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Malatesta y la epidemia de cólera de 1884

29 junio, 2020

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lapeste.org

Malatesta y la epidemia de cólera de 1884

En 1884 el cólera remeció a Italia, cobrando miles de vidas. Con una sentencia de tres años de cárcel pendiente, Errico Malatesta se unió a un grupo de anarquistas en una peligrosa misión a Nápoles, el corazón de la epidemia, para ayudar a tratar a quienes estaban sufriendo a causa de la enfermedad. Al hacerlo, él y sus compañeros demostraron una alternativa a las políticas coercitivas del Estado en tiempos de crisis, que sigue siendo relevante en los tiempos del COVID-19.


El siguiente texto explora la historia del brote de cólera en Italia y la intervención de Malatesta, incluyendo todo el material disponible sobre la participación de los anarquistas italianos. Parte del material es presentado por primera vez traducido al inglés. Porciones del contexto histórico fueron extraídas a partir de la excelente obra «Nápoles en los tiempos del cólera, 1884-1911» del experto Frank M. Snowden. Adicionalmente agradecemos a Davide Turcato, editor de las obras completas de Malatesta; al Centre International de Recherches sur l’Anarchisme en Lausana; y a los anarquistas y bibliotecarios de todo el mundo quienes ayudan a preservar la historia del anarquismo, permitiéndonos aprender del pasado.

«En 1884 el cólera afectó a muchas regiones de Italia, siendo particularmente prolífero en Nápoles. De acuerdo a las estadísticas oficiales, el cólera habría afectado a más de 14.000 personas en esa provincia, matando a 8.000 de ellas. Frente a esto, el Estado tomó drásticas medidas: la ciudad de Nápoles fue puesta bajo ley marcial y se impusieron restricciones de tránsito, recurriendo a métodos similares a aquellos empleados durante el terremoto de Mesina de 1908, o al más reciente temblor de L’Aquila. Voluntarios de la Cruz Blanca y de la Cruz Roja, socialdemócratas, republicanos y socialistas adoptaron cada uno un enfoque distinto para tratar la epidemia. Por otra parte figuras como Felice Cavallotti, Giovanni Bovio, Andrea Costa y Malatesta se hicieron presentes en las calles de Nápoles, no sin estar expuestos a toda clase de riesgos, así, los socialistas Massimiliano Boschi, Francesco Valdrè y Rocco Lombardo contrajeron cólera y fallecieron mientras prestaban ayuda voluntaria» (Elegía de Alessia Bruni Cavallazzi en memoria de Florentine Lombard, un anarquista inglés que sirvió en la Cruz Roja durante la epidemia).

«Malatesta y otros compañeros de varias partes de Italia viajaron a Nápoles para servir como médicos voluntarios al cuidado de los afectados por la epidemia del cólera. Dos de ellos, los anarquistas Rocco Lombardo y Antonio Valdrè, contrajeron la enfermedad y fallecieron en servicio. Por su parte el conocido anarquista Galileo Palla destacó por su incondicional entrega y espíritu de sacrificio. A Malatesta, quien había estudiado medicina en la universidad de Nápoles, le fue encomendado todo un distrito para organizar el cuidado de los afectados, en donde tuvieron una favorable tasa de recuperación pues supieron apelar a la solidaridad de las personas recolectando abundantes cantidades de comida y medicamentos. Al final Malatesta sería premiado con una condecoración oficial, la Orden del Buen Mérito, la que, sin embargo, rechazaría. Cuando la epidemia acabó los anarquistas se fueron de Nápoles y publicaron un manifiesto explicando que “la real causa del cólera es la pobreza, y la verdadera medicina para prevenir que no vuelva a aparecer no es otra cosa que la revolución social”» (La vida de Malatesta, Luigi Fabbri1).

El cólera es una enfermedad bacterial que puede producir vómitos y diarrea hasta provocar la muerte, comúnmente contraída por beber agua infectada. Pero, ¿era acaso la pobreza la verdadera causa del cólera, o se trata esta frase de una mera retórica idealista? Continúa leyendo y decídelo tú mismo.

Los orígenes de Italia y del anarquismo italiano

Italia todavía era un país infante cuando fue azotada por la epidemia del cólera en 1884. Para entender por qué Nápoles fue la ciudad más afectada y por qué los anarquistas de toda Italia viajaron a esta ciudad tenemos que volver atrás dos décadas.

Antes de 1861 Italia no existía como país. La península itálica estaba dividida en varios reinos y ducados, cada uno bajo la dirección de distintos gobernantes. Los precursores originales de la unificación italiana fueron nacionalistas como Giuseppe Mazzini, quienes se hicieron del apoyo de los republicanos revolucionarios de toda Europa para derrocar a las monarquías y fundar una nueva nación sobre la base de un lenguaje, territorio e interés común. La aspiración era que pobres y ricos por igual trabajaran juntos bajo una sola identidad. Pero la gente de la península itálica no compartía un lenguaje o una cultura en común. Muchos de los dialectos hablados en las diferentes partes de la península eran incomprensibles entre sí, y existían brechas económicas profundas entre cada región.

Mazzini buscaba establecer un lenguaje y una cultura común para sentar las bases de un Estado moderno a la par con los demás. Pero sin saberlo, aquellos que adhirieron al programa de unificación de Mazzini acabaron por unificar a Italia bajo una monarquía. Algunos revolucionarios como Giuseppe Garibaldi dieron sus vidas en combate, aspirando a una república libre, pero cada vez que derrocaban a un rey, otro simplemente asumía control del territorio liberado, hasta que el rey Victor Emmanuel de Sardinia asumió el liderazgo de toda Italia. Una vez que se hizo con el trono, el rey Victor Emmanuel no parecía comparter las mismas ansias de unificación que los republicanos, en cambio, se dedicó a saquear el sur de la península para enriquecer sus propias arcas. Mazzini no fue capaz de reconocer el conflicto de clase sobre el que reposa la sociedad capitalista, creyendo ingenuamente que todos los italianos compartían un interés en comun.

Encontrándose en el exilio en Londres, Mazzini participó en la fundación de la Primera Internacional de Trabajadores en 1864, una asociación mundial de sindicatos federados. Sin embargo, Karl Marx expulsaría a Mazzini poco tiempo después, lo que contribuiría a hacerle perder control de la Internacional, pues la mayoría de los trabajadores tendían hacia las ideas anarquistas de emancipación nacional de figuras como Mijaíl Bakunin. El propio Bakunin participó también de esfuerzos de emancipación nacional, pero como Mazzini, acabaría desilusionándose de las limitaciones y contradicciones del nacionalismo.

Malatesta, nacido en un poblado cercano a Nápoles en 1853, se involucró desde temprana edad en una de las sociedades secretas de Mazzini. Siendo aún estudiante de medicina en la universidad de Nápoles fue expulsado y encarcelado por participar en una de las protestas mazzinistas. Pero ya bajo el reinado de Victor Emmanuel, Malatesta comprendió que ser gobernado por un rey italiano no era mejor a ser gobernado por un monarca. Para cuando la Comuna de París fue levantada en la primavera de 1871, Malatesta y sus compañeros ya se habían encaminado en búsqueda de un nuevo enfoque para el cambio social.

En Italia era Bakunin y no Marx quien se dedicaba a divulgar un sistema alternativo al nacionalismo propuesto por Mazzini. Malatesta y sus compañeros se afiliaron a la Internacional siguiendo a Bakunin y a otros antiautoritarios europeos. Muchos afirman que la radicalización de la sección italiana de la Internacional marcó el nacimiento del anarquismo como una alternativa revolucionaria consolidada. Pero también tuvo un impacto significativo en la organización de la clase obrera en italiana, en donde el anarquismo se mantuvo como la tendencia más marcada dentro del movimiento obrero por mucho tiempo, formando el ideario antiautoritario de las organizaciones que nacían en Nápoles y el resto de la península.

