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Argentina: El pan y las flores en tiempos de pandemia

25 mayo, 2020

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Prensa UTT

Argentina: El pan y las flores en tiempos de pandemia

Hace pocas semanas la Unión de Trabajadorxs de la Tierra donó más de cincuenta toneladas de alimentos a diversas organizaciones que, desde el inicio de la pandemia, sostienen ollas populares y comedores en los barrios. Además de lograr poner sobre la mesa la discusión sobre lo que comemos, la UTT viene construyendo desde la práctica concreta alternativas de producción digna y agroecológica.


En este diálogo con Rosalía Pellegrini, fundadora e integrante de la organización, conversamos acerca de los desafíos de producir en un contexto de pandemia y de cómo se cruzan el patriarcado con el agronegocio, el capitalismo con el sistema alimentario. Hacia el final de la charla, dos anécdotas sin desperdicio de esta época anómala por la que transitamos.

-¿Cómo se organizaron en este contexto de pandemia para poder seguir produciendo?

Desde la UTT lo primero que hicimos ante la pandemia fue aplicar los protocolos de seguridad para la producción de alimentos: fortalecer todos los cuidados y recaudos de higiene y de sanidad que hay que tener para seguir produciendo alimentos. Al principio establecimos un protocolo de seguridad ante síntomas por COVID, pero por suerte no lo tuvimos que utilizar nunca. Es una realidad que esta enfermedad se expande más en los sectores urbanos. En seguida se vio claro que el alimento se transforma en una actividad esencial, fundamental para la vida. Nosotros lo venimos sosteniendo desde hace rato. Y estamos produciendo alimentos de una manera en la cual hay una demanda que superó la capacidad productiva que tiene el sector, incluida la UTT. Estamos coincidiendo en una etapa estacional donde hay menos verdura, y viene el frío, entonces eso hace que haya menos verdura y menos fruta, con una demanda impresionante, con un crecimiento de los repartos a domicilio y de bolsones impresionante, con problemas estacionales y económicos, porque no hay semillas. Nosotros acá no somos soberanos con el tema de semilla, dependemos de semilla importada, no hay una industria nacional de semillas, nunca hubo la voluntad política para desarrollarla, y las empresas multinacionales que producen semillas están muy bien instaladas en la Argentina como en muchas partes del mundo. Entonces las semillas en este momento no se consiguen o están carísimas. Son fruto de la especulación de estas empresas que han guardado y acaparado semillas para venderlas muy caras, o directamente no están entrando al país porque vienen de Europa y, con todos los problemas que hubo, eso retrasó muchísimo la producción.

-En el último tiempo se han multiplicado nodos, almacenes y compras comunitarias vinculadas a la producción agro-ecológica y de organizaciones populares. ¿Qué potencialidades y desafíos vivencian en este proceso?

Es cierto que la situación de pandemia plantea un riesgo mayor o menor, pero al fin y al cabo es un riesgo de vida, en el cual nosotros lo que vemos es que pone a toda la sociedad a mirarse a sí misma en relación a la vida, a cómo cuida su salud, cómo nutrís tu propio cuerpo, ese territorio que en definitiva depende de vos. Entonces hay un sector de la sociedad que se vuelve cada vez más consciente de lo que come. Es un proceso que viene de hace tiempo: a través de los verdurazos y de distintas estrategias de lucha, logramos poder poner sobre la mesa la soberanía alimentaria desde una consigna en la cual todos se pueden sentir interpelados. Ya no es una agenda de lucha del campesinado, sino es una agenda de lucha de todos y todas. En definitiva: todos comemos. Más aún en una situación como la que estamos viviendo, en la que se está poniendo en discusión el modelo agroalimentario como casi seguro responsable de la pandemia que estamos padeciendo. Hoy por hoy un sector de la sociedad cada vez más consciente está pensando en qué es lo que comen, cómo es lo que comen, quiénes lo producen, cómo se produce. De todos modos, lo que estamos viendo tiene que ver con los sectores populares que no tienen esa capacidad de elegir. Hay un sector de la sociedad sensibilizado que está pudiendo elegir. Esta pudiendo decirle “no a los grandes supermercados”, “no a Carrefour”, sí a estas estrategias de consumo responsable, alternativo, directo del productor al consumidor, agroecológico. Pero tenés todo un sector de la sociedad que va a depender de la asistencia alimentaria del Estado y ahí está el problema; ahí está la nueva discusión que queremos plantear.

