Insurrección feminista
Cientos de mujeres se movilizaron la semana pasada en varias ciudades de México denunciando casos de violación por parte de policías. Desde el corazón de la manifestación, Noelia Correa nos comparte una crónica sobre los hechos y sensaciones vividas en el marco de esta verdadera insurrección feminista.
Las manifestaciones en México comenzaron el pasado lunes 12 de agosto, cuando varios colectivos feministas protestaron en las instalaciones de la Procuraduría General de Justicia de la Cuidad de México (PGJ-CDMX). Esta movilización se convocó en redes sociales a través del hashtag #NoNosCuidanNosViolan, a partir de dos acusaciones de violación contra menores de edad por parte de policías. Ambos hechos ocurrieron a principios de agosto en las alcaldías de Azcapotzalco y Cuauhtémoc; en el primero de estos casos, una joven de 17 años denunció una violación por parte de cuatro policías.
En esa primera protesta ocurrieron varios hechos que trascendieron en la prensa. En una acción que ha marcado historia, se lanzó brillantina morada a Jesús Orta, secretario de seguridad ciudadana de la Ciudad de México, quien suspendió el diálogo luego de tal acontecimiento. La manifestación continuó en otra de las instalaciones de la PGJ-CDMX, donde se rompieron las puertas de cristal del edificio y se realizaron algunas pintadas.
Ante estos hechos, la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, dijo: “quiero afirmar categóricamente que fue una provocación”, expresando también la voluntad de abrir carpetas de investigación sobre las manifestantes. Sus declaraciones provocaron diversas reacciones en la opinión pública y en los colectivos feministas, quienes afirman que “exigir justicia no es provocación”.
En este contexto, se convocó a otra movilización que tuvo lugar el viernes 16 de agosto, con el poético juego de la brillantina y con las consignas #ExigirJusticiaNOesProvocación y #NoNosCuidanNosViolan. Y aunque la manifestación se convocó inicialmente en la Ciudad de México, tuvo eco político en la mayoría de los estados del país que también realizaron movilizaciones, dando muestra de la rabia organizada y de la solidaridad entre compañeras.
Fuego, vidrios y brillantina
Luego de pasadas algunas horas de la movilización, luego de corroborar que todas las compañeras estábamos bien, luego de la agitación provocada por el momento siento que lo que sucedió el viernes fue lo más cercano a una insurrección que hemos vivido en nuestra generación. He estado presente en muchas movilizaciones de diversa índole, desde hace años, pero lo del viernes fue algo muy distinto. Imagino que lo más cercano a lo que se vivió se podría remontar al las revueltas y manifestaciones del 68. En palabras de Alicia: “que los medios nos satanicen, no nos importa. La victoria fue nuestra. Este ha sido un día histórico de desobediencia, rabia y libertad. Que nunca se nos olvide”.
Primero nos convocamos en la Glorieta de Insurgentes, punto neurálgico de la ciudad, donde confluyen líneas de metro y metrobús, además de varias avenidas de mucho tráfico de automóviles. Éramos miles. Muchas brillantina, cantos y muchos carteles que anunciaban las consignas de nuestra rabia, de nuestras tristezas y de nuestra fuerza colectiva: “nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio”.
Entonces, se propuso salir de la Glorieta y tomar la avenida Insurgentes, una de las más transitadas de la ciudad, que rodea la Glorieta. Así que eso hicimos.
En varias oportunidades hubo que sacar a hombres y periodistas que se colocaban en el centro de la protesta. Ya en la movilización sucedió justamente lo que queríamos evitar: un hombre golpeó a un periodista que transmitía en vivo la movilización dejándolo inconsciente. El periodista fue socorrido por compañeras mientras otro grupo se encargaba de agarrar al golpeador para dejarlo expuesto y expulsarlo de la movilización. Luego corroboraríamos que el golpeador conjuntamente con otros hombres eran infiltrados.
Estábamos eufóricas. En el curso de la movilización se comenzaron a realizar acciones e intervenciones en las paradas de metrobús. Mientras algunas hacían las acciones, otras se encargaban de acuerpar, de contener, de estar. Ese sentir había comenzado en los días previos, luego de la protesta del lunes. Porque es cierto que mucha gente criminalizó la protesta de ese día, pero también que muchas compañeras, que incluso no se dicen feministas, que no van a las movilizaciones, que tal vez en otro momento no están de acuerdo con ciertas acciones, se solidarizaron, porque saben que el valor de las cosas no tiene comparación con el valor de la vida. Escribieron en redes, hicieron carteles, estuvieron el viernes y levantaron las consignas: “a mí me cuidan mis amigas, no la policía”, “estamos juntas”, “nunca más solas”.
