Para pensar al fascismo: sobre la pulcritud de la unidad y las amenazas corruptoras.
Uno de los pilares conceptuales del fascismo es la asimilación de Pueblo y Nación así como la asociación de que todo lo que está mal son agentes corruptores internacionales. Las líneas que siguen pretender aportar a pensar las lógicas que permiten la emergencia actual de la ultraderecha en el mundo.
El fascismo se nutre de la tradición del nacionalismo prusiano, esto significa que es idealista, romántico, esencialista, evolucionista, trascendentalista y racista. Es la construcción de un relato teleológico hobbesiano en el cual hay un destino manifiesto que marca que la “Nación” está destinada a la grandeza. En esta concepción también se liga la nacionalidad a una serie de atributos culturales y biológicos esenciales, que serían inmutables y que determinarían quién es y quien no es parte de la “Nación”, o sea la idea de nacionalidad está fuertemente ligada a la de “Raza”.
En este relato solo habría una “Nación” dentro de los territorios del Estado (o sea la concepción de Estado-Nación), esa “Nación” y ese “Pueblo” estarían unidos perse por un vínculo milenario y un destino común. Esto genera el mandamiento de que todos los individuos trabajan por la sociedad y se solidaricen entre sí. Pero al mismo tiempo genera una desconfianza permanente de los individuos que no serían parte de esta nacionalidad. Incluso este relato concibe que es un gesto de “justicia social” y de “igualdad” obligar a los individuos y grupos étnicamente distintos a los de la mayoría nacional. La asimilación y el etnocidio se vuelven algo totalmente naturalizado e incluso glorificado. Recordemos que en esta concepción o se es parte del “yo nacional” o se te extermina. Por lo general cuando los grupos minorizados étnicamente se resisten a la asimilación forzada es que ahí vienen las estrategias y lógicas de exterminio.
Esto es lo que ha dicho en reiteradas veces el actual presidente brasileño Jair Bolsonaro y muy poca gente de izquierda se ha dado cuenta. El pasado 5 de diciembre de 2018 (a menos de un mes de asumir la Presidencia) Bolsonaro dijo públicamente que “Los indios quieren integrarse a la sociedad (…) Los indios quieren energía eléctrica, quieren médico, quieren dentista, quieren internet, quieren jugar fútbol. Quieren lo que nosotros queremos. (…) Aquí en Brasil, algunos quieren que los indios continúen dentro de una reserva como si fueran animales en zoológico. Yo no quiero eso. Yo quiero tratar a los indios como seres humanos, como ciudadanos”(1). Lo que está planteando aquí el líder ultraderechista es que hay solo una forma de ser brasileño y que aquellos que tengan una tradición cultural distinta a la de la sociedad nacional dominante, deben asimilarse. También deja entrever que la soberanía indígena, o sea el derecho particular a tierras y territorios de los pueblos indígenas es visto como una aberración, como “zoológicos”. Y es porque en su concepción sólo existe la soberanía nacional, la soberanía del Estado Nacional, por lo cual la soberanía indígena debe desaparecer.
A pesar de las protestas de la APIB (Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil) en diciembre de 2018, el 2 de enero de 2019 siendo ya Presidente del Brasil, Bolsonaro transfirió la potestad de la demarcación de tierras indígenas desde la FUNAI (Fundación Nacional del Indio) al Ministerio de Agricultura y en su argumento volvió a decir que le parecía preocupante que el 15% del territorio brasileño fueran tierras indígenas y quilombolas y que haría todo lo posible para “integrar” a los pueblos indígenas como “ciudadanos” y “brasileños”.
Es que el relato de la “Patria”, del “Pueblo”, de la “Nación” y de la “Raza” como sujetos indivisibles, perfectos y armónicos lleva a concebir a cualquier grupo étnico y religiosos minorizado como una amenaza. Y a cualquier ideología que plantee la conflictividad social como un “agente corruptor”. Esto se puede ver en el particular odio histórico hacía las corrientes marxistas y más recientemente el odio hacía el feminismo y el antirracismo.