Malatesta se comprometió a una vida de esfuerzos revolucionarios, ayudando a levantar asociaciones de apoyo mutuo para trabajdores en toda Italia y participando de insurrecciones generales en 1874 y 1877. Sin embargo, todo esto le valió la atención de las autoridades, resultando en largo período de persecusión y encierros. Pero en 1883, después de años en el exilio, Malatesta regresó a Italia para publicar un periódico y continuar organizándose.

Nápoles en vísperas de la epidemia

En 1884 algo más de medio millón de personas vivían en Nápoles, convirtiéndola en la metrópoli más poblada de Italia. Gran parte de la población consistía de campesinos que migraron a la ciudad en otra época para trabajar de artesanos o vendedores, varios de ellos enfrentaban el desempleo a menudo. Los salarios en Italia figuraban entre los más bajos de Europa, y en Nápoles eran más bajos que en cualquier otra ciudad italiana. La renta representaba por lo menos la mitad del gasto familiar, pero ciertos mercaderes capitalistas, bajo el alero de organizaciones clandestinas, se coludían para elevar los precios de los bienes, colaborando codo a codo con las autoridades municipales.

Tras la unificación de Italia, Nápoles perdió su trono y el poder quedó concentrado en manos de la clase alta; el sistema económico que alguna vez permitió que algo de las riquezas fluyera hacia el resto de la población se había esfumado. Los recursos destinados a la salud pública eran parcos, y los hospitales poco higiénicos, hacinados y pobremente equipados. La salud pública se ganó una merecida mala reputación. El ala conservadora de la política manejaba el gobierno, con el partido de izquierda representando la oposición leal al pueblo que se contentaba con impulsar reformas insuficientes. Mientras tanto, la Iglesia Católica se consolidaba como una tercera fuerza política en este escenario.

Los anarquistas vieron que no había posibilidad de alcanzar reformas significativas en un sistema como este, y en cambio se concentraron en formar redes mediante las cuales trabajadores, campesinos y familias pobres pudieran hacer circular los recursos que necesitaban para sobrevivir. La acción fue formando una visión del mundo en la que el poder, los recursos y la libertad eran cuestiones compartidas entre todos.

Algunos elementos de este escenario son semejantes a la situación que vemos hoy: la economía posindustrial ha dejado a una considerable porción de la población sin empleo estable ni ahorros. Recortes son impuestos en los servicios públicos para enriquecer a unos pocos, mientras el sistema político se dedica principalmente a perseguir a quienes buscan los cambios en este sistema.

Julio de 1884: el cólera llega a Francia

El cólera y las guerras imperiales siempre guardaron una estrecha relación. En 1883 los soldados indios al servicio del ejército británico llevaron el cólera al norte de África durante la ocupación de Egipto, dejando tras de sí 60.000 muertos. En 1884 las tropas francesas iniciaron una campaña para hacerse con el control territorial de la Indochina, durante la cual la epidemia proliferó en toda la región. El cólera infestó las cargas de suministros desde el Mediterráneo hasta el frente de combate, y siguiendo esta ruta, en unas semanas la enfermedad llegó al puerto francés de Tolón y más tarde a Marsella, en junio.

Pero tanto el público como la prensa tenían claro que la fuente de la epidemia era la intervención militar en Asia. Manifestaciones y rayados en las paredes criticaban el plan de expansión colonial del gobierno francés. Tanto en Italia como en Francia los anarquistas denunciaban que el control colonial de otros pueblos sólo beneficiaba a la clase dominante, poniendo en riesgo la vida de miles.

En 1884 habían más de 200.000 inmigrantes italianos en Francia. La mayoría tenían pequeños cultivos o eran arrendatarios que se dedicaban a la agricultura en Italia, hasta que la expansión del mercado mundial los dejó en las ruinas y los llevó a cruzar la frontera a Francia en busca de empleo; como sucedió en Norteamérica cuando un Tratado de Libre Comercio arruinó a incontables agricultores mexicanos y los forzó a emigrar a los Estados Unidos 110 hasta años después. La mayor concentración de inmigrantes italianos vivían en Tolón y Marsella, con poblaciones de 10.000 y 60.000 respectivamente. Estas, además, fueron las ciudades más devastadas por el cólera, afectando principalmente a las comunidades de inmigrantes pobres.

«Gran cantidad de las víctimas en Tolón y Marsella eran italianos», reportaba el New York Times. La tasa de muerte entre inmigrantes italianos pudo haber alcanzado a 1 de cada 10. En «Nápoles en los tiempos del cólera», Frank M. Snowden describe de la siguiente manera el ambiente apocalíptico que se vivía:

«las calles fueron rociadas con fenol en un intento de ahogar los gérmenes del cólera, adicionalmente, las autoridades encendían fogones de brea y sulfuro en cada esquina para purificar el aire. Las reuniones públicas fueron prohibidas, se comenzó a fumigar el equipaje de los pasajeros del tranvía y las alcantarillas fueron drenadas. El paisaje urbano se vio transformado por los fogones, el humo fétido y las calles desiertas. En medio de un clima tan inquietante toda la actividad comercial se vio paralizada, fábricas y tiendas tuvieron que cerrar indefinidamente. Producto de lo anterior, las provisiones pronto comenzaron a escasear, y aquellos que se aventuraban a salir a las calles se alertaban ante el primer síntoma, convencidos de que lo que se respiraba no era aire sino veneno».

En julio de 1884, mientras expertos de la academia de medicina francesa eran traídos con auspicio del gobierno para calmar las neuras del público negando que hubiese una pandemia de cólera, muchos italianos fueron internados en el hospital de Pharo en Marsella. Los médicos franceses constantemente fumaban cigarrillos para crear lo que ellos concebían como una barrera de humo protectora entre ellos y los pacientes. De hecho, los doctores experimentaban con una gran variedad de tratamientos basados en la especulación, como terapias electroconvulsivas. Durante las primeras semanas de la epidemia, la tasa de fatalidad en el hospital de Pharo alcanzó un escalofriante 95%.

Para empeorar las cosas, la epidemia también agravó la discriminación contra los inmigrantes italianos. Para el gobierno francés esta era una gran oportunidad para deshacerse de lo que ellos estimaban como un sector conflictivo de la sociedad. El riesgo de contraer cólera, los constantes ataques xenofóbicos y las políticas descriminatorias del gobierno llevaron a miles de italianos a cruzar la frontera de vuelta a Italia, cargando consigo la mortal enfermedad.

Por todas estas razones los anarquistas italianos se vieron directamente involucrados en la epidemia mientras se expandía por la costa francesa en julio de 1884.

En ese momento Malatesta se encontraba en Florencia editando el periódico anarquista «La Questione Sociale». Habiendo sido expulsado de Italia por la policia tras la fallida insurrección de 1877, Malatesta había vivido en Francia, Inglaterra y Egipto. En este último país, de acuerdo a Luigi Fabbri, intentó sumarse a la insurrección anticolonial dirigida por Ahmed Orabi, la misma insurrección que las tropas británicas habían ido a reprimir desde la India y que había desencadenado la epidemia por Europa.

Tras su regreso a Italia en 1883, Malatesta fue encarcelado por seis meses acusado de asociación subversiva, un cargo inventado por el Estado italiano, para perseguir a las organizaciones anarquistas, que ya se llevaba utilizando por siglo y medio. En enero de 1884, sin siquiera comparecer ante un juez, Malatesta fue sentenciado a tres años de prisión, pero fue liberado poco después tras apelar a su condena. Estas eran las condiciones en las que él y sus compañeros se intentaban organizar y publicar prensa.