Volviendo a la movilización del viernes, en un momento hubo que evaluar qué hacer porque no estaba previsto, no había una voz de mando ni una ruta clara porque no era algo que un grupo hubiera planificado antes. En el momento, entre miles de mujeres que estábamos en la calle dando vueltas entre cantos, vidrios y brillantina, hubo que decidir qué ruta tomar. Primero se acordó una propuesta que luego se descartó por seguridad y autocuidado colectivo. Al final se resolvió ir hasta el Ángel de la Independencia, pasando antes por la estación de policía Florencia, a la cual, en un acto simbólico y literal de rabia y denuncia, se prendió fuego.
Siempre que se habla sobre violencia recuerdo el video de Angela Davis dando una entrevista desde la prisión. El periodista le pregunta sobre la necesidad de la violencia en una revolución y entonces ella, indignada, hace todo un relato de las atrocidades violentas y racistas que ha vivido su comunidad negra desde siempre. Los paralelismos que dicien “violencia con violencia no” o “qué culpa tiene la pared” dan cuenta del momento que estamos viviendo, donde la vida y las cosas materiales se ponen al mismo nivel. Vivimos ante una especie de humanización de las cosas y cosificación de las personas, más aún de las mujeres.
Sandra escribe: “La disputa político-estética por las calles es parte de nuestra historia. Claro que somos violentas, claro que estamos enojadas, pero son ellos los que hacen análisis simplistas de la violencia, son ellos los que comparan miles de feminicidios con vidrios rotos. Las paredes rayadas, los vidrios rotos, fuego ardiendo en la calle, eso no lo inventamos ayer, es parte de nuestro legado, parte de las estrategias de millones de mujeres que históricamente hemos denunciado las violencias de las que somos objeto. Es parte de nuestro grito por la vida”.
México es un país feminicida. Ocurren nueve feminicidios por día. Sí, nueve feminicidios por día. Es una cifra escalofriante, dolorosa, que nos atraviesa el cuerpo. No caemos en análisis simplistas, tenemos claro que el problema es estructural, es producto de una organización social patriarcal y capitalista, además de ciertos aspectos particulares que atraviesan nuestra historia latinoamericana. ¿Por qué teniendo América Latina el 9% de la población mundial ocurren aquí el 50% de los feminicidios del mundo? ¿Cuál es la historia de estos insoportables porcentajes de muertes patriarcales? ¿Cómo incide la historia de matanza e invasión colonial en estos números? Invasión colonial que ahora tendrá otros nombres y se manejará desde otros lugares, pero nunca ha culminado: el despojo y la explotación de población y territorios por parte de grandes capitales de otras latitudes es un trágico proceso continuo en nuestra América.
La movilización culminó en el Ángel de la Independencia, un monumento llamado así popularmente y que representa la victoria alada, que fue intervenido con pintadas de denuncia, consignas y mucho color violeta. Podrán borrar las pintadas, pero nadie puede borrar la indignación que causó las acciones. Y nadie va poder borrar lo que vivimos ese día entre nosotras. Tal como dice Alejandra: “nosotras que somos cuerpa, nosotras nos cuidamos”. Eso fue lo que sentimos el viernes, que estábamos acuerpadas, y eso es lo que seguimos sintiendo. ¡Y qué emoción vernos tan distintas y tan juntas! Muchas mujeres jóvenes pero también muchas mujeres grandes, porque el feminismo es intergeneracional y porque sabemos que esta lucha nuestra tiene historia, nunca lo olvidamos.
Desde el feminismo sabemos que estamos en una lucha que conlleva persistencia, en la que muchas veces las acciones y denuncias públicas son imprescindibles, pero también que nuestra fuerza como movimiento está en la forma en que vamos tejiendo juntas, haciendo espejo entre nosotras. La movilización del viernes forma parte de lo construido en el movimiento desde hace mucho tiempo. Fue un grito de rabia, fue miramos y caminar juntas, fue manifestarnos de diversas formas, fue una acción de enorme carga solidaria y colectiva. Fue una hermosa y potente insurrección feminista.