-Un sector importante de la organización está integrado por mujeres, muchas de ellas migrantes. La pandemia visibilizó las tareas de cuidado y la centralidad de la reproducción de la vida. ¿Qué reflexión podés hacer al respecto y cuáles son los desafíos de la articulación de las luchas feministas y en defensa de la soberanía alimentaria?

Las mujeres de la UTT, las trabajadoras de la tierra, las agricultoras, venimos ya de un proceso de reflexión, acción, organización, de hace unos cuantos años, en base a prácticas concretas de organizarnos, de encontrarnos, de debatir, de hacer talleres, de hacer cosas, emprendimientos, a partir de lo cual fuimos sacando un montón de conclusiones de la relación entre el modelo económico y el patriarcado. Conclusiones que por ahí mucho del feminismo desde la teoría venía diciendo con sus propias palabras y sus propios lenguajes, pero nosotras fuimos construyendo desde la practica concreta y desde nuestra realidad como mujeres rurales, pequeñoproductoras, etc. Es muy interesante y tiene tanta potencia que permeó a toda la organización, que es lo importante. Nosotras empezamos desde lo más concreto, de organizarnos en torno a las violencias y opresiones que sufríamos y sufren las mujeres, sobre todo en el territorio rural. Todos los avances que hemos tenido a través del movimiento de mujeres, en leyes y en institucionalidad, en el territorio rural está muy lejos de tener presencia real y respuestas. Fue necesario organizarnos para empezar primero a desnaturalizar a todas esas violencias domesticas cotidianas, desde la violencia económica, la violencia física, la violencia sobre nuestros cuerpos. Para después empezar desde ahí, desde esa violencia doméstica, en el hogar, reflexionar, qué pasaba en la quinta, qué sucede en la quinta con la división de las tareas, qué rol tenemos las mujeres en ese modelo productivo, justamente para darnos cuenta de que el modelo de producción de alimentos que se instaló en el campo, no solamente en la soja sino también en nuestros sector, un modelo de producción que parece que para producir alimentos sí o sí tenes que comprar este paquete tecnológico. Sabemos lo que significa ese paquete: dependencia económica pero también enfermedad, muerte, devastación del territorio. Fuimos dándonos cuenta que las mujeres habíamos sido corridas de esa vida campesina y de producción de alimentos. Mujeres que históricamente han tenido un rol fundamental en la producción campesina, en la semilla, en los ciclos, en la reproducción del autoconsumo de la economía campesina; en estos modelos que se instalaron, que privilegian tener márgenes de productividad, producir en base a esta dependencia de los insumos, las mujeres fuimos corridas de un rol protagónico, de un rol soberano, de poder decidir, y esto lo vimos en cuestiones concretas: mujeres que trabajaban en la quinta pero decían, “no, mi marido es el que trabaja”, a lo que preguntábamos “¿cómo, si vos estas trabajando adentro, sosteniendo toda la reproducción de la vida familiar y estás trabajando en la quinta?”. Por otro lado, está la precarización de la vida y la intensificación de la autoexplotación de las familias que producen alimentos en base a este modelo, generó que tengan que salir a laburar todos y todas. Los hijos, adolescentes y las mujeres trabajan a la par de los varones en tareas muy pesadas y en jornadas largas extenuantes. Sin embargo, no manejan el dinero del ingreso de la quinta, no deciden, siempre que charlamos y debatimos sobre el modelo y la posibilidad de empezar a producir agroecológico, dicen “a mí me re gusta, pero mi marido