Tenemos furia! Hilos de rebeldía hacía Julieta Kirkwood
En otros abriles nació y murió la feminista Julieta Kirkwood, esa chilena de pelo desordenado, que hablaba poco, escribía mucho y pensaba mientras tejía. Una de las teóricas feministas del cono sur de la década del 80, la que recuperó archivos, las que se organizó junto a otras en el movimiento de mujeres post dictadura, la que conectó el autoritarismo militar con el patriarcado de cada casa.
Tengo ganas de sacar de los archivos
de escondidas historias femeninas
sus gestos, sus urgencias, su prisa y su ira
Julieta Kirkwood
«En en sentido más humanamente cierto quisiera decir el feminismo soy yo» escribió Julieta Kirkwood en 1983. Recuperando esa clave del partir del sí que tan útil ha sido para nosotras me dispuse una vez más a su encuentro, con la excusa de su aniversario. Aunque conociera de ella algunas pistas fueron otras las que me la presentaron más en detalle, fueron las feministas uruguayas la que me llevaron a buscar sus libros y a leerla. La que sigue en estas páginas es la Julieta que mientras escribía mi tesis de doctorado me prestó su amor por los archivos y por las luchas pasadas [1]. Estas palabras que siguen son mis propios hilos hacia su furia.
Democracia en el país y en la casa
En los años 80, desde la resistencia a las dictaduras y en el proceso transición a la democracia institucional las mujeres del cono sur se organizaron para cambiar la vida, ampliaron el debate de lo que se entendía por autoritarismo, denunciando todos los espacios de jerarquía patriarcal. Los aportes de Julieta Kirkwood, desde Chile fueron una inspiración. Sus textos pusieron palabras a varios de los sentidos que estaban siendo desplegados. La consigna “Democracia en el país y en la casa” que tanto circuló en esos años apareció por primera vez en un texto escrito por ella y por Margarita Pisano [2] en el “Manifiesto feminista, demandas feministas a la democracia” [3] publicado en 1983 bajo la firma Movimiento feminista. Ese mismo año, en las Jornadas Nacionales de Protesta en Chile se comienza a popularizar la consigna en el Chile de la dictadura de Pinochet, y luego en el resto del cono sur.
En Chile, el movimiento de mujeres y feminista resurge y se revitaliza en la lucha contra la dictadura, se va armando desde las luchas de derechos humanos, desde las ollas populares y otras organizaciones que van conformando un feminismo popular, que compartía el rechazo a los modos tradicionales de hacer política, la rigidez y las jerarquías de las estructuras de los partidos. Margarita y Julieta eran amigas, habían compartido espacios en el Círculo de Estudios de la Mujer. El texto se venía pensando hacía casi un año, tenía la pretensión de volantearse en las calles, de seguir convocando a otras mujeres.
Venían ambas, junto a muchas otras, de realizar talleres en los barrios, de problematizar la ciudad y su lugar de mujeres, de hablar de sexualidad, de la vida familiar y de cómo habían vivido estos años del terror. De ese relato juntas van surgiendo preguntas e incomodidades, se va tejiendo rebeldía: “¿De qué libertad, de qué igualdad, de qué fraternidad, se estaría tratando? En ese momento, comenzamos a constatar que había profundas diferencias entre los postulados teóricos de igualdad, libertad, fraternidad y nuestra vida concreta. Esa comparación nos provocó una tremenda rebeldía, ¿por qué aquello que se dice no se ha practicado con respecto de nosotras también? Y esta rebeldía nos llevó inmediatamente al feminismo.(…)El feminismo es esta rebeldía”
En esos años saber quienes habían luchado antes empezó a ser una necesidad imperante. Julieta Kirkwood que desde 1972 era investigadora y profesora de ciencias sociales, devino en historiadora feminista, harta de que toda la historia fuera narrada por los hombres y desde la pregunta de por qué las propias organizaciones políticas también guardaban “piadoso silencio” sobre “la magnitud del aporte feminista”.
Su amiga Patricia Crispi, la que hilvanó sus textos, la recuerda a Julieta como tejedora. Recuerda que literalmente tejía con agujas en un rincón de una de las tantas reuniones de esos años. Patricia describe a su amiga, esa mujer a la que llamaban “la moza insolente” diciéndonos que tenía “sonrisa fácil y pelo desordenado, hablaba poco, escribía mucho y pensaba mientras tejía ideas de un tiempo lila”.
Era un tiempo violeta, de hondo debate feminista, pero también de mujeres organizadas que no siempre se auto nombraban feministas pero conformaban lo que entonces se llamaba movimiento de mujeres y que en sus textos Kirkwood nombra como tiempo de mujeres.
