expresó en su presentación-. El modelo del agronegocio no solo se presenta de manera compleja, sino también diversa, a partir de la ejecución de diferentes acciones que implementan múltiples actores que se desempeñan en torno a la apropiación de los territorios, la naturaleza y los saberes comunitarios.
Esto se expresa incluso en un proyecto que el mismo Grobocopatel mencionó (mientras Grabois avalaba con gestos) y en el cual orgullosamente dice participar: ‘El Futuro Está en El Monte’, conformado por diferentes actores del campo social, privado y estatal. Fundaciones, asociaciones civiles, empresas a través de sus direcciones de responsabilidad empresarial y entes gubernamentales trabajan en territorios del norte argentino para ‘valorizar’ (desde el racionalismo económico más que desde un espíritu de preservación y respeto) los montes y la población que en ellos reside: comunidades indígenas, pequeños productores y campesinos criollos, fundamentalmente.
Este proyecto se presenta como una “Red de Redes”, como definen alguno de sus integrantes, y funciona a través de la venta de artesanía nativa, proyectos de turismo étnico, valorización de los saberes ancestrales relacionados a la medicina y alimentación, y conexión y modernización de las comunidades para insertarse en el mercado global. Ahora bien, parte de esta comercialización e inserción al mercado, lejos de buscar mejorar las condiciones de vida de los actores, profundiza su situación actual al tiempo que los contiene para evitar posibles conflictividades, desde la premisa de exotizar y negar la vida y problemáticas que afectan a los habitantes.
Un ejemplo más claro: una de las asociaciones que forma parte de ‘El Futuro Está en El Monte’ se dedica a la venta de artesanías indígenas. Las mismas se venden con un espíritu de mostrar cómo se realizan de manera ancestral, comunitaria y colectiva en territorios nativos e indígenas. Sin embargo, a través de la generación de diseños que sean aptos para los mercados, insertan nuevas lógicas de producción, con otros tiempos de realización y saberes que se alejan de las tradicionales confecciones artesanas de los integrantes de las comunidades. Dichas artesanías, se venden en mercados nacionales e internacionales de EE.UU. o el centro turístico de Palermo, por ejemplo, aunque sus productores no son pagados con los valores correspondientes y muchos menos en dólares, en el caso de las ventas en el exterior.
Esta asociación, como las otras que conforman el proyecto ‘El Futuro Está en El Monte’, que integra Grobocopatel, está presidida y/o constituida por empresarios (o familiares directos) del agronegocio. Mientras, por un lado, la “Red de Redes” impulsa supuestas prácticas de preservación de la naturaleza y la cultura local, avanza sobre los territorios y bienes comunes destruyéndolos y apropiándolos para aumentar la producción y comercialización del agro.
Otro dato importante para destacar es que, este tipo de proyectos se implementa en relación con obras de infraestructura vial e hídricas en la región, con el afán de conectar al anillo productivo con mercados internacionales. Así, a partir de la pavimentación de rutas, la reactivación de ferrocarriles y obras para abastecer de agua se alcanza a acceder a regiones devastadas, zonas de sacrificio dispuestas para aumentar la explotación sojera, ganadera, maderera, entre otras que conforman al sector del agronegocio.
Estas obras no se hacen con dinero del agro, sino con financiamientos internacionales, del Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, y organismos gubernamentales que no buscan mejorar las condiciones de los habitantes locales, sino justamente favorecer el desarrollo del modelo extractivo.
A partir de un financiamiento del Banco Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo y la participación del Estado Nacional, provincial y local, se pavimentaron en la provincia de Chaco diferentes rutas para mejorar las condiciones de traslado de los productos agropecuarios y así reducir los tiempos de transporte y costo. El objetivo no fue mejorar el acceso de la población rural dispersa, sino de los camiones transportadores.
Una de las vías que se pavimentó fue la Ruta Provincial N.º 3 que comprende el trayecto Villa Río Bermejito-El Espinillo, además del empalme correspondiente a la Ruta Provincial N.º 90 en el kilómetro 16 que refiere a la entrada al campo de Don Panos, de la empresa Unitec Agro S.A. Dicha empresa, desde hace 10 años recibe numerosas denuncias por la aplicación de agrotóxicos en la zona, generando daños irreparables en la salud y ambiente de los territorios y personas que allí habitan.
En octubre del 2020, está compañía volvió a ser noticia dado que a raíz de la fumigación con aviones y mosquitos (la tecnología de la que se ufana Grobocopatel) de agroquímicos en sus más de 50.000 hectáreas, los pueblos de Pampa del Indio y Presidencia Roca fueron expuestos a venenos y presentaron cuadros de intoxicación graves. Más de 700 personas terminaron hospitalizadas según se resaltó en diferentes medios de comunicación.