El siguiente artículo (muy probablemente escrito por Malatesta en julio de 1884) de «La Questione Sociale» da a entender cómo los anarquistas interpretaban el brote de cólera. En primera instancia, explicaban que el cólera se originaba en aguas contaminadas de la desembocadura de los ríos. Esta teoría era ampliamente reconocida por algunos de los más educados médicos de la época, aunque estudios más recientes ofrecen otras explicaciones. Por otra parte, el mismo continua argumentando que el capitalismo no era capaz de proveer para todos los contagiados. Esta teoría sigue tan vigente hoy como entonces. En el anexo, además, se incluyó el testimonio de un carpintero francés, el cual resulta particularmente espeluznante en nuestros días cuando el capitalismo nos urge a volver a trabajar incluso si eso significa poner en riesgo nuestras vidas y la de nuestros seres queridos; con una porción de la clase trabajadora dispuesta a obedecer para sobrevivir.

Il Colera

«El cólera está en Francia, y bien podría llegar a invadir gran parte de Europa.

La gente acomodada suele acusarnos de exagerados cuando afirmamos que gran parte de estos males que afectan a la humanidad estriban en el orden social existente. Son rápidos en apuntar con gran condescendencia a las estadísticas o a la mala suerte, intentando desligarse de toda responsabilidad.

Vemos a los mismos que parecen considerar el dolor y la miseria de otros como algo necesario e inevitable, recurrir a las leyes de la naturaleza cuando se trata del cólera, explicando que su aparición entre humanos inevitable, incluso necesaria. Pero nosotros sostenemos que la continua existencia del cólera y su repentina aparición en Europa, se deben a un ambiente que condujo a su proliferación, ambiente propiciado por el sistema social prevalente.

El cólera, por lo menos en su variedad asiática (la más mortal de todas), se origina en el delta del río Ganges. En otros tiempos la plaga se produjo en el delta del Nilo, como la fiebre amarilla proviene aún del delta del Mississippi, afectando regiones de América, el oeste Africano y constantemente afectando a Europa.

Así como la fiebre amarilla que afecta a la región americana proviene del delta del Mississippi, el cólera, por lo menos en su variedad asiática (la más mortal de todas), se originó en el delta del Ganges, aunque proviene originalmente del delta del Nilo. Estas enfermedades nacen en los pantanos que se forman en los ramales de los grandes ríos, a partir de cadáveres en descomposición y otros elementos orgánicos que las inmensas corrientes depositan en ellos. Parte del delta del Nilo fue desinfectado en otros tiempos, y así, la plaga desapareció casi por completo en Egipto. ¿Por qué entonces el delta del río Ganges no ha sido desinfectado?

Tal faena ciertamente significaría enormes gastos y mucho trabajo. Pero, ¿qué es todo esto en comparación a lo que los gobiernos gastan en cosas absolutamente prescindibles? O peor, cosas ponzoñosas. ¿Qué sería el costo de una gran campaña en toda Europa por la prevención del cólera en comparación al gasto que todas las guerras emprendidas entre los mismos europeos han significado?

El delta del Ganges no ha sido desinfectado porque hasta ahora no ha significado una oportunidad para engrandecer la riqueza de algún burgues, a partir del sudor y las muertes de la gente empobrecida de la India que emprendería tal operación. Pero en cambio, la ausencia de solidaridad de los tiempos en que vivimos, la rivalidad, el egoísmo y el patriotismo no permiten que las personas se unan libremente para mejorar la tierra en la que vivimos, promoviendo, en cambio, viejos odios y pendencias de toda calaña.

Es probable que los ríos no vayan a ser desinfectados ni todas las grandes plagas curadas hasta que las condiciones económicas y políticas de la humanidad hayan sido completamente transformadas, en otras palabras, hasta que el mundo pertenezca a todos quienes lo habitan, y todos tengan la posibilidad y los medios de mejorarlo para el resto; hasta que nadie pueda reclamar derechos particulares sobre una porción de tierra, erigiendo estructuras que obstaculizan a las personas el remediar los defectos de la tierra que afectan a los demás; hasta que las fuerzas que hoy son empleadas en la guerra puedan ser destinadas a la asociación libre, devolviéndole a la humanidad su enorme potencial de cara al medio en el que se desenvuelve.

¿Pero no es ridículo hablar de desinfectar el Ganges, cuando los pantanos de Italia no han sido desinfectados en primer lugar? Incrementando de sobremanera el alcance letal del cólera.

Y este cólera, que podríamos aniquilar pero no lo hacemos por nuestra organización social, que afecta a la India y que la India nos envía cada cierto tiempo, como un recordatorio de nuestra falta de solidaridad, ¿acaso este cólera llegó a Europa por sí solo, siendo acarreado por el viento?

No, ni de cerca. Al contrario, pareciera que el gobierno de la república francesa nos los dió. La civilizada Francia emprende una campaña de conquista sobre la primitiva Asia, y saliendo victoriosos, sus embarcaciones traen de vuelta la terrible peste. Nosotros, las personas civilizadas, dejamos caer toda clase de horrores y desolación sobre los primitivos con nuestras bayonetas y cañones, y los primitivos nos devuelven entonces desolación y horrores en la forma del cólera. ¡Ah, qué ironía! Excepto que la masacre que nosotros llevamos a cabo es voluntaria y persigue el único fin de saquear, mientras que la venganza de los primitivos es involuntaria y hasta inconsciente. ¿Quién es el verdadero primitivo?

¿Y acaso no hay hogares con mala higiene en toda Europa? Hogares en donde la comida es escasa y en mal estado, en donde las jornadas de trabajo son exhaustivas… ¿No es entonces la pobreza (hija de la propiedad individual) la que hace posible la proliferación de la enfermedad asiática? Cuando el peligro sanitario es latente, las comisiones de higiene se ponen a la tarea de promulgar medidas que nos harían reír de lo ridículas que son, si no fuera porque nuestra impotencia nos hace llorar de la rabia, sugerencias que no son para nosotros sino una gran ironía. Repletan los periódicos con las opiniones de toda clase de expertos de universidades y academias extranjeras recomendando «coman sano y eviten fatigarse trabajando de más». Y sin embargo, cuando un campesino que gana 27 centavos al día y sobrevive en base a polenta podrida y agua estancada exige mejores condiciones de vida, el mismo gobierno que destina fondos públicos para financiar a estos charlatanes encarcela al campesino.

Mientras tanto, el cólera sigue esparciéndose lentamente, y quizá pronto estalle un brote que nos tome por sorpresa. Tal brote inflingiría más muerte y más dolor que diez revoluciones seguidas; pero sólo bastaría con una revolución para eliminar el cólera y otros cien males para siempre. Sin embargo, los más comedidos entre nuestros defensores continuarán hablando de los supuestos excesos que acarrea una revolución».

«Presentamos a continuación la carta traducida escrita por un carpintero parisino enviada hace unos días al periódico socialista Le Cri du Peuple (“El llanto de la gente”). Es una traducción fiel que contiene sólo un par de correcciones menores de forma. Se trata de un texto más bien oscuro y algo salvaje, que describe vívidamente las condiciones impuestas por la burguesía en los trabajadores parisinos y realmente expresa los ánimos de los más energéticos entre ellos, de los más peligrosos miembros del proletariado.

Burgués: si el egoísmo no te ha nublado del todo el juicio aún, medita en el contenido de esta carta. Piensa qué pasaría contigo si el día de la revolución te toparas a estos trabajadores quienes, por obra de tu tacañería, se han aferrado a una única ilusión: la de construir muchos ataúdes para… Bueno, no importa, de seguro seguirás pensando lo que piensas y lo que tenga que ocurrir ocurrirá.

“Algunos, al enterarse de que el cólera ya está entre nosotros, se llenan de pavor. Pero a diferencia de ellos, yo le celebro: ¡que viva el cólera! ¡Ven cuanto antes por mí!