Ese gigantesco estar juntas las mujeres
Fue también en estos años que se realizaron los Encuentros Feministas de Latinoamérica y el Caribe (EFLAC), en el que se compartían experiencias, reflexiones y se planificarban acciones colectivas. El primero de ellos fue realizado en Bogotá en el año 1981 y allí se establece el 25 de noviembre como “Día contra la violencia hacia la mujer”. La propia Kirkwood lo describió como “la primera experimentación vivida de ese gigantesco estar juntas las mujeres”, dando cuenta de la efervescencia feminista en América Latina de esa década, de ese momento de descubrimiento y reconocimiento de la alegría de sostener espacios entre mujeres, aunque luego empezaran las tensiones.
Hay de esos encuentros sus propios registros corporales de esa vivencia de gozo, de plenitud, de lucidez: “y supe de la enorme e inacabada virtualidad del afecto, del goce y el placer multiplicado y afirmado; de la vitalidad lúdica e irreversible – casi- que se expresaba en el control de la reproducción en el grito mi cuerpo es mío.”
La Julieta teórica estaba pensando desde el movimiento. Escribió intensamente en los años más agitados del movimiento de mujeres. Escribió mientras creaba junto a otras el Circulo de Estudios de la Mujer, se rearticulaba el MEMCH 83’ y se gestaba la casa La Morada. Hay de ella fotos junto a su escritorio y fotos de su detención policial en la marcha del 8 de marzo de 1984. La nombran siempre inquieta, yendo de Santiago a Concepción o Valparaiso a distintas actividades de formación.
Murió en 1985, con menos de 50 años. Tenia cáncer, uno que arrastro durante los años más fértiles de su escritura. Murió joven, en medio de un tiempo de ebullición y fue duro para todas las feministas del cono sur. Para mi pensar en su muerte es conectar con el cansancio de su cuerpo, con el desgaste que se le habrá ido colando en cada pelea contra tanto machismo, en cuánta violencia habrá quedado impregnada en su cuerpo.
Sus textos -algunos a punto de ser publicados cuando murió- tienen trazos abiertos, son como lo llama Alejandra Castillo [4] una escritura fragmentaria, provisional. Lo que hoy leemos de ella es parte del trabajo de compilación y publicación que sus amigas feministas Sonia Montecino, Patricia Crispi, Ana María Arteaga y Riet Delsing hicieron entre 1986 y 1990.
No sé que hubiera sido de su pensamiento y su accionar en los años siguientes si siguiera viva. No sé si hubiera seguido desgastando amores con la izquierda o si como su cómplice Margarita Pisano hubiera elegido el divorcio y la profundización desde los espacios autónomos de mujeres. Sé que tenía esta preocupación en forma de pregunta «¿qué va a suceder con las reivindicaciones feministas que hoy se evidencian con fuerza creciente: volverá a ser tragada, fagocitada, la demanda por participación política de las mujeres, por la política partidaria?”
Tampoco sé que hubiera sido de su pensamiento y su accionar en los años siguientes, cuando el feminismo se fue institucionalizando en toda América Latina, pero se que su su teoría -que nos llega casi como fragmentos de poemas- nos recuerda de la irreverencia que se necesita mantener en cada nuevo tiempo de lucha.
Sacar la ira de los archivos
En 1983, publicaba en la revista Furia -el boletín de la Federación de Mujeres Socialistas Chilenas- bajo el seudónimo Adela H: “Tengo ganas de salir con carteles a la calle con carteles y encontrarme en multitudes para cambiar la vida”. Y año a año cada vez más mujeres se iban organizando en Chile y en Argentina, en Uruguay, en Brasil para cambiar la vida.
En la editorial de esa Revista -texto que escribió Julieta- decían que que no querían ponerse un nombre identitario, que no creían en las heroínas, y al recuperar el nombre elegido dan cuenta de ese pasaje en que la rabia se vuelve lucha: “Fue entonces que nos preguntamos cómo y qué sentíamos ahora, después de dos mil años de opresión y ocho años de dictadura (que ha puesto lo suyo, sin contrapeso, a la sumisión y degradación de las mujeres chilenas). Nuestra respuesta entonces fue unánime: «¡tenemos furia!»”. Agregaban que sería una furia no de golpes, sino una furia que les permitiera auto afirmarse en sus deseos: “Es hablar, romper el silencio de las mujeres y difundir lo que hablamos. Es escuchar y contar lo que escuchamos. Es pensar y dialogar entre nosotras para poder decir: «esto es lo que somos, y esto es lo que queremos ser»”.
