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El final del patriarcado

2 septiembre, 2020

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Guillermo Navarro

El final del patriarcado

Las denuncias iniciales en @varonescarnaval siguieron replicándose día tras día en la política, en la universidad, en el canto popular y hasta en el mundo freak. Se desfonda la base de la impunidad histórica del pacto de violación. El cimiento se parte y desmorona, nos aliviamos de su derrumbe. Estamos fundando un nuevo pacto feminista que garantice vidas dignas, libres y gozosas, pero todavía hay ruido, polvo y dolor.


Las feministas italianas de la Librería de las Mujeres de Milán publicaron en 1996 un texto titulado “El final del patriarcado. Ha ocurrido y no por casualidad”(1). Para muchas feministas tal afirmación era como mínimo un delirio y sobre todo una irresponsabilidad cuando los datos de la realidad seguían mostrando desigualdades y violencias. En estos días intensos de denuncias este texto se hizo presente cada vez que volvemos a decir “se está cayendo”, “lo estamos tirando”. ¿El patriarcado está llegando a su fin? No sé, aunque eso pienso cuando veo lo que está pasando estos días, cuando siento que se relanza una vez más lo que viene pasando hace años y se abren nuevas preguntas. Claro que no se trata de una mirada ingenua que desconoce la avanzada reaccionaria, quiere ser una que intente mirar lo hondo que sucede, no sólo la cáscara. En medio de las dudas camino con mis compañeras sabiendo que el patriarcado se está diluyendo porque si dejamos de darle energía no tiene cómo existir. No es sencillo, pero estamos en eso y vamos juntas.

Para cualquiera de las que no paramos de hablar con otras estos días es obvio que no es espontáneo, es parte de la lucha feminista desplegada. No somos unas improvisadas, lo entendemos teóricamente y hemos ido aprendiendo recursos para escuchar y acompañar. También es obvio que no es una olla que destapa malas experiencias personales, sino lo putrefacto de la estructuración patriarcal de la sociedad. Si alguien aún quería echar las culpas a los excesos del carnaval, el argumento se cae rápido cuando aparece en la música en general, cuando es en aulas, cuando es en todo tipo de empleos. Una vez más, no son casos aislados, es patriarcado puro y duro.

Irrumpió en redes y toma algunos/as por sorpresa, pero no es un impulso, es una política feminista que va sedimentando, que todavía tiene mucho por decir y que va aprendiendo como denunciar cuidándose de no recibir nuevas violencias. Historias de años atrás pueden decirse porque alguien va escuchar, va a creer, va a sostener. Los relatos pueden codificarse como lo que son, violencia sexual porque otras lo nombraron y describieron antes. Se multiplica exponencialmente tal como sucede con otras movilizaciones, por resonancia. No estaba la ‘central única’ diciendo ‘ahora hay que lanzar esta campaña’. Parte de la trama de la lucha encuentra un modo de decir, pone palabras a algo que reconocemos todas y la vibración se amplia. Hace años las consignas como #metoo o #yo si te creo, #laprofetecree han abierto espacio. Hay capas y capas de silencio y esta vez se descubrió una gigante.

Aunque siguen los discursos que relativizan, re-victimizan o quieren volverlo amarillismo, lo que hay es una fuerza increíble que elude esas interpretaciones. Una y otra vez aparecen nuevas compañeras que aportan lucidez en las charlas en las casas, en la tele, en los espacios políticos. Tal vez uno de los ejemplos más interesantes es la carta firmada por buena parte del plantel docente femenino de la Facultad de Psicología, como versión pública de la revalorización concreta de la palabra femenina que da un claro mensaje no sólo de que se cree en los testimonios, sino que esos relatos reverberan en las experiencias de las docentes y que ya es hora de un basta institucional, que ya no alcanzan sus manipulaciones para mediar entre nosotras.

Lo que está sucediendo es una muestra pública de la profunda reconstitución de la confianza entre nosotras y la de cada una al mismo tiempo. Es una inversión total del mundo cada vez que creo y creen en mi y en las otras, antes que encubrir más o menos explícitamente a un varón en su ejercicio de la violencia. Las italianas en ese texto que evoco decían: “El patriarcado ha terminado, ya no tiene crédito femenino y ha terminado. Ha durado tanto como su capacidad de significar algo para la mente femenina. Ahora que la ha perdido, nos damos cuenta de que, sin ella, no puede durar”. Hemos pasado generaciones y vidas enteras sin creer en nosotras mismas, en las señales de nuestro propio cuerpo para mostrar el miedo, la incomodidad, el dolor. Todas hemos sido cómplices. Pero sin esa costosa complicidad y ese doloroso silencio no existe patriarcado o al dejar de callar buena parte se esfuma.