La vida es dura para un buen trabajador, como yo, que ama lo que hace. El aroma de la madera me ensancha el pecho: ¡cuán hermosos son los cortes, las perforaciones que encajan perfectamente! ¡Cuán bello es el sonido que hace el hacha al estremecerse con el golpe de un martillo! Nunca me encuentro tan feliz como cuando grandes gotas de sudor caen en la mesa desde mi frente exhausta por un trabajo bien acabado.

Pero ahora todo ha cambiado, ya no tengo trabajo y me encuentro desempleado desde hace dos meses. Todos los patrones tienen, dicen ellos, demasiados empleados y no hay suficientes comisiones para todos. ¡Dos meses sin trabajar! Dentro de poco mis manos se suavizarán tanto como las del burgués. Pero por ahora, todas mis posesiones reposan en las vitrinas de una casa de empeños, y las boletas pronto comenzarán a expirar, pues nadie las compra. En las despensas no hay nada aparte de más hambre. Todo lo que me queda en mi habitación es un clavo y una cuerda, pero esos no pienso empeñarlos, podrían serme útiles en algún momento.

He ido de casa en casa ofreciendo mis habilidades a cambio de unos pocos centavos. Pero nada. He viajado por toda la región, caminado por millas a un costado del camino, viendo a los tristes álamos morir de sed. Y cada vez que escuchaba el golpe de un martillo en la distancia, el rugir de una sierra, mi corazón se aceleraba. ¡Esperanza! ¡Al fin, un poco de esperanza! Pero no, nada. Cada día regresaba antes del anochecer, cuando me sentía desfallecer a causa de la fatiga y la sed, y comprobaba amargamente cómo los agujeros en las plantas de mis zapatos se habían hecho un poco más grandes que el día anterior.

Cómo esperan que yo, y todos los que están mi situación, no gritemos a toda voz: ¡que viva el cólera! Nos inclinamos y sacudimos nuestros sombreros ante él, como cuando vemos a un querido amigo doblar la esquina. ¡Que venga ese amigo y que lo haga cuanto antes! En sus manos huesudas, en su ropa sudada, acarrea la enfermedad del trabajo; del trabajo para nosotros. Si llega desde Asia harán falta ataúdes. ¡Yo puedo fabricarlos! ¡Yo puedo!

Ataúdes grandes y pequeños. Algunos bellos y otros ordinarios. Para el rico y para el pobre. Algunos de roble, otros de pino. Aquí están, todos suyos. Habrán suficientes para todos, sólo encárguenlos. ¿Quién sigue? Vamos, vamos, pasen y lleven. ¿Es acaso culpa mía que para vivir necesito que otros mueran? Cientos, miles incluso. Entonces nosotros, los carpinteros, al fin tendremos trabajo, y podremos cobrar por nuestros ataúdes el precio que creamos justo. Al fin podremos vivir bien. ¡Viva el cólera!

Tú no nos temes, plaga. Si quieres aniquilar nuestros cuerpos moribundos, pues adelante. Quién quiere vivir así de todas maneras. Pero mientras aguardamos tu amarga llegada, ciertamente soltarás algunos centavos en nuestras manos, y entonces nos reiremos en tu cara. Sé cuán cruel como quieras, nunca serás tan terrible como la cesantía, tan egoísta como el burgués, o tan cruel como el explotador.

Así que ven. Mis brazos son lo suficientemente fuertes como para fabricar ataúdes para toda París si así se te antoja. ¿Miedo? ¿Yo? De ninguna manera. ¡Que viva el cólera!”»

La policía de Florencia en repetidas ocasiones persiguió a los editores de «La Questione Sociale», justicifándose con infracciones menores para confiscar todas las copias del periódico que pudieran encontrar en circulación. Malatesta y sus compañeros fueron forzados a cesar la publicación en agosto de 1884, cuando el cólera comenzaba a expandirse en el Mediterráneo.

Agosto de 1884: el cólera llega a Italia

En Italia representantes de la Iglesia Católica se aprovecharon de la situación para anunciar la epidemia como un castigo divino frente a una sociedad pecaminosa, específicamente como un castigo por el auge del socialismo y del ateísmo. La Iglesia urgía a las personas a buscar perdón en lugar de adherir a medidas de seguridad.

El Estado italiano recurrió a los protocolos de una cuarentena del siglo anterior por un brote de peste bubónica. El protocolo constaba de distribuir las fuerzas militares alrededor de la frontera con Francia para formar un cordón. Sin embargo, las decisiones parecían arbitrarias y cambiantes: al principio detenían a los viajeros por tres días, luego por cinco y luego por siete. Al ser liberados, sus equipajes eran fumigados con sulfuro y cloro, o desinfectados con fenol y cloruro de mercurio. Estos compuestos no tienen ningún efecto médico además de irritar los pulmones. El principal propósito, podemos especular hoy, era crear un escenario dramático en donde el Estado pudiera simular que estaba tomando medidas contra la epidemia.

Un equivalente moderno de esta práctica es cuando vemos a los gobiernos destinando recursos para fumigar ciudades como respuesta al COVID-19, cuando la vasta mayoría de casos se dan por el contacto directo entre personas.

Habiendo sido forzados a emigrar por segunda vez, los refugiados que regresaban a Italia no querían ser encerrados en centros de cuarentena ni querían ver sus equipajes destruidos, así que muchos de ellos buscaban cómo eludir el cordón militar, cruzando la frontera a través de colinas. Pero como comenzaban a aparecer casos de cólera en una región tras otra, más y más cordones militares eran despachados al resto del país. Los cordones internos, sin embargo, interrumpían la actividad comercial, no sólo provocando hambruna, sino que cultivando un sentir colectivo de xenofobia e inseguridad. Las personas más supersticiosas llegaron a considerar a los viajeros como agentes enviados que buscaban esparcir la enfermedad adrede, tal y como hoy los reaccionarios atribuyen el COVID-19 a una suerte de complot chino.

Sea como haya sido, el intento por detener el cólera a través de cordones militares fue un rotundo fracaso. El gobierno parecía siempre estar dos pasos atrás, y su enfoque represivo sólo inducía a las personas a ocultar los contagios para evitar ser detenidos. Sobre esto, Snowden argumenta que «en esta época, la época del nacimiento de la ciencia médica, las médidas de salud pública dependían en gran medida de la información rápida y precisa. Pero el sentido de amenaza que producían las fuerzas militares sólo contribuía a minimizar la comunicación entre las personas y las autoridades. Peor aún, desplazar a numerosas tropas de localidad en localidad sin las adecuadas consideraciones de salud era en sí misma la mejor manera de esparcir la epidemia. Una gran parte de la historia del cólera fue contada por jóvenes uniformados siendo trasladados de ciudad en ciudad».

Este fenómeno nos es familiar hoy en día cuando vemos cómo la policía de la ciduad de Nueva York y Detroit han contribuido en esparcir el COVID-19, llevándolo de un vecindario a otro, y convirtiendo a las cárceles en mataderos.

La primera ciudad italiana en experimentar un brote masivo de cólera fue La Spezia, una ciudad portuaria como la francesa Tolón. Las primeras muertes fueron ocultadas al personal médico, pero cuando el cólera contaminó las grutas de agua y las tasas de fatalidad estallaron los militares sellaron la ciudad por completo, produciendo hambruna y pánico. A mediados de septiembre hubieron dos días particularmente críticos, cuando los habitantes de La Spezia intentaron romper el cordón militar por la fuerza.

Para lidiar con el vasto número de refugiados en cuarentena las autoridades italianas establecieron lazarettos(campos de encierro), incluyendo uno ubicado en una isla en las inmediaciones de Nápoles. En estos centros los guardias forzaban a los refugiados a intercambiar sus últimas posesiones por comida, y fue precisamente así como la enfermedad llegó a Nápoles: a través de este contrabando de bienes infectados. Las condiciones de estos recintos recuerdan a los campos de concentración como el que existió en la isla de Lesvos, en donde el gobierno europeo sigue internando refugiados hasta el día de hoy. En algunos casos sigue siendo una política oficial de gobierno el confiscar los bienes de los refugiados. Los refugiados de estos campos modernos de encierro suelen armar disturbios exigiendo un trato más humano.