Esa misma furia iba contra la dictadura que reprimía y que por su puesto no autorizó la publicación, pero también con los compañeros que tempranamente querían deslegitimar la lucha de las mujeres: “Y es también advenirles a nuestros compañeros, esposos, padres, hijos, tal como lo hiciera una obrera, luchadora, de comienzos de siglo: «camarada, ¿estoy acaso en contra tuya sólo porque digo que estoy más explotada que tú?»”
El feminismo como negación de todo autoritarismo
Escribió sobre uno de los sentidos que los feminismos fueron sedimentando en esos años y que constituye uno de los aportes fundamentales de los feminismos latinoamericanos: el feminismo es en si mismo la negación de cualquier autoritarismo. Son las feministas las que fueron conectando las continuidades del régimen autoritario con la estructura patriarcal familiar, y es Julieta la que escribe que el autoritarismo de la dictadura recurre a los autoritarismos subyacentes en la sociedad para reafirmarse. Su irreverencia hacía que no dudara en señalar con sarcasmo que en la familia hay oprimidos que oprimen y que la familia proletaria se parecía demasiado a la burguesa. En decir, la familia se estructura desde la indiscutida autoridad del jefe de familia, del padre, y es desde la familia que se institucionaliza la jerarquía y el disciplinamiento de ese espacio y de la vida toda.
Al hablar de autoritarismo mostraba las continuidades de lo que se quiere mostrar siempre como polarizado, mostraba los límites conservadores que eran tanto de derecha como de izquierda: “Podría decirse que más allá de la satisfacción o el repudio ocasionales, tanto las ideologías de centro, izquierda o derecha, asumían que la mujer estaba instituida en el ámbito de lo privado doméstico. (…) En el fondo, pareciera que lo que está en disputa por izquierdas y derechas…. Es quién cautela mejor este núcleo de valores del orden patriarcal que es –en nuestra opinión- la familia.”
El feminismo sacude y renueva el anquilosado debate sobre la clase social de esos años. Además de señalar que la democracia liberal no alcanzaría, que se necesitaba democracia en todas partes, incluida las casas, fueron aguda con la izquierda partidaria y porfiada en los debates teóricos. Kirkwood fue una de las que fue diciendo una y otra vez que la clave de la lucha de clases era insuficiente y que no había contradicciones primarias y secundarias y que la clase ni agota ni explica todas las dominaciones.
Su aporte en esos años permitió poner palabras a toda una lucha. Su insistencia en integrar patriarcado y capitalismo, era fuente de fuerza para otras. Esos ecos siguen en nosotras aunque aún le faltara la dimensión colonial que se fue incorporando en los años siguientes en los debates feministas, como tantos otras nuevas formas de entender tanto la dominación como la lucha.
Su honda crítica a esa sociedad patriarcal a la que llama lúgubre porque “nos arrastra – sin goce, sin deseo de plenitud, de llama y vida-, tozudamente, una y otra vez, a su juego /fuego de muerte, de tortura atroz, de aniquilación galáctica” resuenan en mi escritorio de teletrabajo docente en tiempos pandémicos.
Los hilos de su teoría -que nos llega casi como en poemas- han estado en nosotras, las precarizadas que vamos retejiendo trama en cada barrio, las que seguimos pintando pancartas, siendo libres con otras y otres, sabiendo que antes otras también lo hicieron. “lienzos/pancartas breves, como breves son las flores; feministas presas, golpeadas; escribimos, protestamos” decía ella, y una vez más aquí seguimos nosotras, escribiendo y luchando. De esos días de estar con otras Julieta recordaba decirse por lo bajo así misma «con este verbo desatado, con esta capacidad de juego en la vida, de placer, de gesto libre… Con todo esto, es cierto, no se constituyen civilizaciones de la manera conocida…« [5] En estos días de conectar con esta honda crisis civilizatoria, cierro los ojos para recordar nuestros cuerpos de gesto libre en las calles, las casas y las camas y vuelvo a confiar en que el feminismo vino para cambiarlo todo.
[1] Sosa González, Maria Noel (2020) De la orfandad al linaje. Hacía una genealogía de las luchas feministas del Uruguay post-dictadura”. Tesis para optar por el grado de doctora en sociología. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México.
[2] Arquitecta chilena. Integrante de Casa de la Mujer, La Morada y Las cómplices. Referente del feminismo autónomo latinoamericano en los años 90. Las referencias a la escritura del manifiesto aparecen en: Pisano, Margarita y Franulic, Andrea (2009) Una historia fuera de la historia: una biografía de Margarita Pisano. Santiago de Chile: Revolucionarias.
[3] Aquí puede leerse el Manifiesto Feminista
[4] Castillo, Alejandra (2007) Políticas del nombre propio. Santiago de Chile: Pilandodia
[5] Todas las referencias directas de los textos transcriptos pueden encontrarse en los siguientes libros: