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¿Qué hacemos con la desesperación?

17 junio, 2024

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Acacio Puig

¿Qué hacemos con la desesperación?

¿Cómo escapar al contagio de la desesperación agresiva o revanchista? Esta sería la pregunta principal de una política que vaya más allá de la política, una política que sepa escuchar y dialogar con los cuerpos, con lo que pasa en los cuerpos. 


¿Qué hacemos con la desesperación? Con la sensación física de la desesperación. De que no hay salida, de que nada va a cambiar sustancialmente la situación en la que estamos, de que no se puede. 

Según Franco Berardi (Bifo), esta es hoy la pregunta principal de la política. Pero de una política que vaya más allá de la política. Porque la desesperación no va a desaparecer por decreto-ley, argumentos o explicaciones. Es algo del cuerpo, está agarrada al cuerpo. 

La desesperación se traduce hoy por todas partes en agresión. La impotencia de los fuertes –“ya nada es lo mismo de antes”– se convierte en guerra contra los más débiles. Y la desesperación de los débiles busca devolver el golpe, tomarse la revancha. Netanyahu y Hamás, el círculo es infernal. 

Las mismas figuras condensan en ocasiones los dos movimientos. Trump y Milei son a la vez herramienta de agresión de los fuertes contra los débiles y herramienta de revancha de los débiles… ¿Contra quién? Contra la casta política, la clase media, los que tienen trabajo, la democracia y sus promesas frustradas, etc. 

¿Cómo se detiene una psicosis (un delirio) de masas? Es decir, ¿cómo escapar al contagio de la desesperación agresiva o revanchista? Esta sería la pregunta principal de una política que vaya más allá de la política, una política que sepa escuchar y dialogar con los cuerpos, con lo que pasa en los cuerpos. 

Sí se puede 

Pienso en el primer momento del “sí se puede”: las plazas, las mareas, las asambleas de barrio. La desesperación social, ante los recortes, las privatizaciones y la precarización salvaje, en lugar de traducirse en victimización y revanchismo, se transformó en acción, solidaridad, pensamiento, revinculación. El efecto de esa transformación fue alegría

La mirada tradicional trató de interpretar todo aquello como un movimiento político más, preguntándose por la organización, el programa y el líder. Pero se trataba más bien de una terapéutica social. Un saber-hacer algo, creador y colectivo, con el malestar, los cuerpos, las vidas dañadas. La mejor salud mental viene sin prescripción médica, nos la damos entre todos. 

Esa política más allá de la política tuvo su propia eficacia, invisible a la mirada tradicional. Mientras en Europa crecía ya la sombra fascista, España se mantuvo a contracorriente durante algunos años preciosos. Impensable e imposible Vox en el clima afectivo 15M. 

El segundo “sí se puede” (el de los partidos de la Nueva Política) fue distinto. Mientras que las plazas convertían la desesperación en actividad, los partidos convirtieron la desesperación en Esperanza: promesa, ilusión y fe. Creencia. 

Sí se puede… ganar. Ganar, Ganemos, Guanyem. Todo el mundo –incluyendo a los más autónomos– se volvió un poco loco entonces, hechizado por el lenguaje del triunfo. ¿Ganar qué? Las elecciones, como vía de acceso al poder. A través de la batalla cultural, esa disputa por la creencia. Mediante los líderes, que convocan nuestra ilusión. 

Creer, creer de nuevo. En los líderes que (esta vez sí) nos representarán, en los partidos, en el poder político, en la democracia. La terapéutica social, ese tejido de acciones concretas, pensamiento, vínculos y solidaridad, se debilitó y desapareció. Quedó la Esperanza, cada uno aislado ante su pantalla. La Fe en una salvación que se delegaba en otros. La creencia. 

La ilusión, como tiene por costumbre, acabó en decepción. Las grandes expectativas en nuevas frustraciones. La Esperanza recayó en la desesperación. Una desesperación que gira hoy a la derecha. Se sabe que a Milei le votaron masivamente los desesperados: los humillados, los rotos, los arruinados material y mentalmente. 

A pesar de que la materialidad de sus recortes estalla hoy contra ellos, Milei mantiene su popularidad (creencia). Sí se puede, él sí va a poder, en 30 o 40 años de sacrificios Argentina recuperará la grandeza que tuvo a finales del siglo XIX. Los rotos también creen, creen ferozmente. Aunque sea en la salvación por la catástrofe, el estallido, el fin del mundo. 

No Podemos 

¿Se puede radicalizar la desesperación? No buscar salir de la desesperación por medio de la Esperanza, esa “imaginación colmadora de vacíos” como dice Simone Weil en La gravedad y la gracia, uno de los mejores libros escritos sobre la mecánica de la desesperación, sino sostener el vacío

¿Qué significa sostener el vacío? Frente a la promesa de poder, la voluntad de triunfo y el triunfo de la voluntad, aceptar que no se puede (todo) y que nadie puede por nosotros, sin nosotros. 

Nuestra época está enferma de “sí se puede”. Frente al “querer es poder” como mandato de época que nos estresa y agota, asumir la impotencia como palanca, medirse con lo imposible y lo trágico. 

¿Resignación? Radicalización de la desesperación más bien. La des-creencia en todos los consuelos, las ilusiones voluntaristas, las promesas políticas. ¿Se puede imaginar un político que no pida nuestra ilusión, nuestra fe? ¿Un político que diga “no se puede”, decepcionando las creencias y liberando así la actividad? 

Destruir la Esperanza como espera y creencia, para que puedan aflorar quizá esperanzas en minúsculas, como actividad y desde el vacío. Es lo que Herbert Marcuse leyó en Samuel Beckett: sólo en el extremo de la desesperación, una vez destruidas todas las ilusiones, puede reencontrarse el principio esperanza. 

¿Está lo humano condenado a la creencia? ¿Es la creencia indestructible? Desesperados, ¡un esfuerzo más! No se puede. No pudo Podemos, tampoco podrá Milei. Incluso el apocalipsis decepciona. No hay Solución, sólo actividad. 

 

 

Nota publicada originalmente como «Desesperados ¡Un esfuerzo más!» en www.ctxt.es