Raúl Romero: 42 años del EZLN “uno de los corazones del movimiento anticapitalista”
Sociólogo y activista estrechamente ligado al zapatismo desde la academia, el periodismo y la militancia, el mexicano Raúl Romero refiere desde el presente sobre el vigor y la actualidad del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que al calor de nuevas prácticas ligadas al común y a la no propiedad atraviesa el mes de los 42 años de su formación.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) viene de celebrar 42 años de existencia tomando como fecha el 17 de noviembre de 1983 cuando un grupo fundó un campamento en la selva Lacandona para dar inicio a la primera etapa de organización del movimiento en comunidades indígenas de Chiapas.
Ese tejido silencioso irrumpió a nivel planetario poco más de una década más tarde cuando se levantó en armas el 1 de enero de 1994 para exhibir su oposición radical al inicio del Tratado de Libre Comercio de América del Norte suscrito por Canadá, Estados Unidos y México, entonces gobernado por Carlos Salinas de Gortari, emblema político del Partido Revolucionario Institucional.
Desde entonces el EZLN sacudió la escena política planetaria por plantear un ideario que, a contrapelo de la larga tradición de las organizaciones guerrilleras latinoamericanas, no tuvo como propósito acceder al control del aparato estatal sino -en palabras del intelectual John Holloway quien lo definió magistralmente en una rotunda frase- “cambiar el mundo sin tomar el poder”.
Tres décadas atrás y en un continente dominado por administraciones neoliberales, la aparición del zapatismo implicó una novedad capaz de delinear un nuevo horizonte para la imaginería social colectiva que fue esparciendo su ideario y sus formas sin nunca dejar de marcar que en los territorios específicos eran los colectivos locales las que debían encarar sus procesos “cada quién a su modo”.
La magnética figura del Subcomandante Insurgente Marcos (ahora devenido en Capitán en otra singular demostración de que allí los referentes “bajan” en lugar de seguir ascendiendo en la estructura) con su notable retórica literaria amplió las bases subjetivas del movimiento y propició su penetración saltando fronteras físicas e ideológicas.
Sin embargo, la del zapatismo no era una corriente estética sino que implicaba posicionamientos políticos bastante más jugados y extremos como generar “La Otra Campaña” capaz de burlar la lógica electoral y a contrapelo de la asumida por la oleada de gobiernos autodenominados progresistas que modificaron la foto del mapa latinoamericano a 10 años de aquella asonada chiapaneca.
Pese a que nunca se quedó quieto, desde aquel momento del calendario regional, el EZLN y sus bases fueron atravesando por diferentes momentos que a muy grandes rasgos podrían presentarse como un cierto cierre internacional y un profundo repliegue hacia las comunidades originarias potenciando en ese devenir al Congreso Nacional Indígena (que propició desde 1996) con el que procuró participar electoralmente en las presidenciales de 2018 sosteniendo la candidatura de la nahual Marichuy en unos comicios donde acabó imponiéndose Manuel López Obrador, primer mandatario de centroizquierda (con todas las comillas que se quieran colocar) en la historia del país.
Esa suerte de retirada de la discusión política internacional no impidió ni la realización de La Escuelita Zapatista (2013) ni que un par de años después anunciara “La Tormenta”, otra figura metafórica para explicar con aguda precisión y sin eufemismos los alcances de la nueva era mundial. En esa misma dirección llamó a ejercitar el pensamiento crítico frente a la hidra capitalista y también a conformar “semilleros” capaces de reunir experiencias autonómicas en las diferentes regiones del globo.
