América Latina

¿Qué ocurre en Nicaragua? Preguntas y respuestas desde la izquierda

26 julio, 2018

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César Mejías

¿Qué ocurre en Nicaragua? Preguntas y respuestas desde la izquierda


Los trágicos sucesos que vive Nicaragua desde el 18 de abril, preocupan y confunden a las izquierdas. Sin embargo, la inquietud que se comparte no significa unanimidad al momento de analizar e interpretar los hechos que cada día nos sobresaltan. Para una parte de las izquierdas se trata de un intento de golpe de estado del que participan fuerzas opositoras respaldadas por Estados Unidos, en tanto que para otra parte de lo que se trata es de una rebelión popular contra la concentración de poder de Daniel Ortega y sus expresiones autoritarias y represivas.


Para saber realmente qué está pasando, son de poca ayuda los marcos teóricos ya elaborados en los que se intenta hacer encajar la realidad, aunque hechos y datos contradigan análisis y conclusiones ya preconcebidas. Uno de estos marcos teóricos señala a una conspiración contra el gobierno revolucionario de Ortega, de tal manera que sean cuales sean los datos, la conclusión siempre es la misma: Estados Unidos y la oposición comparten la responsabilidad de la violencia, de los muertos, y del objetivo de derrocar a un gobierno democrático.

Pronto hará 35 años desde que me incorporé a la solidaridad con Nicaragua. Me siento sandinista, en lo intelectual y en lo sentimental. He vivido en Nicaragua y he viajado a ese país no menos de 25 veces. Tengo numerosas amistades con sensibilidades distintas y me considero bien informado, a pesar de la distancia. Pues bien, no comparto la idea de la conspiración. Aunque comparto la idea de que Estados Unidos no ha dejado nunca de intervenir en Nicaragua como en el resto de América Latina. Una idea que ha tenido bases objetivas durante la década de los ochenta cuando está probado que Estados Unidos sostuvo y dirigió a la contra. Que las ha tenido también en forma de bloqueo a Cuba y decenas de intentos de invadir la isla y atentar contra Fidel Castro. Además, Las intervenciones de Estados Unidos en El Salvador, Granada, Guatemala, Panamá, son asimismo ciertas, al igual que más recientemente sus intentos de socavar a gobiernos progresistas en la región andina e incluso de sustituir presidentes en Honduras, Paraguay y Brasil.

Pero el señalamiento de Estados Unidos no puede ser algo recurrente que explica todos los grandes problemas de las izquierdas. Es un fácil recurso cuando se trata de ocultar nuestras propias responsabilidades. En el caso de Nicaragua disponemos de un relato basado en hechos que debería ser sufi­ciente para explicar que los males de Daniel ortega y Rosario Murillo tienen su origen en sus propias políticas y en sus propios comportamientos como gobernantes.

Es cierto que la crisis o conflicto actual podía haber estallado por cualquier motivo distinto al del INSS; pudo haber sido el canal interoceánico el detonante de la protesta. Pero, en todo caso, los motivos de origen reciente hay que contextualizarlos para comprender la radicalidad con la que se expresan decenas de miles de personas. Y es que hay que remontarse a 1990 para entender mejor qué ocurre en Nicaragua.

La piñata

La piñata fue el primer episodio que marcó una crisis interna en el FSLN y una decepción en buena parte de la solidaridad. La piñata fue aquel reparto de propiedades entre cuadros sandinistas tras la derrota electoral de 1990, hecha bajo el pretexto de que el partido no podía dejar el poder sin fortalecerse con recursos que serían necesarios para trabajar desde la oposición. Pero en la realidad ocurrió que la teórica transferencia de propiedades al partido se cumplió tan solo en una pequeña medida; cuadros beneficiados debieron pensar que el bienestar empieza por uno mismo y se quedaron con su cuota. Lo demás lo hizo el corporativismo que aconsejaba un apoyo mutuo en el seno del ejército de benefi­ciarios. Algunos conocidos comandantes se hicieron socios de grandes negocios hoteleros, de camaroneras, de explotaciones madereras, de actividades agroindustriales y hasta bancarias, se hicieron asimismo propietarios de inmuebles previamente expropiados por el Gobierno revolucionario. Henry Ruiz, como otros muchos sandinistas, tomó esta metamorfosis como la señal de que había llegado la hora de cambiar el partido o desaparecer de la vida política. Se fue del partido discretamente, sir armar ruido, después de atreverse a desafi­ar a Daniel Ortega en las elecciones para secretario general del Frente Sandinista en 1994.

