Uruguay

Transiciones Comunales Sucesivas 

10 septiembre, 2024

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Santiago Mazzarovich

Transiciones Comunales Sucesivas 

Muchas veces nos vemos paralizados frente a la realidad tan cruda. Creemos que es más fácil dejar que todo colapse, a que se termine este capitalismo depredador que nos tiene esclavos y se está devorando el planeta. Y cuando hacemos alguna crítica incisiva, siempre algún amigo/a nos pregunta ¿Y entonces qué? ¿Cómo hacemos para salir del desarrollismo extractivista?


Yo no tengo una respuesta reveladora, ni creo que ninguna persona sola pueda tenerla. Creer en profetas individuales es gran parte del problema que nos trajo hasta acá. Pero si tengo la intuición de que imaginar-lograr un cambio abrupto y radical de golpe es imposible y solo nos paraliza el pensamiento, la imaginación y los afectos. Podremos cambiar alguna dimensión de la injusticia de golpe, pero llevaremos en nuestras prácticas, en nuestros modos de vida, en nuestras formas de vincularnos, un montón de repeticiones de otras injusticias y daños brutales. Haremos la revolución hoy, y mañana seguiremos siendo los mismos en formas de vida, deseos, saberes y prácticas, pero la diferencia será que tendremos el poder para perseguir a los que piensan y viven de maneras que no nos parecen “correctas”. Creeremos que somos la nueva vanguardia empática, la que salvará a los más débiles, pero solo seremos una nueva élite soberbia que se cree dueña de la nueva verdad, dispuesta a llevar al paredón a los y las disidentes del tipo que sea, o en el mejor de los casos dominar a otros de manera oculta para vivir mejor nosotros, externalizar los daños en otros.

Los procesos de transformación son lentos y en colectivo, y esa es la principal paradoja que vivimos: la destrucción e injusticia es cada día más rápida y egocéntrica. 

No es ninguna verdad, es solo una intuición, viendo lo que ha pasado (o lo que nos han contado) con algunas generaciones anteriores y sus intentos de cambio. 

Dicho esto, tampoco me resigno a un capitalismo humanizado, con unas reformas que repartan migajas envenenadas de la Teoría del Derrame Tóxico. Ni a una «democracia confidencial» donde un cúmulo de expertos y sus amigos empresarios deciden por nuestra vida, sin nosotros (bajo acuerdos de confidencialidad), acumulando riqueza y poder.

Creo que podemos hacer un intento, un experimento cada vez más potente de transformación individual y colectiva a la vez, siempre en simultáneo, aprendiendo de ambos polos: ni una sanación individual a costa de la explotación de otros (humanos y no humanos), ni una transformación colectiva repleta de microreproducciones violentas y egoicas.

Existen miles de experiencias humanas (presentes y pasadas) de organización de la vida en común más allá de la democracia representativa capitalista, o la dictadura fascista. Que no tengan prensa, o no existan en los manuales de instituciones educativas es otra cosa.

Me gusta pensarlo como Transiciones Comunales Sucesivas. Ir transformando, lento pero sin frenar, diferentes dimensiones de nuestra vida cotidiana en colectivo, siendo cada vez menos cómplices de la depredación-explotación, a la vez que contagiando y reforzando las alternativas, como un virus que se propaga por debajo, sin tanta propaganda ni cartelitos en las columnas. 

Comunalizar, como hemos aprendido de las compañeras agrupadas en Puebla (Raquel Gutierrez, Mina Lorena Navarro, Lucía Linsalata) y desde experiencias comunales (Gladys Tzul Tzul, Yásnaya Aguilar, etc.), implica reapropiarnos en colectivo de los medios de existencia y la riqueza que se produce a diario (remunerada y no remunerada, material, simbólica o afectiva), gestionarlos en común, y a la vez dejar de delegar las decisiones sobre nuestra vida.