Para finales de agosto de 1884, los habitantes de Nápoles estaban muriendo a un ritmo tan acelerado que ya no era posible ocultar la existencia de una epidemia. La cuarentena militar no fue capaz de contener el brote. El cólera había llegado a la ciudad más grande de Italia.

Septiembre de 1884: la epidemia en Nápoles

El ejército había fallado. Ahora era responsabilidad de las autoridades sanitarias el contener la epidemia.

Cuando las autoridades se enteraban de que una persona presentaba síntomas de cólera, enviaban una escolta acompañada por un médico para detener al enfermo y llevarlo a un hospital. A esta escolta la acompañaba un escuadrón de desinfección, encargado de fumigar o destruir las posesiones de la persona enferma. Pero como las autoridades no anticiparon la cantidad de contagiados, en un principio los hospitales no tenían camas suficientes para acomodar a todas las personas que estaban ingresando.

La ciudad se llenó de anuncios, en un dialecto del norte de Italia en lugar del local napolitano, explicando que las personas podían protegerse limpiando y ventilando sus hogares, siguiendo una dieta balanceada, bebiendo agua purificada y evitando el estrés por trabajar de más. En otras palabras, precauciones que sólo una persona acomodada estaría en condiciones de seguir.

Pero las autoridades también tomaron medidas útiles, como establecer albergues con comida y agua limpia para los más pobres. Sin embargo, estas ayudas tan parcas iban acompañadas de otras tantas medidas que no tenían ninguna utilidad real, como limpiar las paredes o encender fogones de sulfuro en cada esquina para purificar el aire, haciéndolo virtualmente irrespirable.

El cólera había ingresado a la ciudad a través del agua potable, y la tasa de muerte rápidamente ascendió a una entre cada cien personas contagiadas. El ritmo al que se comenzaron a apilar los cadáveres hacía imposible la tarea de enterrarlos a todos de manera higiénica. Algunos acabaron siendo echados en fosas comunes, mientras otros eran dejados en la interperie para descomponerse allí donde estaban.

La burguesía y la aristocracia rápidamente abandonaron la ciudad. La milicia, sin embargo, no se impuso para hacerles respetar la cuarentena, como sí lo habían hecho con el resto de la población. El gobierno había prohibibido las reuniones públicas, pero masas desesperadas de gente se apersonaban a diario en las iglesias rogando piedad. Muchos vagaban por la ciudad en un acto de arrepentimiento, pidiendo donaciones a los peatones y atacando a aquellos que no estuvieran dispuestos a ayudar. El ambiente se sentía cada vez más hostil.

En 1884 la ciencia todavía no conocía tratamientos efectivos para el cólera. Los médicos en Nápoles experimentaban con una amplia miríada de tratamientos, desde limpiar los intestinos con ácido y suministrar electrochoques, hasta inyectar pesticidas y solución salina. Muchos de estos tratamientos sólo aceleraban la llegada de la muerte en los pacientes. Algunos sobrevivieron para dar testimonio de los horrores que vivieron de la mano de los galenos.

Como resultado de lo anterior, y teniendo en cuenta que la milicia colaboraba estrechamente con los médicos deteniendo por la fuerza a las personas, la opinión pública se volvió contra las autoridades sanitarias. Mucha gente, además, consideraba sospechoso que los doctores rara vez se enfermaran. El hábito de asaltar a los médicos se hizo cada vez más frecuente cuando estos se apersonaban en barrios pobres para apresar a alguien, provocando, en ocasiones, enfrentamientos con los militares que acababan en disturbios.

En vista de que los más acomodados habían abandonado la ciudad, los esfuerzos municipales para sanitizar la ciudad fueron interpretados por las personas pobres como un intento de deshacerse de ellos. Snowden observa: «en septiembre de 1884 se desató un sentimiento de paranoia colectiva en Nápoles. Temiendo que los oficiales municipales estuvieran involucrados en una suerte de conspiración para envenenar a la gente pobre, las personas reaccionaban al cólera como si de una literal lucha de clases se tratase. Los oficiales de la salud fueron transversalmente tenidos como los artificies de la mortal conspiración. Su misión era matar a los pobres, y el arma empleada era el veneno, el que esparcían por el aire con grandes fogones, o con el que manchaban las paredes aparentando sanitizarlas. Una respuesta así, por supuesto, sería completamente irracional excepto en un escenario de prolongado conflicto y nula comunicación entre las personas y la autoridad, en donde parecía una conclusión lógica».

Cuanto más desigual sea una sociedad, más las autoridades tienden a cultivar desconfianza entre las personas. Los habitantes de Nápoles se sentían traicionados tanto por el trono que reinaba desde el norte de Italia, como por las autoridades napolitanas. Durante septiembre comenzaron a darse cada vez más los enfrentamientos directos entre los oficiales y las personas, escalando en algunos casos hasta el enfrentamiento armado. Durante este período también hubieron disturbios en dos prisiones de la ciudad. Mientras Nápoles descendía lentamente en un clima de caos y malestar, las políticas sanitarias demostraban, cada vez más, ser insuficientes. Al igual que el ejército, las autoridades sanitarias habían fallado en contener la situación.

La respuesta de las organizaciones sociales

Afortunadamente, las instituciones del Estado no fueron las únicas en responder a la epidemia.

La primera respuesta desde una organización social vino de la mano de trabajadores comunes y corrientes de Nápoles, quienes ya se habían organizado en décadas anteriores en torno a la causa emancipatoria. El 29 de agosto la «Società Operaia» (sociedad de trabajadores), una organización radical de apoyo mutuo fundada en 1861, anunció una nueva iniciativa para asistir a todos los que hubiesen sido afectados por el cólera. Esta compañía sanitaria constaba de varios médicos de confianza acompañados de obreros quienes servían de enfermeros. La Società Operaia sacaba provecho a los escasos recursos con los que contaban, entre ellos ofrecían medicamentos, sábanas limpias, comida y ayuda económica por igual tanto a los enfermos como a quienes hubiesen perdido a alguien cercano. Sin embargo, los pacientes de cólera eran tratados en sus propias casas, pues la compañía de obreros no quería involucrarse con las autoridades. Por el clima de desconfianza que se vivía en los barrios populares hacia las autoridades médicas, en un principio la Società se limitaban a asistir a casas donde fueran estrictamente invitados, pero sus conexiones con trabajadores y el boca a boca ayudaron a difundir sus intenciones, incrementando su alcance a más barrios de Nápoles.

Una semana más tarde, el 4 septiembre, un funcionario de un medio de prensa local llamado Rocco de Zerbi logró pactar una reunión con miembros de la Società Operaia. A esta reunión además se convidó a médicos de la facultad de medicina de la Universidad de Nápoles, representantes de la prensa y figuras locales varias. La idea era colaborar para formar una organización de ayuda sanitaria que pudiera abarcar toda la ciudad. Como sucede a menudo, los esfuerzos iniciales de las organizaciones radicales habían atraído a activistas de clase media, con más recursos en su haber, quienes creían poder hacer un mejor trabajo que el que habían iniciado estas organizaciones de trabajadores. La organización que resultó de esta reunión, oficialmente el «Comité para la Asistencia de las Víctimas del Cólera», pasaría a ser mejor conocida como la «Cruz Blanca».

Por su carácter semioficial, toda la atención internacional se centró en la Cruz Blanca, llevándose incluso el crédito histórico. Pero las organizaciones de trabajadores continuaron coordinando esfuerzos y armando redes alrededor de toda Nápoles. Lo anterior no es de extrañar, sin embargo, considerando que el presupuesto de la Cruz Blanca era doscientas veces mayor a los fondos que la Società Operaia había juntado originalmente. Pero al mismo tiempo, la Cruz Blanca dependía de los contactos y las redes de los obreros para poder prestar ayuda en los barrios más empobrecidos de la ciudad.