El anti-comunismo dentro de las ideologías reaccionarias no solo se debió a que los movimientos socialistas llegaron a suponer serias amenazas al establishment en distintas épocas, sino por su contenido teórico central. Las ideas de “lucha de clases” y de “internacionalismo” son una aberración para el fascismo. La idea de que la sociedad no es armónica sino que está en disputa, está dividida en clases y que esas clases se odian es una aberración. Esto se ha podido ver en varios momentos en el pensamiento ruralista en el Uruguay. De ahí la frase de “la familia rural”, que engloba a terratenientes y peones por igual, trabajando en común por el “campo uruguayo”. Y en la faceta internacionalista que siempre tuvo el marxismo y el anarquismo (aunque el stalinismo trató de hacer una síntesis nacionalista del marxismo que ha ocasionado muchas confusiones ideológicas) los sectores reaccionarios ven el accionar de potencias extranjeras cuyo único interés es debilitar a la nación. Esto lo podemos ver en concepto utilizado por la Dictadura Cívico-Militar de Uruguay (1973-1985) de “Comunismo Internacional”. Lo mismo en el desprestigio que hacen los sectores ultra-conservadores del sistema internacional de derechos humanos de las Naciones Unidas.
El esfuerzo cada vez más contundente de los sectores fascistas de enfrentarse contra el feminismo y el movimiento LGBT+ se debe a que estos cuestionan las relaciones de poder dentro del círculo familiar y en las relaciones afectivas. Si para los fascistas el Estado y la Nación son unidades indivisibles, la familia heteronormativa y patriarcal es el corazón de su sistema. Por lo cual el feminismo sería para ellos la prueba contundente de la penetración de agentes foráneos y de la corrupción moral de la sociedad. Sería la máxima representación de la decadencia moral de la sociedad. Una sociedad que solo se salvaría bajo una restauración conservadora. Este relato conservador sobre los valores de la familia heteronormativa y patriarcal también sirve de argumento para discriminar y reprimir a los sectores marginados de la sociedad. La liviandad sexual y las formas de familia no nuclear son siempre uno de los principales argumentos para justificar políticas punitivas contra estos sectores, tanto en 1930 como en 2019.
Y aquí viene otro de los factores que gestan el pensamiento reaccionario, la concepción de virilidad masculina. El fascista es un soldado, un luchador, un Hombre que redimirá a la Nación. De ahí el rol destacado que tienen los personajes militares en este relato. Y es por eso que el obrero industrial entra en escena, especialmente el metalúrgico y de otras industrias pesadas. El obrero de industrias pesadas entra como icono de un sujeto viril que con su esfuerzo construye y mantiene a la Patria. La única forma de que una mujer entre en este relato es que sea una mujer viril, osea una mujer asimilada al mundo masculino. Una Margaret Thatcher o una Marine Le Pen, pero jamás una mujer “femenina”(o lo que ellos consideran como “femenino”).
Y es cuando hablamos de concepciones sobre los géneros que debemos mencionar la otra raíz del pensamiento fascista. Además de la tradición del nacionalismo prusiano está la tradición judeo-cristiana. La idea de una religión o sistema de creencias y símbolos que pueda ser universalizable, que abarque a toda la humanidad, y que aquellos que no comparten mi sistema de creencias son seres sin “gracia” (sin “gracia” de Dios, son desgraciados), seres de segunda o vinculados con el demonio y por lo tanto se los debe exterminar. Bajo esta concepción del medioevo (pero que sigue hasta la actualidad) queda justificada y naturalizada la marginación de sujetos que no vivan de acuerdo a las “buenas costumbres”. Ahí entra el concepto de “corruptores”, seres enviados por el demonio para corromper a la humanidad y sacarla de la gracia divina. Esos “corruptores” son ajenos a Dios. De ahí que los corruptores sean feministas, marxistas, anarquistas, minorías étnico-raciales, defensores de derechos humanos, diversidades sexuales, defensores del medio ambiente, activistas de todo tipo y seres marginados y no aceptados como prostitutas, trolas, putos, travas, lumpens, cafiolos, borrachos, chorros, drogadictos, ñeris, planchas, bichicomes y otros. Los marginados de todo tipo son concebidos como la prueba de la degeneración moral de la sociedad. De ahí que el fascista se piensa como el único capaz de salvar a la humanidad de sus miserias morales.