no quiere”, pero “¿cómo, vos sos tan trabajadora de la quinta como tu marido?”, “bueno, pero decide él”. Cuando preguntamos cómo nos asesoramos acerca de cómo cuidar nuestros cultivos, la respuesta por lo general es siempre la misma: “es mi marido el que va a una agroquímica, a un negocio”, en el cual además hay otro varón que lo asesora sobre qué remedio utilizar. También se intensificó esta cuestión de la sobreutilización del veneno, que es lo que quieren las multinacionales, que vos todo el tiempo estés comprando un veneno más caro, más fuerte, porque lo que se busca es matar a la plaga, matar al yuyo, etc. Vemos que los varones compraron ese modelo al toque; de hecho, un compañero varón promotor de agroecología, campesino, decía que para las mujeres es mucho más claro poder darse cuenta que la agroecología es una salida, que la agroecología además significa ahorrar, cuidar el bolsillo, cuidar los ingresos de la familia, y para el hombre es mucho más fácil y más cómodo decir “yo con esta plata voy, compro la supuesta solución que te presenta el sistema y resuelvo, y mato todo y saco más, ¡qué ganancia!”. Hubo una inoculación de una mentalidad capitalista en las familias campesinas, con una fuerte influencia entre los varones, y con las mujeres excluidas totalmente de las decisiones de la producción, del ingreso y de un montón de cuestiones. Desde ese lugar nos fuimos dando cuenta de esta alianza entre el patriarcado y el agronegocio, el sistema capitalista en el sistema alimentario, hay una alianza fundamental ahí, son mejores amigos. Y nosotras empezamos a prestar atención a mirada de cuidado que tenemos las mujeres, de cuidado de bolsillo, de cuidado de cómo nos organizamos para cocinar, de cómo nos organizamos para afrontar los gastos con cada vez menos ingresos, de cómo pensamos también el territorio rural, de cómo pensamos la diversidad, de cómo cuidamos nuestros jardines. De un montón de cosas que parecían anecdóticas, pero cuando empezamos a profundizar en la agroecología nos dimos cuenta que eran fundamentales, porque es esa mirada de cuidado de nosotras, de nuestros hijos, de nuestras hijas, de la familia, del territorio, de la quinta, es esa mirada de cuidado la que tiene la agroecología. Entonces nosotras decimos que la agroecología tiene una perspectiva feminista muy importante y que tiene una clave muy importante para pensar qué esquema de vida, de desarrollo, de Buen Vivir queremos; en la cual la relación al interior de los ecosistemas y la relación entre los distintos seres vivos que conformamos esos ecosistemas, que nos incluyen a nosotros y nosotras en relaciones más igualitarias, es la misma relación que tenemos que construir con la naturaleza, no como un cuerpo mercantilizado para sacar ganancia, en la cual lo único que quiero es satisfacer un deseo, en este caso mercantil, pero no me importa en qué condiciones dejo a esa madre tierra, esa naturaleza, este territorio, esos ecosistemas. Por el contrario, apostamos a una relación de reciprocidad, de igualdad, de consideración al otro y a la otra como un sujeto, como un ser vivo. Si vos escuchas lo que acabo de decir, y lo extrapolas a que ese territorio, esa madre tierra, ese suelo, somos nosotras las mujeres, la misma violencia que se ejerce sobre nuestros suelos, sobre nuestros bienes naturales, sobre nuestra naturaleza, es la violencia que se ejerce contra nosotras, desde el mismo lugar patriarcal.

-Vivimos una coyuntura de extrema anomalía, signada a la vez por la crisis y la esperanza. Queríamos pedirte que nos compartas alguna anécdota o situación de estos tiempos.