Una vez más aparecen las claves que veníamos enunciando. Se hizo visible la profunda lógica de la jerarquía, que aprovecha fragilidades, que hace de las diferencias fuente de abuso permanente. Los relatos dan cuenta de abuso anclado en las diferencias de edad, buena parte de las denuncias son de adolescentes o jóvenes abusadas por hombres varios años mayores. Hay jerarquías en la trayectoria, alguien que empieza a militar con un referente consolidado y su variante de un despliegue narcisista usado para abusar de una fan. Sus carreras académicas, políticas, artísticas se ven ahora más transparentes. Tras ellas hay abusos. Y hay lo que se lee entre líneas y también sabemos: tras ellas hay mujeres a las que se desvalorizó, tras ellas hay trabajo no reconocidos, explotado. Eso también se está cayendo.

En el texto mencionado las italianas también señalaban que no iba a ser fácil: “El final del patriarcado ni es ni será, ciertamente, cosa de risa. El patriarcado no era control masculino de la sexualidad femenina y nada más. Era, en su conjunto, también una civilización (…) El miedo de que el patriarcado arrastre en su caída instituciones todavía indispensables para el orden social más elemental, provocando caos o respuestas reaccionarias o resistencias equivocadas está, pues, bien fundado”. Sabemos que no es fácil, claro que lo sabemos, pero como dijo Audre Lorde “El silencio no nos protegerá”. Nosotras hace años que venimos politizando el miedo para hacer con eso algo nuevo y nos estamos reinventando cada vez que logramos sobreponernos a lo que nos paraliza. Sabemos que hay reacción a nuestra lucha y no sólo desde visiones fundamentalistas o reaccionarias clásicas.

Estamos hartas de que hablen por nosotras y hartas de que otra vez nos ubiquen como indefensas. Tampoco queremos unos varones -ni unas mujeres- que aparezcan como salvadores o redentores de lo malo que hicieron otros. Queremos que socialmente violar este vedado, queremos desandar la cultura de la violación. Y hoy más que nunca está claro que no es un asunto de izquierda o de derecha.

Hemos oído y leído un sinfín de disparates. No quiero detenerme en ellos en general, porque a esta altura sabemos que es mejor direccionar esfuerzos en crear. Pero no puedo evitar detenerme en una de las respuestas públicas de uno de los denunciados escudándose -como lo ha hecho siempre- en que ahora la moralina feminista ya no deja vivir la sexualidad a nadie, que es un momento antierótico. Vale la pena responder solo para afirmar lo que estamos instalando como pacto nuevo: sexo no es violación. No violarás!(2).

Ni el cuerpo femenino ni ningún cuerpo es violable. Eso se terminó. Al fin la cultura de la violación ya no erotiza, la primacía del coito y la eyaculación masculina como única medida ya no corren. Eso no significa menos erotismo, sino todo lo contrario. Cualquiera que haya gozado bailando hasta el amanecer en fiestas libres de acoso, cualquiera que en estos años se reconoce en su cuerpo, cualquiera que aprendió a reconocer su deseo y a no tolerar imposiciones lo sabe. Nuestra sexualidad está siendo ahora más plena, más diversa, más vital y más orgásmica.

Han sido días raros, confusos entre el ruido y el polvo de lo que se cae. Esos cimientos estaban sobre nuestro dolor. Oímos que se cae y sentimos alivio, pero ahí también se caen partes nuestras. Hablar para cada una, hablar para todas es sanación, pero mientras cicatriza pica, incomoda, tira, duele. Hay un hondo y radical ejercicio colectivo de quitarse el peso de la culpa al poner nombre. Resuenan las canciones que meses atrás nos dieron fuerza: “El violador eres tu/La culpa no era mía” para sentir una vez más que ni estoy sola, ni estoy loca, ni tengo que seguir cargando este peso. Pero volvemos a sentir asco, angustia. Nos ha costado dormir, soñamos, revivimos situaciones. Estamos agotadas. Nos necesitamos para permitir al cuerpo que se alivie. Nos necesitamos juntas y pacientes para que sea un tiempo de justicia colectiva que sane.