Para asegurarse de que nadie dudara de sus intenciones, la Cruz Blanca estaba compuesta enteramente de voluntarios no remunerados. En lugar de probar tratamientos experimentales en los pacientes, los voluntarios de la Cruz Blanca se adhirieron al cuidado intensivo, distribuyendo sábanas limpias, colchones desinfectados y comida en buen estado. Nunca iban armados ni porfiaban en fumigar o destruir las posesiones de sus pacientes. La Cruz Blanca llegó a adoptar un marcado enfoque antiautoritario en parte influenciado por los obreros que en parte la componían; esto se traducía en actitudes como la distancia que tomaban con el Estado, y el sólo ofrecer ayuda a quienes así lo solicitaban.

Como de Zerbi observaría más tarde: «nunca permití que nuestros servicios médicos se mezclaran con los de la ciudad. Tal mezcla hubiera destruído nuestros lazos por completo, porque el público nos habría comenzado a percibir como oficiales, y en consecuencia, a temernos y atacarnos».

Pero mientras el modelo de ayuda impulsado por las organizaciones sociales comenzaba a mostrar resultados, otros personajes menos deseables se colaban en la arena para disputar el título de salvadores de Nápoles. Así, un 9 de septiembre el rey Humberto, hijo del monarca Victor Emanuel, viajó hasta Nápoles. Humberto era un edil de carácter marcadamente conservador, detestado transversalmente por los trabajadores de toda Italia por sus políticas reaccionarias. El año en que ascendió al poder, en 1878, el anarquista Giovanni Passannante llevó a cabo un frustrado intento de magnicidio, y años después de la epidemia, en 1900, el anarquista Gaetano Bresci lograría asesinarlo en Milán empleando un revólver, en venganza de la condecoración que el rey extendió a un general quien había masacrado a sangre fría a trescientos manifestantes en 1898. Poco tiempo después, Bresci arriesgaría su vida para detener a un asesino a contrata que intentaba disparar a Malatesta. A fin de cuentas, es seguro afirmar que el rey Humberto no era amigo de los pobres.

El régimen de Humberto estaba enemistado con la Iglesia Católica. Su visita a Nápoles era intento calculado de enmendar esta amistad, consolidando el conservadurismo en Italia. Otras instituciones gobernantes, como el Banco de Nápoles, buscaban formas de estabilizar la economía a través de la filantropía. Si el trono, la Iglesia y las instituciones financieras controladas por los capitalistas lograban presentarse como entidades preocupadas de las personas de Nápoles, entonces podrían legitimizar su dominio durante los tiempos de incertidumbre, haciéndole más difícil a los obreros la tarea de movilizar a las masas para resistir las formas de opresión que buscaban ejercer para conservar sus privilegios.

Pero mientras tanto, miles morían en Nápoles.

Los anarquistas en Nápoles

Este era el escenario en el que se encontraba la ciudad de Nápoles cuando Malatesta y otros anarquistas arribaron. Estos llevaban ya un mes organizando esfuerzos solidarios para los afectados por el cólera en Florencia, y se sentían emocionados de poder partir a Nápoles para colaborar con las organizaciones sociales de la ciudad. Después de todo, el propio Malatesta había crecido en Nápoles y estudiado medicina allí. Sin embargo, en septiembre Malatesta y sus compañeros en Florencia habían fracasado en juntar el dinero suficiente para poder viajar.

En el artículo «Galileo Palla y los eventos de Roma», publicado el 23 de mayo de 1891 en el semanario forlì La Rivendicazione («la demanda»)2, Malatesta relata cómo conoció a Galileo Palla, un joven anarquista quien les ayudaría a financiar su viaje.

«Conocí a Galileo Palla en Florencia en 1884. El cólera había golpeado a Nápoles, y habían muchos socialistas entre nosotros quienes estábamos deseosos de poder ir en auxilio de quienes sufrían a causa de la enfermedad. Mientras intentábamos juntar el dinero necesario para costear el viaje, Palla, quien también se dirigía a Nápoles, había hecho una parada en Florencia para ayudar a las personas que querían tomar el tren en dirección a Nápoles pero no podían pagar el boleto. Ese día se acercó personalmente a mi casa gritando y haciendo gestos. “¡Cómo es posible!” gritaba, “¡cómo es posible que no vayas a ir a Nápoles, Errico!”.

-“¿Quién eres tú?” pregunté.

-“¿Qué te importa eso a ti?” fue su respuesta. “Los que están sufriendo por el cólera no necesitan conocer el nombre del que los está tratando”.

“Es cierto” dije, “muchos de nosotros queremos ir, pero no hemos podido juntar el dinero suficiente para viajar”. Entonces Palla vació sus bolsillos en la mesa, y entre su dinero y lo que logramos juntar en Florencia, pudimos pagar el boleto de todos: Gigia Pezzi, Arturo Feroci, Vinci, Delvecchio, yo y otros más.

El actuar de Palla en Nápoles era intachable. Valiente, incansable, día y noche corría de un lado a otro. Pronto nos quedamos sin dinero y comenzamos a pasar hambre, a veces envidiábamos la sopa que servíamos a los enfermos. Palla recibía, cada cierto tiempo, algo de dinero desde su hogar, en cantidades justas para sus necesidades. Pero como cualquiera de nosotros hubiera hecho en su lugar, él lo repartía entre todos para que pudiéramos sobrellevar la epidemia hasta el final.

Rocco de Zerbi: no es necesario que preguntes a los anarquistas, pues tú mismo no puedes haber olvidado la devoción de cierto joven anarquista, más bien flaco y de expresión severa, quien, mientras se repartían las tareas en las asambleas de la Cruz Blanca, se quedaba de pie en silencio tras la multitud, pero que a la primera solicitud de voluntarios saltaba al frente gritando “¡yo! ¡yo iré!”. “Pero tú”, le respondían a veces, “no estás de turno”. “No importa”, respondía”, “iré encantado”. Luego iba y sorprendía a todos con su extraordinaria resistencia, ganándose el respeto y la admiración de todos con quienes colaboró. Ese joven era Galileo Palla»3.

Este fragmento muestra cuán cercanos eran Malatesta y Palla, y vislumbra ciertos trazos del carácter de esta amistad.

Para el 13 de septiembre, cerca de mil personas de todas partes de Italia ya se habían enlistado como voluntarios para servir en Nápoles. Otros venían desde Suiza, Francia, Inglaterra y Suecia. No sólo superaban con creces los esfuerzos del Estado, la operación también probó ser un éxito rotundo. Frente a la alta tasa de muerte que presentaban los hospitales de Nápoles, en donde la gran mayoría de los pacientes de cólera fallecían, la Cruz Blanca presentaba una formidable tasa de recuperación de dos tercios de los pacientes tratados.

La Cruz Blanca había dividido Nápoles en doce distritos. De acuerdo a Luigi Fabbri, Malatesta y sus compañeros (entre ellos Luigia Minguzzi, Francesco Pezzi, Arturo Feroci, Giuseppe Cioci y Pietro Vinci) estaban a cargo de uno de estos distritos. Fabbri afirma que este distrito vio la mayor tasa de recuperación en comparación al resto de Nápoles. Malatesta, habiendo crecido en esa ciudad y siendo cercano a los militantes de los movimientos obreros locales, logró recaudar una gran cantidad de aportes en comida y medicamentos, los cuales fueron distribuidos entre los pacientes del distrito.