El abandono de valores hasta entonces tenidos como fundamentales, las deterioradas relaciones con la sociedad civil, los métodos de conducción a lo interno del FSLN, llevaron al partido a una crisis permanente e integral: ideológica, política y orgánica, todo lo cual se tradujo en un liderazgo de legitimidad dudosa. Hubo entonces diferencias internas en torno al Protocolo de Transición, pero esa diversidad de ideas y propuestas no fue nada comparado con la brecha de desconfi­anzas y conspiraciones internas por lograr el poder.

La acusación a Ortega por abuso sexual

El caso de Zoilamérica Narváez, la hija política de Daniel Ortega que lo acusó en 1998 de haber abusado de ella sexualmente durante varios años, conmocionó al país. Enseguida hubo voces que vieron a Estados Unidos detrás de una conspiración para perjudicar a Ortega que se amparó en su inmunidad parlamentaria para evadir el juicio correspondiente. Sólo después de pactar con Arnoldo Alemán para evitar el desafuero parlamentario, fue que Daniel Ortega se presentó (en el año 2001) ante una jueza sandinista, la cual no lo declaró culpable ni inocente del delito por el cual fue acusado, sino que cerró el caso porque supuestamente ya había prescrito legalmente. Lo cierto es que Daniel Ortega nunca demostró su inocencia de manera convincente.

Llamó la atención en ese momento que Rosario Murillo, madre de la víctima, saliera en defensa de Daniel de una manera vehemente. Desde luego, para un sector de la población y del sandinismo la ­gura de Daniel Ortega quedó dañada para siempre. No digamos ya, cuál fue la percepción de la solidaridad internacional en su mayor parte, al menos en Europa: de condena de Daniel Ortega y de su esposa Rosario como encubridora. No podíamos creer en una jugada de la CIA, era sencillamente inverosimil.

El pacto con Arnoldo Alemán

El 17 de enero de 2009, la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua exoneró al expresidente Arnoldo Alemán de sus cargos por corrupción. Le dejaba así la puerta abierta para presentarse de nuevo a unas elecciones . Esa controvertida decisión judicial no dejó indiferente a nadie: sus detractores coinciden en denunciar la supuesta existencia de un pacto secreto con Daniel Ortega para repartirse cuotas de poder: uno habría ganado su libertad (Alemán) y el otro, volver a la presidencia (Ortega). La clave habría sido el control que Daniel tenía del tribunal que lo absolvió.

A  Arnoldo Alemán se le abrieron cargos en países como Panamá y Estados Unidos y se le condenó a 20 años en Nicaragua, aunque no llegó a ingresar en la cárcel: la Corte le con­finó a un arresto especial de convivencia familiar dentro de los límites de la ciudad de Managua. Transparencia Internacional le consideró en aquella época como el noveno Jefe de Estado más corrupto del mundo y estimó su saqueo de las arcas en unos 100 millones de dólares. ¿Por qué Ortega pactó con él?

Para Arnoldo Alemán el pacto con Ortega respondía al interés mutuo de los dos líderes políticos. Ortega estaba en situación débil después de sufrir su segunda derrota electoral consecutiva y también acababa de enfrentarse a una rebelión interna en su propio partido. Necesitaba mejorar su posición política y evitar que se desvaneciera su imagen de líder único del FSLN. Por otro lado, Daniel Ortega validaría con los votos de los diputados sandinistas que él comandaba, la diputación de Alemán a cambio de compartir cuotas en los poderes del Estado y poder alcanzar la presidencia de la República con solo el 35% de los votos nacionales. El exalcalde sandinista de Managua, Dionisio Marenco, cuenta que el mismo Daniel Ortega se asombró cuando Alemán, “sin ton ni son, le ofreciera rebajar el porcentaje de votos necesarios para alcanzar la presidencia, del 45% al 35%”. Ortega y Alemán se necesitaban el uno al otro. Con el pacto Daniel Ortega pudo alcanzar la presidencia con un 38% de los votos, cuando antes del mismo se exigía el 45%. Pero fue un pacto con un corrupto para sacar réditos electorales y cuotas de poder.

