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¡A desconfinar!: merienda, plaza y Minervas

12 agosto, 2020

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Zur

¡A desconfinar!: merienda, plaza y Minervas

Sabemos de cuidados, de rebeldía y resistencia.
Y sabemos que la vida se teje entre todes, desde abajo y en comunidad.
En este momento de distancias y confinamiento, recordamos una vez más que la vida se sostiene colectivamente y abrimos la Casa al barrio.
Si tenés alimentos secos, productos de higiene, juegos, traelos. Si precisás, llevátelos.
Si podés disponer tiempo para hacer mandados, cuidar niñes, cocinar, arrimáte.
Queremos instalar una espacio para que cada quien brinde, reciba y arme red con otres.
Abrimos la Casa y es un convite, para que circulen juegos, palabras, cuidados, gestos, que inventen, amplíen y fortalezcan el tejido que hace andar la vida.

Con estas palabras, pasadas un par de semanas de que se decretara la emergencia sanitaria por COVID 19, abrimos las puertas de nuestra casa. Abrir fue una necesidad unánime: la crisis crecía al ritmo de la pandemia y algo teníamos que hacer. Abrir, abrirnos fue lo primero que se nos ocurrió.

Hicimos un afiche, y de mano en mano y boca a boca empezó a rodar por las redes y las plazas. Convocábamos a acercar abrigos, juguetes, alimentos, pero también a acercarnos de otras maneras, tender puentes entre vecinas y generar un entramado barrial que nos enriqueciera y potenciara este espacio. Al segundo día teníamos montañas de ropa, juguetes, libros y una mesa llena de alimentos. Armamos canastas que engordaron las que ya distribuía una comisión de familiares y amigues de la escuela del barrio. Nos llegaron otros afiches con otras convocatorias y enviamos abrigos a cárceles, a refugios y hogares.

De mientras pergeniabamos la meriendas… Un par de semanas después estábamos habitando la plaza de la esquina con la merienda y la gratiferia de los sábados de tarde. Cocinamos nosotras, cocinaron otras, vecinas, amigas, compañeras, que empezaron a arrimarse cada sábado con sus tortas, panes y budines. ¿Y si conseguimos fruta? Y allá fuimos atrás de donaciones y ofertas de manzanas y mandarinas. Nos prestaron ollas, nos donaron una cocina, llegaron paquetes de leche en polvo. Vinieron otras a colaborar en el armado del espacio. Le empezamos a agarrar la mano a cocinar una olla enorme de leche con cocoa y a disponer bolsitas con porciones de meriendas caseras. Ensayamos la mejor forma de disponer la gratiferia, la ropa organizada y limpia, los juguetes en canastos. “Llévate lo que precisas” es fácil de decir pero difícil de practicar en el mundo del revés.

Así fueron pasando los sábados, llegaron más vecines y llegó el frío. Nos empezamos a conocer, a saber nombres, historias, alegrías y dolores. Llegaron también ideas nuevas, propuestas artísticas. La plaza se volvió espacio de encuentro y entramado, y entre taza y taza de cocoa surgieron nuevos vínculos. Ajedrez, juegos y corridas, confidencias y afectos, abrazos.

Es que la emergencia no es el COVID y nosotras lo sabemos. El COVID llega a instalarse sobre un territorio de precarización y desigualdades. Y nada cae “por igual” sobre lo diferente. Los modos y efectos de la cuarentena “voluntaria” vienen a mostrarnos una vez más y con crudeza cómo se ha atacado la vida. Nos instaron a cuidar, apelando a la responsabilidad individual, familiar y social. Como si fueran cajitas que se contienen una dentro de otra; como si tuvieran límites precisos y contornos definidos; o como si cada une de nosotres pudiera encajar cómodamente en cada una. Cuidar como imperativo, sin nombre y sin cuerpo, es pedirle a algunas personas que se recarguen y a otras que se sacrifiquen. Para nosotras cuidar es otra cosa.

Cuidado es el sostén cotidiano de la vida, cuidado es aquella parte invisibilizada de la economía que practicamos las mujeres puertas adentro y puertas afuera. Cuidado es también encontrarnos, cuidado es también inventarnos los modos para vivir vidas vivibles y dignas. Cuidado es lo que tejemos desde siempre, cuidado. Cuidarnos no es encajonarnos, cuidarnos, para nosotras, es desconfinar. Desconfinar como acto político de resistencia que despliega potencia rebelde y nos contagia solidaridad ante tanta indiferencia.

También sabemos que no hay novedad en el hambre, ni en el aislamiento, ni en la precarización laboral, ni en la inaccesibilidad a la vivienda digna, ni en la sobrecarga de cuidados sobre las corporalidades femeninas. La pandemia fue un sacudón que empezó a resquebrajar y desarmar lo que apenas estaba sostenido. Y en esas grietas se activó la experiencia de resistencia comunitaria de nuestro pueblo. En pocos días se abrieron ollas, acopios, meriendas, en todos los rincones. Preparar la olla colectivamente allí donde la violencia y la precarización se recrudecen es algo que el movimiento social y popular de este país ya ha sabido hacer. Y no, no han borrado esa memoria.

Desplegamos creatividad y la red se siguió moviendo y expandiendo. Se sumaron Papina de Palma, Eli Almic, Lu Mocchi y Majo Hernández para ofrecer su música y así surgió “una red de gestos, música en tu casa”. Las rifas se sucedieron a lo largo de las semanas y lo que hemos recaudado se ha convertido en gestos compañeros entre ollas y canastas de otras colectivas amigas. Llegaron a la olla de Capurro, a la del barrio Nuevo Comienzo en Santa Catalina; se convirtieron en canastas en manos de Meteles que son Pasteles y O.T.R.A.S. Han viajado hasta Maldonado y Paysandú en manos de las compañeras feministas. Se han adentrado por varios caminos y siguen circulando y creciendo.

Asistimos a un recrudecimiento dijimos, y no, no hablamos solo del COVID. Sentir de cerca la violencia de la desigualdad nos lleva a organizar la rabia, mientras pensamos y re pensamos estrategias de sobrevivencia y autocuidado. Habitamos este espacio de militancia y encuentro que es la plaza, y el encuentro con otres y el sabernos juntes en la construcción de este espacio colectivo nos impulsa y nos da vida. Poner el cuerpo y reconocernos en la lucha, desde distintas miradas, nos deja ver que no estamos tan soles y que la salida es siempre colectiva.

Sostenemos y reafirmamos que la resistencia es desde abajo, con otres y en comunidad, suturando con paciencia la trama que el sistema rompió. Las meriendas de los sábados se tratan de eso: de una taza de cocoa y una torta casera preparada con amor y rebeldía; de redes que se tejen para acerar una campera o un cochecito de bebé; de encontrarnos para sostenernos, sin violencias ni destratos, construyendo un espacio al que queramos regresar sábado a sábado. Se trata, en definitiva, de desconfinar las salidas. Nos instalamos en la plaza porque sostener la vida ha sido históricamente nuestra tarea y transformarla es nuestro deseo.

La merienda popular de Minervas se realiza los sábados de 15:30 a 17:30 en la plaza de Ferrer Serra y Democracia.

Por aportes o donaciones podes contactarnos por las redes de Minervas (Fb: Minervas / Ig: Minervascolectivofeminista), los siguientes teléfonos 096129858 – 092802390, o acercarte un sábado a la plaza.