El contexto pandémico y el asedio de grupos paramilitares conllevaron una mayor cerrazón que fue revertida hacia el exterior cuando a finales de 2021 se lanzó la Travesía por la Vida que combinó un viaje en el barco La Montaña como parte de una más nutrida delegación con destino a Europa y próximas nuevas paradas hacia otros continentes y, desde diciembre último, con la realización de los Encuentros Internacionales de Rebeldías y Resistencias donde tanto se puso la mira en caminar hacia “el día después” como en también realizar una autocrítica pública al modo de organización política para alumbrar otro que el Subcomandante Insurgente Moisés resumió echando por tierra la forma piramidal que conllevaban las Juntas de Buen Gobierno y los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, organismos a ser reemplazados por Gobiernos Autónomos Locales, el Colectivo de Gobiernos Autónomos Zapatistas y la Asamblea de Colectivos de Gobiernos Autónomos Zapatistas en las 12 regiones que conforman esa territorialidad.
El sociólogo Raúl Romero, quien fue parte de uno de los paneles desarrollados en esas jornadas desplegadas entre el cierre de 2024 y el 2 de enero de este año, destaca estos modos del zapatismo “de entender el carácter dinámico del cambio constante que se está viviendo en las comunidades, unos cambios de estructuras que se dan sobre la base de tener los territorios”.
En charla con Zur desde Ciudad de México, el intelectual y activista cita a Rosa Luxemburgo y subraya al respecto que “en el zapatismo hay tres características principales que coinciden mucho con lo que sucedió en la Comuna de París: Primero se da la destrucción del aparato de Estado para crear una forma de autogobierno popular basado en el asambleísmo y en propias estructuras de gobierno. Segundo, hay una destrucción del aparato represivo del Estado y, en su lugar, un ejército popular con sus autoridades comunitarias construidas por ese gobierno autónomo propio de las comunidades. Y tercero y quizás lo más importante, la recuperación de los territorios como medios de producción que le permiten la reproducción material y cultural de la vida que es lo que da sustento a todo lo otro”.
Técnico Académico en el Instituto de Investigaciones Sociales y Profesor de Asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, columnista frecuente en el diario La Jornada, co-coordinador del libro “Resistencias locales, utopías globales” (2015) y responsable de «Pensar en común las alternativas», de reciente lanzamiento, entre otras tareas profesionales, Romero subraya que el zapatismo “desde su territorio consolidado y su estructura organizativa armada, entabla su diálogo con los pueblos originarios de México y del mundo”.
Aprovechando su conocimiento y compromiso como parte de varios colectivos de adherentes y simpatizantes de las ideas autonómicas que se hilan desde Chiapas, considera que “el zapatismo hoy, a nivel mundial, es uno de los corazones del movimiento anticapitalista en momentos en que el mundo se ha hecho mucho a la derecha y se vive un tiempo que algunos calificarían como crisis civilizatoria”.
Y puesto a detallar dicho escenario, puntualiza: “Precisamente frente a esta crisis de la gestión liberal del capitalismo que reivindicaba algunas ideas que eran mentira pero eran consenso como la democracia liberal, los derechos humanos y los discursos acerca del progreso y de la ciencia, mientras que particularmente en América Latina los progresismos quedaron en deuda con los sectores populares, aparece la gestión fascista que es completamente retrógrada, anti-derechos y con una lógica incluso de eliminar poblaciones y de aplicar modelos de acumulación por desposesión, el extractivista, el de deterioro de los territorios, el de confrontación con los pueblos originarios. Entonces, en esta situación de guerras, de crisis climática y de ascenso de las derechas, el zapatismo se viene colocando como una referencia de izquierda anticapitalista que le permite colocar no solo una discursividad, una práctica, una teoría, sino una conceptualización sobre el mundo”.
Para redondear ese postulado en el contexto de una conversación cuyos fragmentos se emitieron en el programa “Después de la Deriva” de Buenos Aires, Raúl recurre a una figura poderosa que parece abrevar en la rica tradición metafórica imbricada en el propio EZLN y asevera: “El zapatismo si bien siempre ha apostado a ver y a construir su trabajo desde las autonomías de sus territorios, nunca ha dejado de pensar en un sueño del tamaño del mundo y por ello considero que no se trata de un movimiento localista, nacionalista, sino de un movimiento internacionalista”.