El testimonio de Fabbri está basado en el los recuentos que, casi con seguridad, debió haber recogido del propio Malatesta. De acuerdo al registro judicial de la corte en «Verbale d’Udienza» del 21 al 28 de abril de 1898, siendo enjuiciado en Ancona, Malatesta testificó: «en 1884, luego de reunir a un grupo de anarquistas, partimos a Nápoles para asistir a las víctimas de cólera. Allí mis profesores me pusieron a cargo de la asistencia médica, Me quedé en Nápoles hasta que el brote había pasado, y fui agradecido por ello».

Una traducción levemente distinta de estos dichos apareció en el periódico «L’Agitazione», en donde Malatesta supuestamente habría añadido: «estuve presente en Nápoles durante la epidemia y el comité me agradeció por mis servicios»4.

Podemos vislumbrar fragmentos de la experiencia de los anarquistas en Nápoles en los testimonios que aparecieron en el periódico suizo «Le Révolté» entre septiembre y diciembre de 1884, los cuales pasamos a presentar a continuación:

«El cólera hizo una aparición fatal en Italia y, hasta ahora, ha cobrado miles de víctimas. Principalmente entre familias proletarias quienes no pueden costearse el lujo de la higiene, por la simple razón de que la higiene es un privilegio que sólo los burgueses poseen, como todos los demás privilegios» (Le Révolté, 14 de septiembre de 1884).

«En estas pocas líneas quisiera ofrecer un tributo a nuestro compañero Rocco Lombardo, de Génova. Un joven encantador de apenas 27 años, decidido y generoso, quien fuera uno de los más devotos e inteligentes entre los anarquistas revolucionarios de Génova. En vida dedicó todas sus fuerzas y pensamientos a una única causa: si un movimiento revolucionario surgiere, donde quiera que fuese, él velaría por que surgiese bien.

Un día se presentó una oportunidad: el cólera había llegado a Nápoles, así que él se unió a sus compañeros y partió desde Milán, en donde residía, hasta el corazón de la epidemia. Tan pronto como llegó a Nápoles se convirtió en una de las figuras más notables por su entrega y devoción en el cuidado de las víctimas de esta terrible plaga. Mas siendo golpeado por la plaga misma, este modesto héroe dio su vida un 18 de septiembre.

Lombardo era un acérrimo propagandista. Un año antes, en Turín, había fundado el periódico “Proxinzus Taus”, el cual mantuvo en circulación con sus compañeros hasta el último momento, aún si eso significaba para él todos los sacrificios que implica mantener una publicación de ese tipo. Este periódico incluyó artículos altamente polémicos hasta su última publicación, siendo perseguido durante varios meses a raíz de ello.

Rocco: has partido sin un amigo cerca que pueda brindarte un merecido tributo. Es por este medio que te hacemos un modesto tributo a tu tumba. Nos comprometemos a defender las ideas que fueron tan preciadas para ti, y a sacrificarnos sin dudar, como tú lo hiciste, por la revolución social» (Le Révolté, 28 de septiembre de 1884).

«Recibimos, de parte de nuestros amigos de Milán, aviso de una protesta llevada a cabo contra las injurias que el clero y la burguesía confabulados han conjurado en la prensa contra los anarquistas italianos, particularmente contra nuestro compañero Rocco Lombardo, cuya muerte anunciamos en el número anterior. Compañeros: es inútil perder tiempo refutando las calumnias de estas viles marionetas del poder. Limitémonos a patearlos en donde sea que nos los topemos» (Le Révolté, 25 de octubre de 1884).

«En Nápoles, como sabrán, el cólera ha infundido gran terror entre los trabajadores. Ninguna otra prueba hace falta de la profunda brecha de desigualdad que caracteriza a nuestra sociedad. Nuestros amigos, que partieron en medio de la epidemia para tratar a los enfermos, han publicado un manifiesto en recogen la verdadera causa del cólera: la pobreza; indicando además su único remedio: la revolución social.

Los periódicos locales se escandalizaron, como era de esperar, y un periódico clerical se empeñó en invocar la rabia policial contra estos implacables anarquistas, quienes se negaron a ver de brazos cruzados a estas personas perecer» (Le Révolté, 7 de diciembre de 1884).

Lamentablemente nadie, hasta donde sepamos, ha podido dar con el manifiesto referenciado en esta última cita [nota de la traducción: es posible que el manifiesto aludido se trate del artículo ‘Il Colera’, incluido más arriba en este texto].

¿Victoria sobre la plaga?

La Cruz Blanca se disolvió oficialmente el 26 de septiembre, estimando que el umbral crítico de contagios ya había pasado y las autoridades municipales podían volver a hacerse cargo de la epidemia. Se presume que las organizaciones de trabajadores continuaron sus esfuerzos de apoyo mutuo, como lo venían haciendo desde antes de la aparición de la Cruz Blanca. Fue en gran medida gracias a sus continuos esfuerzos que las muertes disminuyeron significativamente en octubre, y la epidemia fue oficialmente declarada como finalizada a principios de noviembre. Las organizaciones sociales no habían derrotado al cólera por sí solas, pero habían logrado algo que el Estado no: ayudar a miles de personas pobres a sobrellevar el terrible calvario. Pero por sobre todo, habían demostrado que las iniciativas más efectivas son aquellas impulsadas por los mismos afectados, pues esto les permite definir por sí mismos sus prioridades y necesidades.

Se ofreció una condecoración oficial a Malatesta por sus servicios, sin embargo, él la rechazó. El mismo Estado que intentaba condecorarlo por lo que hizo en Nápoles estaba intentando encarcelarlo por algo que no hizo en Florencia. Además, Malatesta nunca deseó ser cabecilla, sino ser uno más entre sus compañeros.

Si fuera cierto, como sostiene Fabbri, que el distrito de Nápoles, del que Malatesta y sus compañeros anarquistas estuvieron a cargo, tuvo la mayor tasa de recuperados, y no gracias a las habilidades médicas de Malatesta sino a la red de ayuda y traspaso de recursos que los anarquistas lograron formar, entonces probaría la afirmación que reza que «la verdadera causa del cólera es la pobreza». Por su lado, en «Nápoles en los tiempos del cólera», el historiador Frank Snowden también argumenta que la pobreza fue la principal causa de la epidemia de 1884, observando que «el cólera prolifera entre los pobres porque ellos, a causa de la desnutrición y toda clase de desórdenes intestinales, tienen predisposición a contraer la enfermedad».

La solución definitiva para el cólera, sabemos hoy, es el acceso universal al agua potable. Pero como otros brotes más recientes de cólera en Nápoles han demostrado durante el siglo XX e incluso durante el siglo XXI, los monarcas, capitalistas y presidentes siempre buscarán mantener a una porción de la población viviendo en condiciones miserables. Sólo la solidaridad y la rebelión los forzarán a compartir los recursos que constantemente intentan acaparar para sí mismos.

Para citar del mentado manifiesto: «la verdadera medicina para prevenir que el cólera vuelva a aparecer no es otra cosa que la revolución social».

Reflexión final

Ese otoño, tras regresar a Florencia, Malatesta se las arregló para evitar su arresto al escapar de Italia escondido en un cargamento de máquinas de coser. En los cincuenta años que siguieron continuó sus incesables esfuerzos organizativos, escribiendo y dejando su huella en los movimientos anarquistas de tres continentes.

En sus siguientes escritos constantemente se referiría a su experiencia con el cólera, explicar a partir de esta cómo los males en lugares alejados del planeta no sólo están relacionados sino que inequívocamente entrelazados, un testimonio que la pandemia del COVID-19 nos ha demostrado una vez más.

Queremos concluir este estudio con las siguientes selecciones de su obra:

«El habitante de Nápoles se halla tan interesado en el saneamiento de las lagunas de sus ciudad como en el mejoramiento de las condiciones higiénicas de los pueblos situados en las orillas del Ganges, de donde le viene el cólera morboso. La libertad, el bienestar, el porvenir de un montañés perdido entre los desfiladeros de los Apeninos, no dependen únicamente del bienestar o de la miseria en que los vecinos de su aldea se hallen, ni de las condiciones generales del pueblo italiano, sino que dependen también de los trabajadores de América, de Australia, del descubrimiento de un sabio sueco, de las condiciones morales y materiales de los chinos, de la guerra o de la paz existentes en el continente africano, en suma, de todas las circunstancias grandes o pequeñas que, en un punto cualquiera del globo terráqueo, ejerzan su influencia sobre un ser humano.» (La Anarquía, Errico Malatesta).