A pesar de las denuncias realizadas, las fumigaciones continúan y los mismos actores afectados tienen que costear los tratamientos y estudios médicos para demostrar ante la justicia los cuadros sanitarios que padecen.
Pero eso no es todo. Durante el año 2021, el gobierno provincial del Chaco intentó cobrarles a los mismos habitantes de la región los arreglos de la ruta (muchos de ellos recibieron boletas con miles de pesos de deuda), y no así al empresario fumigador. Además, esta empresa que cuenta con un sistema de riego a gran escala, en una zona donde las sequías han causado estragos entre los habitantes locales, tiene la posibilidad de contar con obras de infraestructura hídrica -gestionadas por el mismo gobierno provincial- que le permiten aumentar la producción.
Según relatos de los habitantes, acueductos atraviesan sus campos, pero no logran alcanzar a la población más afectada de la zona que ni siquiera cuentan con canillas comunitarias utilizables.
¿Por qué mencionar una empresa que no es de Grobocopatel? Porque Unitec Agro S.A. está vinculado en cadenas de valor con Grobo y otras empresas de reconocida trascendencia en la certificación y producción de semillas transgénicas, en la producción de agroquímicos y en la conversión de materia prima a productos exportables, como biodiesel. Es decir: los empresarios unidos en redes no solo controlan toda la producción del agro (desde la semilla hasta la exportación) sino también a través de fundaciones y asociaciones que les lavan la cara, les permiten evadir impuestos, pero fundamentalmente les contienen y mitigan posibles conflictividades.
Todo eso es el agronegocio. No son solo las topadoras y la soja. Son redes perversas de poder que avanzan sobre los territorios indígenas, campesinos y de pequeños productores, expulsándolos a otras zonas urbanas donde, en busca de mejores condiciones de vida, encuentran la profundización de las desigualdades.
Un nuevo ejemplo: en el Partido de La Matanza, una vecina expulsada de sus tierras en Misiones se asentó en busca de un trabajo digno y una tierra donde vivir. Hoy forma parte de la Asamblea de Virrey del Pino que denuncia las fumigaciones con agrotóxicos, pero también la pobreza estructural que padecen, sin agua potable ni viviendas dignas y en condiciones de hacinamiento.
El agronegocio también es lo que genera entre los habitantes que se quedaron en sus territorios devastados (donde a pesar de leyes como la de Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos) sufren las transformaciones en los suelos por la desertificación y salinización de la tierra, la escasez y abundancia hídrica, los cambios en el clima -relacionado a eventos tales como lluvia o calores extremos-, las sequías, incendios, contaminación de napas subterráneas pero también del suelo, aire y agua que padecen y padecerán las próximas generaciones.
Hay algo donde podemos coincidir con Grabois, y es que Grobocopatel es un símbolo de este modelo. Un símbolo sumamente poderoso (no por nada es llamado “el rey de la soja”), pero que forma parte de un entramado de actores, de la sociedad civil, empresas de distintos rubros y organismos gubernamentales que destruyen territorios a costa de un modelo insostenible, contaminante y expulsor.
2. La salida no es por arriba
Tal como dijo el moderador del panel en su presentación, el objetivo del encuentro entre dos figuras (que parecerían tan antagónicas), era el de salir del laberinto que ha generado la grieta, por arriba. El problema de ello es que la grieta, cuando hablamos de agronegocio tiene dos puntas: una en la que se encuentra el que acapara y destruye territorios; y otra vinculada a los que sufren, mueren y son expulsados.
“Darnos besos en la boca” -como sostuvo orgulloso Grabois en el panel de Córdoba- para supuestamente resolver la situación de 50.000 pequeños productores no solo sostiene esa grieta, sino que también la profundiza. A través de diferentes herramientas y actores (como las fundaciones que venden artesanías o hacen turismo étnico) que intervienen en los territorios afectados por el agronegocio a partir de la ejecución de prácticas insuficientes (y muchas veces clientelares) se contienen los conflictos que puedan emerger, pero también se permite que el agro avance en la extracción de recursos, saberes y conocimientos ancestrales.
Asimismo, en numerosas entrevistas hemos visto a empresarios como Grobocopatel expresándose en contra de medidas económicas como las retenciones, afirmando que tales acciones no le permiten a este sector producir las cantidades que podrían y, por ese motivo, el país se encuentra en una crisis permanente.
Anunciar un plan junto al “rey de la soja” a quien se lo confunde con un compañero, no solo niega una historia de abusos y asesinatos cometidos contra nuestros pueblos sino también las formas siniestras a través de las cuales se ejecutan.
