Esa certeza fugaz
Amador Fernández Savater dice que estamos en un colapso psíquico, ambiental y social. No elegimos este momento. Querríamos no estar en él, pero se nos impone. Pese a todo algo insiste, algo desde muy adentro nos susurra que sabemos (porque en pequeños instantes hemos experimentado esa certeza fugaz) que es posible vivir de otro modo.
Estas últimas semanas fuimos testigos (de a ratos pasivos, de a ratos activos) de múltiples noticias. Son noticias que no parecieran a simple vista tener relación entre sí.
Por una parte llevamos semanas tomando agua no potable. “Agua bebible” nos dijeron pero que, ahora sabemos, posee escandalosos niveles de cloro, sodio y trihalometanos cuya presencia se ha asociado en numerosos estudios con diversos tipos de cáncer.
Por otra parte, un senador de la República fue acusado de explotación sexual de menores y, aunque el propio Presidente de la República y el Ministro del Interior en funciones lo respaldaron públicamente y en plena investigación de Fiscalía, ahora reconocen que habría elementos suficientes para la causa. En dicha investigación surgió el nombre de un amigo del Senador que sería quien contactaría a los menores para que el Senador explotara a piacere. Sebastián Mauvezín fue hasta hace un día profesor de Historia en el Liceo Militar, dependiente del Ministerio de Defensa, al igual que el Batallón No.14.
También esta semana y luego de años de búsqueda incansable emergió de la tierra un cuerpo. No sabemos aún a quién pertenece, pero sí que fue un enterramiento primario (no fue trasladado sino una vez asesinado, enterrado allí). Su cuerpo tenía cal debajo y encima y por si fuera poco, había sido tapado con una loseta de material en el infructuoso intento de borrar este crimen y garantizar la impunidad. Venganzas de la historia, la cal que usaron para borrar las huellas de su vida y su cruel asesinato, es la misma que permitirá conocer su ADN y la causa de su muerte.
¿Tienen relación todas estas impunidades? Creemos que sí y que estamos frente a un momento de rasgado de muchas losetas de impunidad. Impunidad de explotadores sexuales, de depredadores ambientales, de perpetradores de crímenes de lesa humanidad.
Quizá aún no tengamos muchas palabras para nombrar estas relaciones pero cada quien escucha una insistente voz en su interior que intuye que son parte de una misma trama. Y también sentimos, que una otra trama se ha venido tejiendo entre quienes en su humilde y silencioso trabajo, manejan una retro excavadora, trabajan en la OSE como funcionarios o son niños (explotados sexualmente por ser pobres) que se animaron a denunciar.
El capitalismo nos ha puesto en esta encrucijada: la vida ya no es posible si todas estas impunidades y muchas otras, se mantienen incambiadas. No elegimos este momento. Querríamos no estar en él, pero se nos impone.
¿Estaremos a la altura de ver todas estas relaciones? ¿Podremos politizar las indignaciones que nos causan y construir resistencias múltiples pero resonantes entre sí?
¿Podemos decir como en un grafiti del 2019 en Chile, “no era depresión, era capitalismo”?
No era un abusador suelto, un enfermo mental aislado, un pedófilo, es una red de trata que se aprovecha de quienes no tienen más que ofrecer que su propio cuerpo para obtener un perverso placer. No es una sequía, es el efecto de un modelo productivo que explota, exprime y agota los recursos comunes (el agua, la tierra y a nuestros cuerpos) para extraer ganancias que se guardan unos pocos.
¿Podremos llegar a nombrar que “mi” ataque de pánico, “mi” crisis de ansiedad, “mi” angustia, no es solamente mía, sino el resultado de una vida que no logra construir sentidos porque se nos dice una y otra vez: no hay más allá de las relaciones mercantiles?
Pese a todo algo insiste, algo desde muy adentro nos susurra que sabemos (porque en pequeños instantes hemos experimentado esa certeza fugaz) que es posible vivir de otro modo. Que nada puede evitar que imaginemos otras relaciones y otros repartos posibles de los bienes y los afectos. Que estas luchas son una sola: la vida que insiste, a pesar de todo, en desplegarse contra el viento de la depresión capitalista que parece inmovilizarnos.
Mientras existamos habrá malestar, porque la personas no somos números, votos, objetos de intercambio y nunca lo fuimos. Porque sabemos que una caricia a tiempo, un abrazo, un pensar juntas y juntos, un construir trama de cuidados sigue siendo lo único importante para que no se apague la posibilidad de otros mundos.
No elegimos este momento. Querríamos no estar en él, pero se nos impone. Necesitamos un esfuerzo más para elegir amplificar los susurros que sabemos nos habitan. Elijamos creer que es posible. No tenemos nada que perder, más bien bastante que ganar.