Nos mudamos
En pleno aislamiento nos mudamos, cambiamos de casa. Un regalo que nos hicimos para festejar los primeros seis años de Zur.
Nos vamos a una nueva, con todo lo viejo a cuesta. Con nuestras vidas, sueños y luchas. Con las historias, con quienes las escriben, con quienes las leen y al leerlas las actualizan, las relanzan, las renuevan.
Nos vamos a una más cómoda, donde encontrarán todo lo que hasta hoy hemos hecho y donde podremos lanzar nuevas iniciativas.
Nos vamos a una más linda, aunque nos da pudor que la viejita se nos enoje, porque si algo tuvo, en su simpleza y sencillez, fue belleza, mucha. Será la acumulada de toda la gente linda que por ella pasó.
Una mudanza, para quienes ya estamos acostumbradxs a fuerza de precariado, es siempre una oportunidad para repensarnos, para preguntarnos qué cosas ya no cargar y cuáles sí, para reacomodar el espacio, los objetos y los afectos.
Una mudanza es buena para repasar lo vivido, los aciertos, los errores. Ser generoso con el trozo de vida pasada, para que lo que venga sea más potente, más fértil, más bueno. Sirve para recordar y agradecer.
A vos, nuestra casa vieja te queremos agradecer por aguantarnos, por recibir a quienes nos visitaron con su palabra, con sus búsquedas, con sus dudas y preguntas. Gracias por aguantar hasta el final, con la legua afuera y varias funciones caducas.
Nosotres recordamos la primera reunión en la calle Zapicán. El primer grupo que pensó Zur mucho antes de salir a la vida (no le digan a nadie pero fueron muchos meses, año y pico). Las primeras diez notas con las que completábamos la portada. Recordamos los tragos amargos, que también hubo, porque sabemos que sin ellos no seríamos así. Estamos en contra de toda narrativa heroica y victoricista. No nacemos de gajo y somos también nuestros machucones.
En estos seis años muchas cosas pasaron en nuestras vidas. Y más acá o más allá las hemos vivido juntes. Porque si algo tiene este pequeño colectivo que sostiene Zur es que compartimos la vida. Muchxs de nosotrxs además somos amigxs. Nos vamos tejiendo con otras y otros en comunidades de afinidad más amplias.
Cada quien hace desde su lugar elegido, siguiendo lo que le marca su potencia creativa. Sin centro de mando ni grandes elucubraciones estratégicas, pero haciéndonos cargo de nuestra parte, de lo que a cada une le toca. Y cuando no se puede, no se puede. Ni modo, volvemos a empezar. Conversamos, ajustamos los proyectos a las fuerzas y potencias de todxs y cada unx. Siempre tenemos planes.
Nuestro eslogan, pueblo de voces, ha dado para muchas confusiones. No somos la voz del pueblo ni pretendemos serlo. Sabemos que la vida popular es variada y múltiple, y que cualquier representación que pretenda ser totalizante es una camisa de fuerza que empobrece y asfixia. Pero también sabemos que para poner la voz hay que poner el cuerpo. Nuestro aporte a la pluralidad de voces es poner la nuestra y ayudar a que la trama que vamos tejiendo con otres también lo haga, porque al silencio no volvemos más. No pretendemos que hablen todos, eso siempre es un ejercicio confusional, preferimos un nosotres concreto.
En estos días iremos despidiendo la vieja casa. Los invitamos a hacer lo mismo: como en toda mudanza, revisar los papeles y las notas, elegir cuáles se quedan atrás y cuáles nos siguen acompañando.
Como en toda mudanza habrá una celebración para inaugurar la nueva casa, aunque por las circunstancias no sepamos cuándo va a ser, nos invitaremos a festejar.
No tenemos otra pretensión que encontrarnos, seguir juntos imaginando y haciendo vidas y mundos otros, aquí y ahora.
Será cuestión de organizarse y ser milimétricamente meticulosxs para realizar todos nuestros sueños.