El pacto con Obando y Bravo

En el pasado Daniel Ortega llamó al cardenal Obando “capellán del somocismo”; lo hizo tras aquella parábola del “viborazo” pronunciada por el cardenal en la catedral el 17 de octubre de 1996 a tres días de las elecciones que Ortega perdiera ante Arnoldo Alemán. En los meses siguientes Ortega llamó a Obando fariseo y le acusó de “ensuciar la palabra de Cristo”. Por su parte el cardenal dijo que Ortega “es una serpiente, que vive, mata y muere escupiendo veneno”.

Pero el cruce de insultos se olvidó cuando Ortega se dio cuenta de que contra la Iglesia Católica no ganaría nunca las elecciones. Había perdido las siguientes elecciones de noviembre del 2001 frente a Enrique Bolaños, tropezando de nuevo con la Iglesia Católica. Y buscó el abrazo con el cardenal. Comenzó llamándole un hombre entregado que ha mostrado mucho amor por los más pobres y por su nación. Para que quedara claro los diputados sandinistas votaron en la Asamblea Nacional una moción que destaca a Obando y Bravo como un hombre de diálogo, que “se ha hecho otro Cristo en la entrega a los demás, “hombre de gran energía moral”. El reconocimiento no cayó en saco roto.

Hubo entonces dos conversiones. La del cardenal en su aproximación a Daniel Ortega, que tuvo como intercambio la exoneración de Roberto Rivas, acusado de fraudes millonarios, pero protegido del cardenal. Y la conversión de Ortega que comenzó a acudir con su esposa a las misas de domingo en la catedral, convenientemente televisadas, en una de las cuales pidió perdón por los excesos pasados de la revolución. En una de ellas, también, fue acompañado de Lenin Cerna quien fue el jefe de la Inteligencia Nacional en la década de los ochenta. La cercanía entre ambos fue ilustrada cuando se vio al cardenal dando la comunión a Ortega y a su compañera Rosario, a quienes había casado en una ceremonia privada.

El regalo estrella estaba por llegar. Ocurrió a ­finales del 2006, poco antes de las elecciones presidenciales que una conquista de las mujeres nicaragüenses, establecida insólitamente en la ley por un gobierno conservador hace más de siglo y medio, en 1837, fue borrada de un plumazo por un partido en el gobierno que se autoproclama “revolucionario”: la bancada del FSLN votó la prohibición y castigo del aborto terapéutico. Lo hizo para satisfacer a las iglesias y con el ­n de ganar votos pues se encontraba en campaña electoral y para congraciarse con el fundamentalismo religioso de las iglesias católica y evangélica . Por ­n, en noviembre de 2006, Daniel Ortega ganó las elecciones.

Las políticas del gobierno de Ortega

Ya como presidente, quiso proclamar la continuidad de la revolución que derrocó a Somoza. Sin embargo el discurso nunca ha encajado con los hechos. No, no estamos en ninguna segunda etapa de la Revolución, no se están realizando transformaciones que consoliden en Nicaragua un sistema de justicia social. Todo lo contrario: se ha fortalecido, como nunca antes, un régimen económico-social en el que los pobres están condenados a rebuscarse la vida en trabajos informales, precarios, por cuenta propia o a trabajar por salarios miserables y en largas jornadas, condenados a emigrar a otros países en busca de trabajo, condenados a pensiones de jubilación precarias. Se trata de un régimen de inequidad social con un creciente proceso de concentración de la riqueza en grupos minoritarios.

