Uruguay

Todos somos extranjeros en esta tierra

24 enero, 2025

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Imagen del libro Los Carpinchos de Alfredo Soderguit

Todos somos extranjeros en esta tierra

Asumió nuevamente Trump en EEUU. Milei sobrevivió su primer año de gobierno. La nieta 139 recuperó su identidad. Se calculan más de 60 mil los palestinos asesinados por bombas, hambre, enfermedades y frío en manos del Estado de Israel.


“Permítanme un último ruego. Señor Presidente (…) En nombre de nuestro Dios, le pido que se apiade de las personas de nuestro país que ahora tienen miedo. Hay niños gays, lesbianas y transexuales en familias demócratas, republicanas e independientes, algunos de los cuales temen por sus vidas. Y las personas que recogen nuestras cosechas, limpian nuestros edificios de oficinas, trabajan en granjas avícolas y plantas de envasado de carne, lavan los platos después de comer en los restaurantes y trabajan en los turnos de noche en los hospitales: puede que no sean ciudadanos o no tengan la documentación adecuada, pero la gran mayoría de los inmigrantes no son delincuentes. Pagan impuestos y son buenos vecinos. Son fieles miembros de nuestras iglesias, mezquitas, sinagogas, viharas y templos. Le pido que tenga piedad, Señor Presidente, de aquellos en nuestras comunidades cuyos hijos temen que sus padres sean llevados, y que ayude a quienes huyen de zonas de guerra y persecución en sus propias tierras a encontrar compasión y acogida aquí. Nuestro Dios nos enseña que debemos ser misericordiosos con el extranjero, porque todos fuimos extranjeros en esta tierra”. Arzobispa Mariann Edgar Budde ante Trump.

El neoliberalismo no es un gobierno, es un modo de existencia, una racionalidad y una muy material maquinaria que generaliza la desposesión y concentra en un puñado el trabajo acumulado de millones. Una máquina que requiere la crispación y el odio a la vez que intenta desesperadamente recrear nuevas formas de libidinización del consumo de mercancías. Un modo de existencia cruel que exige a cada quien, cada vez más para poder sobrevivir.

El odio parece desatado. El fantasma del fascismo recorre el mundo. Las bestias nazi-liberales preparan la gran deportación, la guerra contra los pobres, las mujeres y las disidencias.

Escuché a Elon Musk en la toma de posesión de Trump eufórico decir: “Vamos a ir a Marte, pueden creerlo?”. Me pregunto a quién incluye en el vamos a ir a Marte. El 99% de la población mundial supongo que nos quedamos en este planeta, algunos además con muchas ganas. También hizo un saludo extrañamente similar a un saludo nazi. Aunque lo negó parece ser que sus abuelos maternos simpatizaban con el nazismo y el apartheid, al punto de mudarse a Sudáfrica para apoyar el afrikaner. El problema no es nuevo y aunque los sentimientos del horror nos nublan el pensamiento, estamos obligados a pensar nuevas salidas a los nuevos desafíos. Hemos desatendidos que los procesos sociales se corporeizan, la experiencia vivida se materializa en el cuerpo.

El domingo fui a la feria de mi barrio. Había tres secciones de cajones con pequeñas entradas para los peatones que no conseguía divisar si eran o no, del mismo puesto. Como no es el puesto en el que compro habitualmente pregunté a un hombre afrodescendiente con una bolsa de plástico vacía en la
mano, si todo era el mismo puesto. Me dijo no lo sé, soy cliente. Relámpago de claridad. El fascismo también está en nosotros.

La acción silenciosa de la discriminación automática hace del racismo y el prejuicio una práctica naturalizada y, por eso mismo, difícil de modificar. Solamente del otro lado de la línea, en el polo distante y macroscópico de las estadísticas se vuelve visible el efecto acumulado, el resultado social de estos incontables gestos microscópicos y rutinarios.

Nos tocó una época difícil. Un tiempo donde el declive y fin de nuestra especie parece ser la imagen de futuro más extendida entre los jóvenes. Un tiempo donde es arduo pensar. Tenemos miedo y estamos fragmentados.

Se discute si finalmente el colapso llegará por la inteligencia artificial, la guerra por el agua o porque millones de personas en todo el mundo migrarán huyendo del hambre, la violencia y los efectos del calentamiento global. Algunos pronostican una nueva pandemia catastrófica, otros piensan que seremos obligados a matar o morir en la guerra civil desatada por el crecimiento de la la desigualdad, la violencia. Quizá el porvenir sea un conjunto de todas ellas.

Pero la verdadera catástrofe es justamente la que estamos aquí y ahora padeciendo: la normalización de todas estas imágenes distópicas como únicas imágenes del porvenir, y lo que es peor, sostener así, su materialización en la realidad. Sabemos desde siempre que las grandes transformaciones son ante todo imágenes de igualdades que eran imposibles hasta que, en el mismo acto de crearlas, ensancharon el mundo, -cómo no pensar en la Independencia de Haití, en la Comuna de París, en las largas luchas por la conquista de estatus humano para mujeres, negros, indios, crianzas, trabajadores, judíos, LGTB, palestinos. Invenciones que las comunidades humanas a lo largo de 200 mil años llevamos creando.

Los poderosos del mundo piensan en huir a Martes gracias al esfuerzo acumulado por la explotación de cuerpos ajenos, eso sí, formalmente libres y humanos. Nos imponen la idea de que somos individuos recortados donde prima la dueñidad. Perdimos la soberanía sobre nuestros cuerpos en el mismo momento que nos dijeron que éramos individuos libres. Nos convertimos en bolas de billar arrojadas al mercado y sus reglas, al patriarcado feroz, a la opresión, a la paciencia y al aguante, a hacer catarsis en estadios o recitales y a seguir. Nos disciplinaron fieramente y aprendimos a docilizarnos todo este tiempo. Pero a no confundirse, sumisión no es adhesión. Ellos parecen triunfadores pero están desesperados porque saben que son muy pocos y que deben defenderse.

Váyanse a Marte y quedémonos nosotres, las que saben plantar y cuidar, las nadie de este mundo que se saben trama de tramas, parte entre otras partes, que crean comunidades y ensanchan el mundo con sus prácticas cotidianas. Hay quienes sostienen este mundo. Aquí y ahora. Lo nuevo no puede nacer sino de la trasmutación de lo viejo que así, deviene abono nutritivo. No se trata de esperar un otro mundo o planeta. Se trata de trasformar este, es decir, de no eludir (re) construirlo.

El sueño de emancipación debe salir a través de nuestras cabezas pues ya tenemos todo lo que necesitamos para escapar de los confines del realismo capitalista y de su impotencia aprendida que nos mantiene sumisos e indolentes decía Mark Fisher.

Si las mayorías silenciosas vencemos el miedo, el hábito y despertamos ?quién sabe qué será posible? Si nos obligan a despertar, no desperdiciemos la oportunidad de transformar(nos).

Hasta que la dignidad se haga costumbre.