Hay varias anécdotas. Con la crisis, la cuarentena y la pandemia, se cerraron los mercados de flores, y ahí el sector florícola que integra también a la UTT, que produce flores de corte, flores ornamentales, entró en crisis total. Y fue una mujer, una compañera, una agricultura, referente, campesina de Florencia Varela, que dijo “bueno por qué no armamos unos créditos y les proponemos a los compañeros que empiecen a producir verdura agroecológica”. Eso lo desarrollamos con fondos propios de la organización, con aquellos que quieran hacer esta experiencia, porque uno dice, “bueno son todos agricultores, pero no es lo mismo producir flores que verdura agroecológica”. Y cuando hacemos las visitas para hacer los acuerdos, entregar el crédito y hacer un planteo de una propuesta de trabajo, me tocó ir a mí con dos compañeros técnicos campesinos. La UTT tiene un sistema de promoción de la agroecología a través de compañeros campesinos que le decimos técnicos, no porque hayan estudiado sino porque tiene un saber de producir agroecológico, de formarse continuamente y promover esto de campesino a campesina. Ni bien llegamos a la quinta, nos estaban esperando los compañeros floricultores, y Rosa Jurado, una compañera, me dice automáticamente, “vamos a pedirles que vengan sus parejas, tienen que estar todas las señoras”. Claramente se puso en evidencia cómo esto que contaba de la perspectiva de género en la organización, es transversal a todo, creo que responde al trabajo que venimos haciendo, pero también a una mirada de época que hay en este momento. Fue bajarnos del auto y al instante decirles que vengan todas las mujeres, todas las parejas. Yo por ahí no me iba a dar cuenta, porque es clásico, vas a entregar un crédito y son los varones de la familia los que están ahí: plata, crédito, producción, varón. Había una sola compañera trabajando que, si no fuera porque la convocamos a la reunión, hubiera estado de fondo trabajando en la producción, mientras entre varones se decidía todo. La llamamos y la explicación de qué es la agroecología, de poder explicar que sus hijos iban a poder estar ahí caminando entre los cultivos y sin tener miedo a que se envenenaran, claramente caló hondo en la conciencia de esa mujer, de esa compañera que fue la única que estuvo en esa reunión y sirvió para decir: “tienen que estar las mujeres acá, son fundamentales, la mirada de la mujer en la mirada agroecológica es clave”, y fue muy groso eso. Otra anécdota tiene que ver con la entrega de donaciones a las organizaciones y a los comedores. Esto lo hicimos durante cuatro días, dos semanas. El primer día fuimos con los compañeros de Hecho en Buenos Aires a visitar distintos puntos donde hacen ollas con vecinos y vecinas en situación de calle. Fue muy impactante. La verdad es que nosotros hace mucho tiempo que no salíamos a la ciudad, a los barrios. Nos sorprendió a las 12:00 horas del mediodía la cola de gente con el tupper. En las donaciones también llevamos flores, porque hay muchos productores y productoras de la UTT que producen flores y estaban cerrado todavía los mercados, habíamos llevado un montón de flores. Uno dice “hay hambre, hay necesidad, la flor que va a generar”… y fue sorprendente la alegría que tenían esos señores, esas señoras, esos jóvenes, esas jóvenas recibiendo las flores. También tiene que haber un sentido también de belleza ¿no?, de deseo y de anhelo, de querer también rodearnos de cosas bellas. El derecho también a eso. Estaban todos contentos con las flores, estaban más contentos con las flores que con la comida podríamos decir [risas], aunque no, después se llevaron la comida y fue un agradecimiento total. Pero también esto que planteamos desde la UTT, que no es solamente el acceso a derechos básicos, también el derecho a comer rico, a comer lindo, a comer sano, al Buen Vivir; es decir, que en el Buen Vivir entran una integralidad de cosas que también tienen que ver con el derecho a poder tener una flor. Algo que también es tan caro, comprar una flor es algo carísimo, yo nunca tuve; ahora tengo mi casa llena de flores todo el tiempo.

 

Publicada anteriormente como UTT: La conquista del pan y de las flores en tiempo de pandemia.