«Y los que llegan al gobierno, hallándose en él fuera de su ambiente como se hallan, y hallándose, ante todo, interesados en continuar en el poder como se hallan, pierden toda fuerza activa y se convierten en obstáculo que detiene y entorpece la acción de los demás.

Abolid esta potencialidad negativa, que es el gobierno, y la sociedad será aquello que debe ser, según las fuerzas y las capacidades del momento.

Si en sociedad se encuentran médicos e higienistas, ellos organizarán, a buen seguro, el servicio sanitario. Y si no existen, un gobierno tampoco puede improvisarlos; únicamente podría, merced a la muy justificada sospecha que el pueblo abriga con relación a todo lo que se le impone, rebajar el crédito y la reputación de los médicos existentes y hacerles descuartizar, como envenenadores, cuando tratan de evitar o de combatir las epidemias”» (La Anarquía, Errico Malatesta).

«No preguntes, dijo un compañero, qué tendríamos que poner en lugar del cólera. Es un mal, y los males tienen que ser erradicados, no reemplazados. Esto es verdad, sin embargo, el problema es que el cólera persiste y regresará a menos que aseguren condiciones de higiene que reemplacen a aquellas que permitieron que la enfermedad se esparciera en primer lugar» («Demoliamo. E poi?», Pensiero e Volontà, número 10, 16 de junio de 1926).

Apéndice: referencias adicionales

«Los orígenes del socialismo en Nápoles» por Nunzio Dell’Erba y «Anarquismo italiano, 1864-1892» por Nunzio Pernicore ofrecen breves testimonios de las movilizaciones anarquistas en repuesta a la epidemia en Nápoles. El libro de Pernicone está disponible en inglés, publicado por AK Press. Este es un extracto del libro de Nunzio Dell’Erba relativo a este artículo:

«En los meses de agosto y septiembre [de 1884] hubo una intensa participación de anarquistas de toda Italia, en un esfuerzo de generosidad para asistir a los napolitanos afectados por el cólera.

El 13 de septiembre Luigia Minguzzi, Pezzi, Malatesta, Arturo Feroci, Galileo Palla, Giuseppe Cioci y Pietro Vinci se apersonaron en Nápoles. Durante el mismo período Cavallotti, Musini, Costa [ex político anarquista], y otros, también se hicieron presente. Los socialistas de Rávena les enviaron sus mejores deseos, expresando que ojalá los proletarios del Mezzogiorno [el sur de Italia] se librasen pronto del mal del cólera, como algún día se librarían del mal de la burguesía, estos últimos quienes claman tantas vidas como cualquier otra epidemia5. En las manifestaciones de los socialistas de Rávena en solidaridad con los proletarios de Nápoles, las fuertes y poderosas voces de los manifestantes de Parma, Boloña, Lugo, Turín, Alessandria, Génova y Milán se unieron para protestar contra el hechicero Depretis [primer ministro Agostino].

Para finales de septiembre de 1884, tres de estos socialistas, el litógrafo anarquista Rocco Lombargo de Milán, Massimiliano Boschi de la asociación “Los Derechos de la Humanidad” de Parma, y el también anarquista Antonio Valdrè de Castelbolognese, perecieron víctimas de la epidemia.

El cólera profundizó las de por si lamentables condiciones del proletariado, forzando a los patrones a despedir a sus trabajadores, o a sus arrendatarios a cerrar sus tiendas, como ocurrió con el caso del sindicato de zapateros, el cual tenía cerca de cuatroscientos miembros. Pero como Carlo Gardelli, un socialista de Romaña residiendo en Nápoles, atestigua: “el cólera no sólo ha causado graves daños materiales, sino otro tipo de daños incluso peores, como en la moral de los trabajadores”»6.

CrimethInc

Original en inglés: https://es.crimethinc.com

Fuente: https://principeandalusi.neocities.org/traducciones/colera.html


Lecturas complementarias

«El método de la libertad: lecturas de Errico Malatesta», editado por Davide Turcato (en inglés).

«El anarquismo italiano, 1864-1892», Nunzio Pernicone (en inglés).

«Epidemias y sociedad: desde la Peste Negra hasta el presente», Frank M. Snowden (en inglés).

«Nápoles en los tiempos del cólera, 1884-1911», Frank M. Snowden (en inglés).


Referencias

1. El testimonio de Fabbri se condice ampliamente con la versión de Max Nettlau, publicada un par de años antes en «Errico Malatesta: la biografía de un anarquista»: «en el otoño de 1884, Malatesta y otros compañeros partieron a Nápoles, en donde el cólera se había expandido en proporciones alarmantes, y se desempeñaron como voluntarios en los hospitales. Costa y otros socialistas obraron de igual modo. Dos anarquistas, Rocco Lombardo, antiguo editor de la publicación de Turín “Proximus Tuns”, y Antonio Valdrè sucumbieron a la epidemia. Aquellos que regresaron redactaron un manifiesto en donde expresaron que la real causa del cólera era la miseria y que su verdadero remedio era la revolución social» (Le Révolté, 28 de septiembre, 7 de diciembre de 1884 y 8 de noviembre de 1885).

2. Este artículo fue posteriormente reproducido en la publicación de Montevideo «Studi Sociali» del 1 de octubre de 1933, en donde conseguimos por primera vez este testimonio, gracias a la generosa ayuda de Davide Turcato.

3. Malatesta continúa: «después de la epidemia del cólera en Nápoles siempre mantuve contacto íntimo con Palla, lo he visto en situaciones muy difíciles y siempre me ha demostrado ser una persona resistente, siempre preparado para poner todas sus posesiones materiales al servicio de la causa, siempre envalentonado, siendo el primero en enfrentar el peligro, y siempre dando todo lo que hay en su alma. He indagado en las profundidades de su caracter indomable, y he visto el inmenso amor que guarda por la humanidad, su inquebrantable fe en la bondad y su firme decisión de consagrar su vida al triunfo de esa idea. Vi con emoción todas estas cualidades tan harmoniosamente dispuestas en él, y el amor que sentía por su madre, cuyo recuerdo llenaba sus ojos azules de lágrimas».

4. «Il Processo» partes 1-10, «L’Agitazione, Supplemento Quotidiano», n. e. 1-10 (21 al 30 de abril de 1898). En ambas transcripciones aparece en inglés la colección de escritos de Malatesta de Davide Turcato: «Un largo y paciente trabajo: el anarquismo socialista de L’Agitazione, 1897-1898».

5. «Partenza di socialini per Napoli», en «Il Comune» (Organo del Partito Socialista Rivoluzionario Italiano), Rávena, 20 al 21 de diciembre de 1884, año 11, número 50.

6. Ver la carta de Carlo Lardelli, Nápoles, 1 de diciembre de 1884, en «Il Commune», año II, 7 al 8 de diciembre de 1884, número 59: «El sacerdocio sabía cómo aprovecharse de un evento triste y explotarlo a su conveniencia, conocía, en su infortunio, las debilidades de las masas y lucraba a partir de ellas. Hoy es el indisputable maestro de este oficio. Las puertas de las casas están cubiertas de escritos dando la bienvenida a Dios y a la Virgen María para librarnos de la peste, las paredes una vez más repletas de ídolos, como si de la dominación borbona se tratase. No hay fe en la ciencia y en el trabajo de la humanidad. La fe valora más unas gotas de agua bendita que cualquier medicina».

Publicado en lapeste.org