-¿Cuánto sentís que impacta el concepto de la no-propiedad en ese posicionamiento internacional del zapatismo?
-Considero que se trata de las propuestas más audaces y más novedosas porque parte de entender a los territorios recuperados como territorios que pueden compartirse con otros pueblos no zapatistas que incluso fueron partidistas para desde ahí trabajar la tierra en común. Esa idea ha derivado también en el ejercicio de otras cosas como es la construcción del quirófano de un hospital que se está llevando a cabo en el territorio zapatista pero en el que están participando pueblos zapatistas y pueblos no zapatistas, algo que recoloca la idea de una radicalidad a la que el zapatismo dice que llegó luego de consultarlo con sus abuelos y sus anteriores preguntándoles cómo habían sobrevivido en el pasado a la explotación, al desprecio y a la dominación de los caciques y de los terratenientes y les respondieron que encontraron el común cuando escaparon de las fincas y se fueron a vivir a la montaña y a la selva.
-¿Esta posición puede leerse como una respuesta a prácticas de las gestiones del progresismo que promovieron la propiedad individual de las tierras?
-En México actualmente tenemos un gobierno que podría ser clasificado de tipo progresista, de un progresismo ya muy descafeinado que ya se dice de segunda generación y no tiene el mismo impulso y la misma radicalidad que tuvieron otros como los de (Hugo) Chávez y Evo (Morales). El gobierno mexicano de Claudia Sheinbaum además de tener una matriz de megaproyectos extractivistas y de militarización, echó a andar el programa “Sembrando Vida” al que presentan como el buen vivir mexicano y que consiste en la asignación de recursos para que los campesinos y las campesinas siembren árboles maderables y frutales que muchas veces vienen de los viveros del ejército y a cambio de eso les dan un subsidio para cultivos, pero uno de los requisitos de ese programa social es que los campesinos e indígenas registren a su nombre una propiedad privada de dos hectáreas lo que significa una continuación de la reforma agraria neoliberal para seguir privatizando la tierra que es contraria a la lógica de la propiedad comunal. Eso hace que muchos de esos jóvenes entonces les vendan sus tierras a los nuevos terratenientes y con ese dinero le paguen al pollero que es la persona que los lleva como inmigrantes a Estados Unidos, pero allí se encuentran con una política migratoria terrible que los expulsa y regresan directamente a México sin tierra y endeudados y siendo presas fáciles para el crimen organizado.
-Justamente desde países como Colombia y Ecuador, entre otros, alertan sobre grupos narcos ocupando territorios que eran parte de las redes de pueblos originarios autónomos ¿Qué sucede con ese fenómeno en la región de influencia del zapatismo?
-Si bien el narcotráfico es una de las fuentes de ingreso más importantes de estas redes en México, hoy los grupos del crimen organizado tienen como su principal negocio la trata de personas como parte del nuevo fenómeno del éxodo mundial, algo que se combina con una terrible crisis de la desaparición de personas. En el país actualmente tenemos cerca de 140.000 personas desaparecidas, unas 500.000 personas asesinadas, alrededor de 1 millón de personas desplazadas y 13 feminicidios diarios. En ese contexto, desde 2018 hay una mayor presencia de los grupos del crimen organizado en poblaciones indígenas y con ella la aparición de jóvenes de las comunidades con problemas de adicción a drogas sintéticas. En ese contexto el zapatismo se encuentra en una especie de burbuja, en una especie de cinturón de paz ya que en sus territorios no se dan desapariciones forzadas, no se da tráfico de droga, no se da tráfico de personas, no se dan todos estos horrores que suceden en el resto del país porque ha logrado blindarse con trabajo organizativo y comunitario, tal como también sucede en Ostula en Michoacán y en comunidades en Guerrero del Consejo Indígena y Popular Emiliano Zapata.




























