América Latina

Mast´aku feminista: Para que las almas de nuestras hermanas se sientan seguras al volver a casa

15 noviembre, 2020

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Claudia Lopez Pardo

Mast´aku feminista: Para que las almas de nuestras hermanas se sientan seguras al volver a casa

En la Fiesta de Todos Santos en Cochabamba, desde La Aquelarre Subversiva organizamos un Mastak´u feminista. Queremos traer a la memoria a nuestras hermanas que han sido asesinadas este año, tratando de conectar la sanación con las luchas que seguimos dando, mientras buscamos justicia y libertad en estos tiempos tan convulsos y violentos. 


Es primero de noviembre en Cochabamba, hace días que venimos planeando y organizando lo que hoy se concretaría en el armado de nuestro Mastak´u (1) feminista con nuestras compañeras de La Aquellarre Subversiva. Sol y yo nos encontramos en el mercado La Cancha para hacer las últimas compras: el dulce para la mesa, una coronita para la puerta de casa, piñas para el jugo,  y verduras para el fideo uchu. Recorremos las calles con la certeza de sentirnos acompañadas una de la otra en un contexto en que los casos de Covid están disminuidos y la guerra de la polarización parece estar en tregua por la fiesta de Todos Santos. Sin duda, se siente en el ambiente que la población se prepara para recibir a sus muertos, la gente camina entre el afán y el apuro, y nosotras seguimos el flujo humano que recorre las calles entre la diversidad de oferta, que en esas fechas, está coloreada de morado y negro, colores típicos de la muerte. En todo lado, se respira vida y memoria.

Paralelamente, nuestras compañeras están en el armado de la mesa con las masitas y tanta wawas elaboradas el día anterior. La casa de una compañera es el lugar de encuentro para recibir a las muertas por feminicidio(2). En el camino, Sol me indica que haremos una parada por su casa. Ella vive en una zona que tiene plaza y hasta un centro de monjitas, al parecer es un barrio familiar y “seguro”. Le transmito esa primera sensación, sin embargo esto cambia con su relato. Se activan nuevamente nuestros sentidos de alerta cuando ella cuenta que hace un año, ella y sus vecinas recogieron el cuerpo de una chica joven que unos hombres arrojaron de un taxi. “Lo primero que hice fue tomarle el pulso. Estaba viva” señala Sol. “Era evidente que fue sedada, y violentada para luego dejarle abandonada”. Tras el relato, conectamos nuevamente con que las mujeres no estamos seguras en ningún lado, ni en las casas ni en los espacios públicos donde compartimos fiesta en una sociedad donde la violencia sexual está naturalizada. Tragamos saliva para seguir camino.

El relato de Sol nos trae la memoria el asesinato de Betsabé de 24 años, que en septiembre de este año fue asesinada por el policía Adán Boris Mina Alanes, quien le disparó en la cabeza, le descuartizo y escondió su cuerpo para encubrir su delito. La búsqueda de justicia y la acción de las tramas familiares en los casos de femincidios son cada vez más contundente ya que generan presión en el sistema judicial y en las corrompidas instituciones policiales. La movilización y la búsqueda imparable  de Betsabé, realizadas por su madre y familia, fueron la garantía para su encuentro. Su caso destapó, nuevamente, varios hechos de policías implicados en violencia machista y/o feminicidios en un contexto en el que la justicia institucionalizada, la mayor parte del tiempo, nos revictimiza a las mujeres, exculpando o encubriendo a los responsables. La fuerte presión e indignación social por el feminicidio de Betsabé produjo que su asesino tenga una pena de treinta años, medida que intenta reparar la desconfianza generalizada de las instituciones encargadas de tratar la violencia en la sociedad boliviana.

Muchas de las historias de las mujeres están llenas de violencia y tienen preguntas no resueltas ¿Qué habrá pasado con la joven que encontraron Sol y sus vecinas? ¿Qué habrá sentido al despertar? ¿Pudo contar a otras y hasta a sí misma la historia de violencia que le atravesó? ¿Le habrán creído?

Las preguntas sin respuesta de una sociedad que impone el mandato de violación (3)

Las dudas y las nuevas culpas que caen sobre las mujeres cuando deciden hablar o cuando se develan las violencias sufridas son signos de la naturalización de la cultura de violación en una sociedad profundamente machista. Las reacciones se dirigen principalmente a cuestionar el silencio ¿Es acaso fácil para las mujeres hablar de las violencias cotidianas? ¿Qué es lo que sucede cuando una mujer está recibiendo violencia en su casa y ésta escala hasta acabar con su vida? Si miramos los datos y las causas de muerte de la mayoría de los feminicidios, estos se producen en el seno de los hogares, las mujeres están muriendo en manos de esposos, novios, y o varones de sus familias. Lo datos de infanticidios producidos durante la actual crisis pandémica develan una de las realidades más crueles, las niñas convivían con sus agresores en hogares violentos e inseguros, mucho antes de las cuarentenas que evidencian que lo que se quiere guardar como privado está profundamente conectado con una realidad imposible de esconder. Por esa razón, las mujeres y sus tejidos familiares están sacando los casos a los espacios públicos para romper con el mandato de silencio social (impuesto por instituciones y sectores) que nos quieren calladas.

Así, la lucha de las mujeres y feministas que busca reconectar las violencias producidas en los espacios privados quiere poner sobre la mesa el debate sobre la intensificación y la naturalización de la violencia sexual, en una sociedad atravesada por múltiples crisis, además habitada por un flujo polarizante que nos tensiona y sobresalta desde hace más de un año. Nuevas y viejas violencias continúan desarrollándose con ciertos mensajes propios de un lenguaje que quiere preparar los cuerpos para su disciplinamiento ¿Qué nos quiere transmitir una sociedad donde se está legitimando cada vez más la cultura de violación?

Escribo esta nota mientras se va aclarando el caso de Abigail (4), de 5 años cuyo cuerpo fue arrojado al río en Chimoré en el feriado pasado. Se sospecha de un familiar, a quien se le acusa de haber abusado de otras dos niñas. Pasaron ya siete días desde el feriado de muertos, y la secuencia y la crueldad de las muertes de niñas persisten, el feminicidio de Abigail forma parte de una sociedad que plantea nuevas restricciones y miedos para las mujeres de todas las edades. A Abigail, Betsabé y a las otras 100 mujeres las asesinaron varones que crecieron en el seno de una sociedad que afirma, sostiene y produce valores sobre cómo ser hombre, y cómo disciplinar el cuerpo de las mujeres. La violación y el feminicidio son acciones de poder y dominación cuyo trasfondo imprime un castigo moralizador sobre nuestros cuerpos. Por lo tanto, la producción de justicia para cada caso contiene también un mensaje que nos comunica algo.

Buscamos producir libertad y justicia a partir de la memoria que reta a la ley patriarcal

Si en el contexto actual miramos con preocupación la avanzada y la naturalización de la violencia en una sociedad profundamente conservadora y patriarcal, las mujeres nos planteamos entender mejor y politizar las opresiones y las agresiones que se están imponiendo en los espacios públicos y privados. Preparar con cuidado el recibimiento de nuestras muertas en la casa de nuestra compañera, significó para nosotras, reparar y sanar, en parte, los dolores y el miedo de las mujeres a quienes les tocó convivir bajo un mismo techo con sus agresores. “Que  las almitas nos visiten sin miedo” dijimos. En flujo dinámico organizamos las tareas de la elaboración de tanta wawas y de figuras como el sol y la luna, las escaleras que unen los mundos, los animales y símbolos que se requieren para lograr una ofrenda que nos acercara a las tradiciones y a la vez las recreara. Desde ese sentido, compartimos entre nosotras una tarde de trabajo, conversa y afecto organizando los preparativos de nuestro masta´ku. El domingo primero a las 12 del mediodía, hora en la que se reciben las almas, con nuestra mesita lista, nombramos a todas las muertas, las trajimos a la memora y las recibimos a puerta abierta en un lugar seguro donde circularon niños, mujeres de diferentes edades que en tejido generamos un espacio de convivencia segura para todo aquel que nos visitara.

El lunes 2 despedimos a nuestras muertas y como es “uso y costumbre” levantamos la mesa colorida y repartimos todo lo que habíamos creado, elaborado y compartido con las almas. “Por nuestras muertas, ni un minuto de silencio, toda una vida de lucha” dijimos, trayendo a la memoria latente que las mujeres estamos produciendo justicia a partir de nuestras prácticas sin dejar de mirar los mecanismos ortodoxos y convencionales de la justicia legal.

Aprendimos de Silvia Federici que la revalorización del espacio íntimo privado, que pone en el centro la reproducción de la vida como lugar de fuerza, nos ayuda a dimensionar en la urgencia de cuidar y repensar el hogar como nicho o territorio libre de violencia. Desde ahí nos inunda la certeza que  Abigail tendrá un lugar en nuestra ofrenda del próximo año, mientras seguimos luchando contra todas las violencias machistas. Nosotras, nuestras tramas diferentes, diversas y hermanadas traeremos a la memoria su vida, así como el latido de otras mujeres que han muerto en manos del patriarcado que nos quiere calladas, disciplinadas y sumisas. Nuestra lucha contiene un deseo: que ningún varón crea que el violentar, abusar, y matar a una mujer es algo normal. Nosotras sabemos que solo nuestras acciones que nombran todo lo que vivimos y habitamos posibilitará repolitizar lo que esta sociedad trata de esconder. 

 

 

(1) Mesita u ofrenda para quienes han muerto

(2) Para el 5 de noviembre los feminicidios son 100. Puede verse nota de www.paginasiete.bo 

(3) Se pueden profundizar y analizar los mandatos en el libro “Las estructuras elementales de la violencia” de Rita Segato (2010). La autora afirma que la violación es un hecho de poder, constituye una problemática social y no la conducta aislada de un criminal.

(4) Sobre caso Abigail puede verse nota en www.paginasiete.bo