Claro que todo esto se explica desde dos hechos: el pacto del Gobierno de Ortega con el gran empresariado del COSEP y la obediencia al Fondo Monetario Internacional del que Nicaragua es un buen alumno. De hecho, personal técnico del FMI visitó Nicaragua en 2017 y felicitó al Gobierno por las buenas perspectivas del país, con un crecimiento del 4,9% del PIB. Un crecimiento que para este año 2018 sería del 4,7%. Las felicitaciones fueron acompañadas por la recomendación de reformar el INSS para garantizar su viabilidad. La reforma del INSS es justamente lo que ha sacudido Nicaragua desde el 18 de abril. El informe del FMI desvela además que se “recibe con beneplácito las medidas adoptadas por las autoridades para fortalecer el sector bancario”. El informe, muy elogioso con el Gobierno de Daniel Ortega, reconoce en su punto 10 los buenos avances realizados.

Como sabemos en las izquierdas, es difícil gobernar a favor de las mayorías cumpliendo las recomendaciones del FMI. Y cuando los datos macros son buenos, con frecuencia ocultan que por abajo todo sigue igual.

En segundo lugar se ha profundizado la subordinación del país a la lógica global del capital. Nicaragua, se ha ido entregando a las grandes transnacionales y a los capitales extranjeros, que llegan a explotar riquezas naturales o a aprovecharse de la mano de obra barata, como sucede en las zonas francas. El caso más patético de esta lógica entreguista del país y de sus recursos es la concesión para la construcción del Canal Interoceánico en condiciones de opacidad y en contra de los movimientos medio ambientales y del campesinado afectado por el proyecto; pero ha habido previamente muchas otras concesiones mineras, forestales, pesqueras, en la generación de energía, que han ido ocupando todo el país.

En tercer lugar el actual sistema económico-social imperante en Nicaragua trata de reducir a la mínima expresión las resistencias sociales. También se han recortado los espacios críticos y de información objetiva, de tal manera que pocos medios de comunicación escapan al control de la familia Ortega-Murillo con la participación de algunos de sus hijos.

Pero, ¿y los programas sociales? Es verdad que los hay. Pero son básicamente asistenciales, no producto de transformaciones sociales y económicas y del modelo productivo. Se traduce en la entrega de pequeños lotes agrarios, de animales de cría, de láminas de zinc, de bicicletas, y otras donaciones cubiertas hasta ahora con dinero procedente de la generosidad petrolera venezolana. Además, están los favores personales, los premios y castigos que se completan con una vigilancia diaria a través del cinturón de hierro tejido por la vicepresidenta Rosario Murillo, que ha sabido crear una fuerza social que presta servicios al Gobierno bajo la fórmula de participación ciudadana. El asistencialismo genera clientelismo y eso contribuye a que hoy día, en medio de la crisis, el apoyo duro a Ortega-Murillo no sea menor al 20% según encuestas.

Por otra parte se ha desarrollado un desmedido proceso de concentración de poder en la pareja Ortega-Murillo y su círculo más cercano. Es un poder que amenaza con destruir todo vestigio de institucionalidad democrática. Desde su primer mandato hasta 2018 Ortega ha ido sustituyendo progresivamente la división de poderes por una concentración de poder que alcanza al legislativo, la justicia y el poder electoral, del que ha tenido que dimitir el mentado Roberto Rivas, tras fungir de presidente bajo la influencia de Ortega a quien le debía que saliera sano y salvo de delitos de corrupción.

Califi­car al gobierno de Daniel Ortega y a su liderazgo mismo como de izquierda es un error. Veamos todavía un ejemplo:

El eslogan que está presente en toda Nicaragua desde hace ya unos años es: Nicaragua, cristiana, socialista y solidaria. En términos intelectuales es un despropósito. Desde un punto de vista pragmático es puro oportunismo. El Estado de las izquierdas sólo puede ser laico. No puede defi­nirse como confesional, so pena de violentar toda la dimensión libertaria de la nueva sociedad. Hay claramente un intento de aprovechar el bajo nivel de formación crítica de una parte grande de la población, apelando a emociones y creencias que deben vivirse sobre todo como privadas.