No importa cuál sea el “plan A”, así llamado por Grabois, que beneficiaría a 50 mil productores, en tanto el agronegocio continúe avanzando sobre territorios y personas. Las semillas transgénicas, sus paquetes tecnológicos y agroquímicos, generan consecuencias irreparables en la naturaleza y sus habitantes. Los casos de cáncer y contaminación crecen día a día. Las desigualdades y pobreza que genera este modelo se profundizan a costa de las ganancias que obtienen estos empresarios que exportan gran parte de sus productos al exterior.
Chaco es una de las provincias donde se profundiza este modelo gracias a las inversiones de agencias de crédito, la participación de fundaciones y el “trabajo productivo” de los empresarios. Sin embargo, según los últimos datos del INDEC, la ciudad capital de Resistencia cuenta con el índice de pobreza más alto del país.
3. Las formas hacen al contenido
Desde un lugar de privilegio, sentado con unos de los empresarios que más riquezas obtuvo en Argentina, y micrófono en mano, Juan Grabois amedrentó a un docente universitario. Este último, con barbijo, sin ánimos de ofender y desde un respeto admirable, luego de escuchar las exposiciones del panel y las preguntas del auditorio cuestionó y consultó acerca de la “sociedad” que se había creado entre estos dos personajes en el marco de una política para favorecer a 50.000 productores.
“Haciéndote el malo y diciendo palabritas no resolvés nada”, fueron -palabras más, palabras menos- alguna de las expresiones de Grabois. Y aquí resulta central decir que a partir de decir “palabritas” como: contaminación, agrotóxicos, desmontes, muerte, avance de la frontera del agro, no solo denunciamos los docentes e investigadores, sino también buscamos construir con y desde los territorios, alternativas posibles para nuestra generación y las venideras.
Creer y subestimar a un sector de la población que no pudo ir a la universidad y asumir que no conocen el agronegocio y que se los lleva puesto el avance inmobiliario, únicamente, es completamente errado. Desde los territorios nacen expresiones de disputa y resistencia permanentes a este modelo que los avasalla de diferentes maneras. De hecho, es en la provincia de Córdoba donde surgió un movimiento de mujeres que se opone y resiste a Monsanto y todo su modelo de “producción” y desde donde nacen constantemente nuevas movilizaciones en contra de estos proyectos extractivos.
En lugar de defenestrar a quienes tenemos tareas académicas y de investigación, pero que desde hace años acompañamos a los actores locales (con bajos salarios y sin financiamientos) y junto con ellos elaboramos estrategias de acción, podría armar un encuentro para conocer las experiencias de trabajo y ver cómo fortalecerlas.
¿Acaso a Grabois (quien es un reconocido abogado de la Universidad de Buenos Aires, amigo de uno de los hombres más poderosos del mundo, y que acompaña y pone “el pecho” a diferentes conflictos que existen en nuestro país) no puede sentarse y convocar a otros actores del campo académico que trabaja cotidianamente en tantos otros conflictos que él quizá desconoce y podría fortalecer con su sola presencia? ¿No podría Grabois desde su lugar de militante, de cristiano y de abogado acompañarnos a denunciar al Estado y los empresarios que someten a los pueblos fumigados a realizar campañas de recaudación para poder conseguir dinero y costear estudios y tratamientos médicos?
Y por último ¿por qué piensa que los que nos formamos y trabajamos en las universidades no ponemos el pecho y solo decimos palabras? ¿No es la universidad uno de los importantes semilleros militantes donde se forjan nuestros legisladores, diputados, funcionarios y presidentes? ¿No es acaso importante el trabajo universitario que sienta las bases a una política más democrática e igualitaria a partir de su vinculación permanente con los territorios?
Y la respuesta a eso es que los docentes, profesionales y universitarios militamos desde esos espacios desfinanciados, corrompidos, donde muchas veces batallamos contra estos modelos del agro que manejan el país, en pos de acompañar las luchas para mejorar las condiciones de vida de nuestros pueblos, sin fierros, sin armas, sin prepotencia, desde el llano y con mucho respeto hacia el otro.
No saldremos de la grieta profundizando las desigualdades, y generando otras nuevas con los propios compañeros, sin asumir la responsa-habilidad, como dice Donna Haraway, junto con los protagonistas de los territorios que cotidianamente construyen alternativas de presentes y futuros posibles.
Bienvenidas las 50.000 soluciones a los pequeños productores que sufren el avasallamiento de sus derechos a manos de la especulación inmobiliaria, pero no olvidemos que en otros puntos del país el agronegocio, las empresas hidrocarburíferas, madereras, tanineras, turísticas, entre otras, continúan destrozando el mundo que habitamos y que para la “religión del Excel” que manejan los empresarios del agro (como definió el mismo Grabois), todo se basa en costos y beneficios. Que la táctica no le gane a la estrategia.
Publicado originalmente en Primera Linea