Son días de nueva confirmación de las certezas que hemos ido construyendo, pero también un tiempo de nuevas incertidumbres, en el que necesitamos encontrarnos y charlar mucho mucho para saber cómo seguir. Volviendo al texto citado, resuenan las preguntas “¿Y ahora? ¿Qué nos sucederá al mundo y a nosotras ahora que las vidas femeninas y las relaciones con los hombres ya no están reguladas, o lo estarán cada vez menos, por el simbólico patriarcal?“ Necesitamos un nuevo momento de hablar entre todas, entre todes.

Pienso por ejemplo en cuidar el uso de la palabra víctima. Sabemos que eso nos ayuda a nombrar la agresión recibida por esa mujer, pero que es una palabra paradojal, porque nombra y sin querer oculta que lo hay es mujeres en lucha, mujeres que están cambiando la organización social. Pienso en como hacemos para apapachar, sostener, cuidar, habilitar procesos de sanación más hondos, sin re-victimizar.

De las alertas feministas hemos aprendido que no queremos un cierre punitivista, uno del que se aprovechen otros para campañas o para agudizar el control de nuestros cuerpos. Hemos abierto el debate para pensar una justicia en clave reparativa pero todavía no sabemos bien cómo y qué hacer. Hay que estar alertas a que no nos entrampen en tribunales, porque nos necesitamos también en las calles. La justicia institucional es una vía válida, pero no todo termina en lo penal, es decir, no significa no judicializar en ningún caso, sino abrir la pregunta a en qué casos y especialmente dimensionar que es un movimiento de justicia mayor. Que no alcanzan las leyes si la justicia sigue siendo patriarcal, que se necesita un pacto social de no violar que desborde papeles.

Reparar es estar atentas al dolor producido. Las declaraciones cínicas de algunos, los rápidos movimientos de ser políticamente correctos de otros me hacen pensar que no terminan de entender lo hondo del dolor provocado, lo rancio de sus acciones aunque las hayan querido enmarcar en sus días y vidas de militantes por la transformación social. Nosotras estamos re-acomodándonos y siento que algunos no dimensionan que no es así nomás, que no es una disculpita y se van a quitar el dolor provocado en la mujer acosada, en su trama de vínculos cuando se entera, en las mujeres que quieren a quien acosó, que depositaron en él confianza, que tienen con ellos hijos e hijas.

La rebelión de las mujeres está cambiando la sociedad en sus modos más elementales. Así lo decían las italianas que una vez más vienen en mi auxilio: “Son hoy las mujeres, más que los hombres, quienes hacen frente a las tareas más arduas y a las contradicciones más elementales de la sociedad que cambia”. Somos nosotras las que estamos poniendo el cuerpos. Son las madres las que están escuchando a sus hijas y acompañando a denunciar. Somos nosotras hablando con nuestras hermanas más chicas, las que seguiremos estando atentas a sus incomodidades, siendo claras en que ahí estaremos para ellas. No siempre sabemos qué hacer, pero seguro no queremos devolverle miedo, restringirle paseos o experiencias, sino transmitir confianza en ellas y en las redes.

Todavía no sabemos bien cómo abordar el tema en los resortes que toca, en las personas que conocemos que tienen vínculos con los denunciados, pero que están eligiendo no repetir esas masculinidades. Por ahora sabemos que para la trama duele y mucho. Sabemos que tenemos que hablar, escucharnos. Que podemos acompañar pero que cada quien tiene que hacerse cargo de su proceso. Y aunque hay que ver cada quien su modo, sabemos que los que no quieren seguir en el pacto tienen que buscar el modo de acompañarse.

Tampoco sabemos con claridad qué hacer cuando los denunciados parecen querer hacerse cargo. Porque sospechamos y esa sospecha es válida. Porque lleva energía y no sabemos si la merecen. Porque estamos dolidas y enojadas y es válido habitar esos sentimientos.

Es un momento nuevo para que los varones revisen su parte en el pacto patriarcal, para que rompan la complicidad masculina en la violación. Sabemos que en nuestra trama no hay lugar para violentos ni violadores, ni para cómplices. Estamos ensayando modos de saber cómo cultivar cercanía y gestionar distancias que nos garanticen tranquilidad y libertad.

Por eso necesitamos vernos, charlar, contar más en detalle como cada quien está haciendo, respondiendo, organizando la experiencia. Nos necesitamos en los abrazos de autocuidado. Nos necesitamos en la calle, relanzando nuestra libertad y alegría en la certeza de que es posible, que hay vida después del patriarcado.

1. Se puede ver el texto completo aquí

2. Al respecto recomiendo volver a leer esta nota de Mariana Menéndez