El fascista también se piensa como defensor de la Nación y de la Cristiandad (o judeidad en el caso de Israel) frente a los agentes foráneos que la vienen a atacar. No fueron casualidad los argumentos que utilizaron tanto en Argentina como en Chile para desprestigiar y justificar la represión al pueblo mapuche. En Argentina utilizaron el criterio nacionalista, acusando a los mapuche de ser bancados por “Inglaterra” para dividir a la Argentina (concibiendo también que la Argentina es blanca y no indígena, por lo cual no tienen validez el reclamo indígena). En Chile se utilizó el criterio de que algunos grupos radicalizados mapuches quemaban iglesias con niños adentro(3), esto para representar a los mapuche como agentes demoníacos y totalmente deshumanizados. En Europa ha sido principalmente por el criterio racial-nacional. La ultraderecha crece en todo los estratos sociales y como respuesta a la gran diversidad cultural. La ultraderecha europea quiere volver a crear una Europa blanca y cristiana, sin inmigrantes y especialmente sin musulmanes. Mucha de la gente que se suma a grupos neonazis en Alemania lo hace con la intención de “salvar” a Alemania de la amenaza de los “turcos” y musulmanes. Y no nos olvidemos de los atentados y posterior masacre del 22 de julio de 2011 en Noruega, donde un ultraderechista autoidentificado como “Cruzado” voló el distrito gubernamental de Oslo y masacró a sangre fría a más de 60 muchachos (tenían la mayoría entre 14 y 16 años) de la Juventud del Partido Laborista Noruego. Este asesino en masa se consideraba un “cruzado” defensor de la cristiandad y de Occidente frente a las desvirtuaciones que generaba la agenda multicultural (que en su criterio era impulsada por marxistas) y la creciente amenaza de los musulmanes (los cuales a su criterio tienen un proyecto de establecer un Califato Teocrático en Europa).
El relato del Pueblo y el relato conspiracionista internacional por parte de los fascismos hace repensar a muchos sectores de izquierda que en determinados periodos históricos incorporaron esos relatos. Los tiempos actuales nos demandan un activismo internacionalista muy fuerte, pero al mismo tiempo conectarnos con las luchas concretas en espacios territoriales concretos. Saber articular lo global con lo local y viceversa. También nos llama a repensar el concepto de pueblo, o por lo menos cuestionar la asociación entre un Estado y un Pueblo. El problema no es la reivindicación de una identidad étnico-racial sino la asociación entre una determinada identidad étnico-racial y el Estado. Osea el problema es pensarnos que somos todos blancos, cuando no todos lo somos. El problema es pensarnos como “yo nacional” y no como múltiples yo que no necesariamente son nacionales. En ese sentido creo que es momento de empezar a hablar de “Pueblos” en plural y no “Pueblo” en singular. Al mismo tiempo debemos reconocer las contradicciones de nuestro tiempo. No tenerle miedo al caos y no tenerle miedo a la lucha. Y tal vez como decía Foucault en el anti-edipo renunciar a las pretensiones de perfección y a las pretensiones de la “Unidad”(5). Si debemos estar coordinados y establecer redes de solidaridad, pero las pretensiones totalizantes son otra cosa. Sino estaremos ayudando a incubar el huevo de la serpiente.
(1) Desinformémonos.
(4) El País.