Lo que ocurre es que Daniel Ortega utiliza el lenguaje, lo mismo religioso que antiimperialista como disfraz para una política que en realidad es neoliberal, pactista con Estados Unidos (la década de mano dura de Daniel Ortega ha sido vivida con tranquilidad por los presidentes norteamericanos) y de obediencia al FMI. Ese lenguaje responde a un invento muy extendido por los poderes en el mundo: decir aquello que la población quiere oír para que en realidad todo siga igual y nada cambie. Lo que hay que hacer es contrastar sus políticas concretas con sus discursos para identifi­car sus contradicciones.

No mirar de frente a los hechos para analizarlos libre y objetivamente no se ajusta a aquella idea de que la verdad es siempre revolucionaria. En ocasiones damos la espalda a realidades que no nos gusta criticar porque entendemos, erróneamente que al hacerlo perjudicamos a nuestra causa. Al contrario, lo que nos hace daño es tapar y justi­ficar actuaciones de la izquierda que deben ser criticadas por otras izquierdas. Desde una posición sana deberíamos interesarnos en esclarecer la verdad, para fortalecernos política y moralmente.

Las protestas contra la disminución de las pensiones en un 5%, y contra el aumento de las cotizaciones de los trabajadores y empresarios al INSS, debería haber conducido a la apertura de un diálogo con las partes sociales interesadas. También debieron ser debatidas como exigen las leyes de Nicaragua en la Asamblea Nacional, pero se pretendieron imponer por decreto presidencial.

La rebelión popular

Una rebelión popular es lo que está ocurriendo, poniéndose de manifi­esto un malestar incubado durante los últimos años. Sin embargo, algunas voces desde la izquierda señalan que Ortega-Murillo son víctimas y que todo responde a un plan auspiciado por Estados Unidos.

Estados Unidos lleva en su ADN ser y comportarse como un imperio, y en su política de Estado sigue considerando la región Centroamericana y el Caribe como su patio trasero. ¿Puede ponerse en duda que un nuevo movimiento revolucionario en América Central llevaría a la Administración norteamericana a tomar medidas de fuerza? Como dice Noam Chomsky: «Los persistentes y frecuentemente invariables rasgos de la política exterior de los Estados Unidos están muy arraigados en las instituciones estadounidenses y en la distribución del poder en la sociedad interna de los Estados Unidos. Estos factores determinan un restringido marco para la formulación de políticas con pocas posibilidades de desviaciones».

En la época actual, las armas de Estados Unidos en la región, y en Nicaragua en particular, no disparan balas, tienen nombre de USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional), NED (Fundación Nacional para la Democracia), así como otros institutos contratados. Estos organismos tratan de infi­ltrarse en el escenario nacional e influir en organizaciones de la sociedad civil y de la oposición política, en primer lugar como forma estratégica de estar colocados en espacios clave y en segundo lugar, llegado el caso, para impulsar nuevos liderazgos nacionales. Para ello estos organismos cuentan con un arma estrella: el dinero que pueden aportar. No me puede extrañar que se hayan detectado proyectos de influencia norteamericana en el país en los últimos años.

Ahora bien, estoy seguro que los organismos de inteligencia nicaragüenses conocen bastante de cerca estos movimientos. En realidad son pistas fáciles de seguir. Sin embargo, lo que me parece curioso es que la seguridad del país identi­fique como proyectos de USAID en Nicaragua los siguientes: La participación ciudadana, el fortalecimiento de derechos ciudadanos o la cultura de exigencia de transparencia a las instituciones de gobierno. ¿Será que el régimen ve como una amenaza cuanto signi­fique empoderamiento social y más democracia?