Recuperar los frutos de nuestro hacer, los lugares que habitamos y la posibilidad de decidir cómo vivimos. Recuperar porciones de vida paulatinamente, devolviéndolas a la decisión, experimentación y aprendizaje colectivo. Un proceso paulatino, por «etapas», no todo de un solo golpe. Porque desaprender y reaprender a vivir en colectivo diferentes dimensiones de nuestra vida, requiere tiempo, paciencia, muchos acuerdos, conflictos y experimentaciones. No hay recetas absolutas y universales. No hay posibilidad de planificación centralizada por una élite-vanguardia para una masa que obedece.

Por supuesto que esto implica trabajar mucho nuestros vínculos, sus tensiones, y todas las heridas personales-sociales que allí aparecen. No hay común sin red afectiva, laburo intenso, tenso, y complejísimo de los vínculos, de la difícil convivencia con la locura, la violencia, el desborde, sin responder con el fascismo expulsivo. Estamos rotos, heridos, saturados, y eso nos pone ariscos a repensarnos y rearmarnos con otros/as. De hecho, esa es una de las mejores herramientas del sistema actual: rompernos al máximo para que nos sea mucho más difícil componer con otros/as, porque tanta herida se vuelca como violencia y miedo hacia los/as otros/as.Claramente no es fácil, ni cómodo, pero más difícil es aceptar el espanto en el que vivimos hoy y negar la explotación que implica en otros (humanos y más-que-humanos) nuestra comodidad. 

Siento, cada vez con más fuerza, que nos podemos componer en común el para qué vivimos, cómo vivimos y dónde vivimos. Sin llevar a fondo en colectivo (y eso implica también la comunidad interespecie que componemos en cada territorio, es decir, todos los seres más-que-humanos) esas preguntas, esas experimentaciones, esos nudos existenciales… seguiremos girando en el vacío de fantasías tecnológicas que nos «salvarán», nuevos profetas-políticos, o la resignación del «hacé la tuya, porque la vida es una sola» (y que los demás revienten).

¿Cómo se comunalizan trozos de nuestra vida cotidiana? ¿Cómo volver común el alimento, el habitar, el arte, el amor, el intercambio, la educación, la salud, el transporte, el saber, el juego, la vestimenta, etc.?

Para cada una de estas dimensiones hay cientos de pistas, experiencias sencillas y silenciosas en cada rincón del mundo, donde un grupo de personas ensayan, prueban, se animan a generar formas de hacerse cargo en conjunto, sin necesidad de mercado ni estado, o haciendo uso de los mismos sin someterse a sus determinaciones.

No son experiencias para calcar ni generalizar como política centralizada, son procesos adaptados al contexto, singulares, que nos despiertan ideas, imaginarios, nos hacen aprender y romper el monolito de la injusticia.

Lejos de ser procesos exclusivamente de privilegiados/as que pueden replantearse la injusticia y transformar sus vidas, son procesos que toman formas muy diversas en distintas condiciones de vida, en la medida que se busca colectivamente desacoplarse de la maquinaria explotadora, colonial-racista, patriarcal, acumuladora, racionalista, depredadora y adultocéntrica (por mencionar algunos ejes centrales del poder descomunalizador). Se trata más bien de prestar atención a formas muchas veces silenciosas de defender la vida, sus ritmos y su multiplicidad.

Pondré algunos ejemplos muy escuetamente, en base a muchas conversaciones e intercambios con grandes amigos/as que compartimos estas inquietudes (1):

Alimentarse es mucho más que ingerir nutrientes mínimos para alcanzar la estabilidad biofísica, sino ya estaríamos comiendo pastillas para perros (aunque algunos científicos tecno-capitalistas apuntan a eso). Las ollas y merenderos populares nos han mostrado en estos últimos 4 años que es posible luchar para acceder a esos alimentos, compartir la tarea de conseguirlos, prepararlos, y repartirlos; pero también que la olla es un punto de encuentro para problematizar la realidad del barrio, para componer nuevas ideas que respondan a la necesidad de espacios públicos, educación, empleo, violencia, y hasta prevención del suicidio. Desde la olla popular se reapropia la riqueza del alimento (al menos parcialmente), y también se recupera la capacidad-posibilidad (“capacibilidad”) de decidir y experimentar en colectivo. Por supuesto que no son experiencias perfectas de horizontalidad, pero son caminos nuevos que se abren. Y vaya que inyectan vitalidad y transformación en muchas vidas!… especialmente de las mujeres que le ponen el cuerpo sistemáticamente.

Con ciertas similitudes, por momentos paralela, y por momentos articulada, las experiencias diversas (familiares, individuales, comunitarias, cooperativas, vecinales, etc.) que integran la Red de Huertas Comunitarias, la Red de Semillas Nativas y Criollas, la Red de Agroecología, la Red de Grupos de Mujeres Rurales y el Movimiento por la Tierra, transforman el sentido de los alimentos, arrancándolos de la hegemonía mercantilizadora y de las políticas centralizadas, para devolverlas a los procesos territorializados, lentos, creativos y singulares (2). Producir alimentos en forma agroecológica lleva a hacerse cargo en conjunto del acceso al agua, la tierra y las semillas como bases del tejido cuerpo-territorio, y por lo tanto, a un cuestionamiento profundo de la desposesión de los medios de existencia y el sometimiento a las lógicas depredatorias del capital. Además, no solo se recupera “capacibilidad” de decisión sobre qué comer y cómo producirlo, sino que se avanza sobre cuestiones como dónde, cómo y con quiénes vivir, y también qué relación sostenemos con lo más-que-humano en ese vivir. Se ensayan formas de intercambio fuera del mercado capitalista, se experimentan formas de compartir el territorio que trascienden la propiedad privada, y se intentan transformar las dinámicas patriarcales y adultocéntricas. Por supuesto que nada de esto es perfecto ni ya resuelto, pero se está en proceso, andando, ensayando hoy y aquí en colectivo, sin esperar a una “fase superior” de destrucción-desarrollo de las fuerzas productivas que nos permita generar un cambio, o a un liderazgo que nos salve mágicamente. Se está en proceso directamente, poniendo el cuerpo en ello, sin mediaciones de especialistas, ni dueños de grandes verdades.

De igual manera podríamos mencionar experiencias de paulatina comunalización del habitar en muchas experiencias del cooperativismo de vivienda por ayuda mutua (aunque muchas veces la composición colectiva se trunca tras construir la solución habitacional), los colectivos en defensa del territorio y los espacios públicos (Comisión Plaza 1-Montevideo, Biblioteca Cina Cina, Asamblea Hué Mirí, Comisión en defensa de la Laguna del Cisne, etc.).

Así podríamos ir tomando ejemplos, fragmentarios y paulatinos, en los que diferentes personas van comunalizando diferentes dimensiones de sus vidas (las artes, el saber, el intercambio, el amor, la salud, la educación, etc.), como proceso continuamente incompleto pero en movimiento colectivo. Bello sería tener unas largas conversas en círculo sobre estas experiencias diversas y qué nos permitan aprender y abrir en el imaginario-realidad colectiva.

El desafío está en seguir profundizando cada uno de estos procesos, y a la vez implicar cada vez más dimensiones de nuestras vidas en ellos, siempre en un anclaje territorial-contextual específico que nos refleje las consecuencias e interdependencias de nuestro hacer en las redes más-que-humanas. Hacernos cargo en conjunto de nuestra vida y su relación con todas las vidas de este planeta.

En otras palabras, intentar generar procesos con otros/as que nos lleven a desarmar y recomponer nuestros modos de vida, procurando enlentecer la locura depredatoria de consumo-producción-acumulación en la que vivimos, compartiendo lo más posible todo, experimentando formas más sanas, justas y amorosas de vincularnos, y volver continuamente al vínculo no mediatizado por el capital ni por élites técnico-políticas con la trama de la vida, para percibir-comprender desde ese vínculo directo los ritmos y modos en que la vida  (y nuestras vidas) puede desplegarse.


Notas
1. Agradezco en particular las conversas y aprendizajes con Anabel, Diego y Camilo en estos últimos años.

2. Podríamos sumar algunas experiencias de la economía social y solidaria aquí como la Cooperativa de Trabajadores del Molino Santa Rosa y otras no tan grandes.