Vayamos al grano: una cosa es creer que Estados Unidos no descansa en América Latina, país por país, y otra muy diferente defender la idea de que detrás la rebelión popular en Nicaragua existen fuerzas ocultas que la gestionan, en concreto el imperialismo. Este tipo de reacciones es muy recurrente en las izquierdas. Sirve para exculpar los propios errores, ocultar los fracasos propios y despejar toda la responsabilidad a fuerzas externas. Sinceramente, con esta tesis faltamos a la verdad en el caso actual de Nicaragua. Lo extraño es que durante una década Daniel Ortega haya gobernado casi sin oposición y sin protestas en las calles. Méritos para que hubiera manifestaciones los han tenido la pareja Ortega-Murillo. De hecho decenas de marchas contra el Canal sí se llevaron a cabo siendo reprimidas las más de las veces. Y cuando estas marchas fueron reprimidas siempre se justifi­có en nombre de los intereses nacionales y se tachó a los manifestantes de poco menos que vendepatrias.

Lo cierto es que el 18 de abril estudiantes primero y multitudes después salieron a las calles a protestar contra unas medidas impuestas por el FMI. Y, ¿cómo es posible? Semejante convergencia de actores protestando debe dar que pensar a Daniel Ortega. Tal vez no se han enterado, él, y mucha gente de izquierdas, de que hay nuevos actores sociales que se convocan por redes a gran velocidad. Que ya no es necesario esperar a las puertas de centros de trabajo para lograr adhesiones, ni esperar a la orden de un partido político. Una convocatoria por las redes prende con gran rapidez y tiene la ventaja de que no tiene un centro organizador: hay muchos centros y al mismo tiempo ninguno lo es.

Las izquierdas nos tenemos que preguntar cómo es posible que ante el autoritarismo, la concentración de poder, y las políticas neoliberales, no haya habido protestas como las de ahora con anterioridad. Un monitoreo imparcial de lo que vienen siendo las políticas y comportamientos de Daniel Ortega, sería demoledor.

Nadie presintió este estallido, pero eran incontables las razones que anunciaban que ocurriría. La juventud universitaria lo inició y a la juventud la siguió la gente, muchísima gente, cada vez más gente. Desde hacía años había muertos y terror en las zonas rurales y Managua parecía dormida. Y al despertar Managua, levantó al unísono al país entero. ¿Cómo fue posible? No por una conspiración desde fuera, sino por la mucha lava acumulada dentro. Los volcanes no avisan. (revista ENVIO, mes de abril 2018)

Violencias

El número de muertos crece cada día. Si no hay acuerdos políticos en un plazo corto la sangría puede ser de las que rompen los ojos. ¿Todos los muertos y heridos son obra de fuerzas policiales y paramilitares? La gran mayoría, sin lugar a dudas. Hay también un pequeño número obra de grupos que se colocan del lado de la oposición. En cierto modo es inevitable. Y lo es cuando Nicaragua es un país con tanta gente familiarizada con las armas y en su memoria colectiva está muy presente el derrocamiento armado de una dictadura. Honestamente creo que lo idóneo es que la salida política sea democrática y pací­fica, cambiando la realidad política y el gobierno de un modo cívico.

A­rmo que la gran mayoría de los más de 280 muertos son el resultado de disparos de fuerzas policiales y paramilitares. Así lo atestiguan numerosos testimonios, familiares de víctimas, organismos de derecho humanos nacionales e internacionales y grabaciones de video. Pero así lo atestiguan también los modelos de armas utilizados y la precisión de tiro de quienes disparan. Es un secreto a voces que en reuniones llevadas a cabo en varios departamentos del país se han hecho reclutamientos de veteranos de guerra, expolicías y exmiembros de las tropas especiales del MINT, entre otros colectivos. Todo esto ha sido publicado en Nicaragua y nadie ha podido desmentirlo. Pero hay un dato más, signifi­cativo: si en la segunda mitad de abril los disparos contra manifestantes procedían de escopetas, fusiles 22 y algún AK 47, en la actualidad, grupos organizados militarmente, dotados de comunicaciones y hasta de drones de tipo militar, disparan con M 16, AK 47, fusiles de francotirador Dragunov, FAl y fusil Catatumbo, entre otras armas de combate.

Es verdad que grupos minoritarios de “antidanielistas” utilizan morteros caseros. He decir que a pesar de que se apele a una legítima resistencia me parece mal. Por cinco razones, al menos: a) porque la confrontación con armas (aunque sean caseras) desplaza a la multitud como actor principal y la sustituye por minorías violentas; b) porque desencadena una espiral de reacciones, normalmente desproporcionadas, en la que sale perdedora la sociedad civil; c) porque la confrontación violenta no echará del Gobierno a la pareja Ortega-Murillo que cuenta con mucho poder de fuego; d) porque una confrontación armada es el camino más corto a una guerra civil; e) porque política y éticamente es mejor para un proyecto de país la movilización democrática y pacífi­ca.

Veamos una imagen habitual: en Managua y otras ciudades grupos armados disparan desde Toyotas de color blanco y desaparecen. ¿Cree alguien que de ser opositores, al menos algunos de estos individuos no habrían sido detenidos y exhibidos en los medios de comunicación? ¿por qué no son detenidos, incluso cuando se ha visto a grupos policiales muy cercanos físicamente a estos grupos de los Toyota?

Desde luego, la confrontación ha sido y es extraordinariamente desigual en la inmensa mayoría de los casos: piedras y palos contra armas de guerra. Por cierto que las izquierdas deberíamos reflexionar sobre el hecho de que por momentos el propio Daniel Ortega a llegado a decir: “la violencia opositora viene de una conspiración delincuencial que ha pretendido entregar el país al crimen organizado”. A­firmación extraña e inverosímil que no casa con la tesis de una conspiración política imperialista.

Una imagen de lo que está pasando la ha dejado un estudiante de comunicación de la UCA en el marco de la efímera mesa de diálogo en la que estuvo presente Daniel Ortega: Lesther Alemán, sin micrófono y con fi­rmeza paralizó al país. Un chavalo de 20 años encaró al mandatario: “¿Por qué asaltó la palabra suya? ¡Porque nosotros hemos puesto los muertos, los heridos, los desaparecidos!… ¡Hemos aceptado estar en esta mesa para exigirle que ahorita mismo ordene el cese inmediato de la represión de sus tropas, de las fuerzas paramilitares, de las turbas!… Ésta no es una mesa de diálogo, ¡es una mesa para negociar su salida, y usted lo sabe muy bien porque el pueblo es lo que ha solicitado!… En un mes usted ha desbaratado el país, a Somoza le costó muchos años, ¡y usted lo sabe muy bien!.. ¡Ríndase ante todo este pueblo!” Una escena inolvidable cuando se escriba la historia de esta revolución no armada”.

Conclusión

Las reacciones desde la izquierda deberían ser objetivas, a partir de analizar la trayectoria de Daniel Ortega y Rosario Murillo en el poder, sin hacernos trampas en la identificación de hechos y la valoración que nos merecen. Me consta que hay mucha gente en la izquierda que siente vergüenza de lo que está pasando, pero que de momento permanece en silencio por una lealtad mal entendida. El caso es que nos hace mucho daño a las izquierdas mantener vínculos de apoyo a Daniel Ortega. Ese es un ejercicio peligroso pues antes o después se sabrá toda la verdad. Vídeos y audios, en algún momento, tendrán la palabra. No vale la pena que nos quememos en la defensa de lo indefendible sólo por mantener la ­ficción de que se trata de un Gobierno de izquierda. El sandinismo es mucho más que el FSLN ofi­cial. Hay mucho sandinismo en Nicaragua y en el exterior y algún día, ojalá pronto, será posible su refundación de la mano de personas honestas y con un proyecto político de servicio a un pueblo sufriente que por pedir libertad está siendo masacrado.

Hay un hecho signifi­cativo con el que quiero acabar: era noviembre de 2017 cuando el expresidente Pepe Mújica estaba a punto de arribar a Managua desde Panamá, para recibir la distinción del Doctorado Honoris Causa de parte de la Universidad Autónoma de Nicaragua (UNAN), sorpresivamente, Daniel Ortega suspendió unilateralmente el acto que ya no se celebró. Durante un tiempo pensé sobre cuál sería la razón. Pasado un tiempo, ahora sí creo saberlo.

¡Viva Sandino!

Publicado por Contrahegemonía web.