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Este Mundial apesta, ¿tendrá apoyo pese a todo?

14 noviembre, 2022

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elsaltodiario.com

Este Mundial apesta, ¿tendrá apoyo pese a todo?

Lo de Qatar no parece una competición como el resto, sino más bien una una oda cara y mortífera al fútbol negocio. No se atisban gestas ni calor. Ni va Ibai Llanos. Ni lo va a ver Cantona.


El próximo 20 de noviembre comienza el próximo Mundial de fútbol, la cita más clásica del deporte más conocido y practicado en nuestro planeta. Entre noviembre y diciembre, sí, porque se juega en Qatar, un pequeño país del Golfo Pérsico donde sería inasumible disputarlo en verano, y en el que cualquier cosa parecida a la democracia brilla por su ausencia. Este Mundial en particular huele demasiado a podrido y está teñido de la sangre de los trabajadores que han perdido la vida en su construcción, una cifra que según algunas investigaciones supera los 6.500.

La FIFA se ha plegado al dinero de un país anfitrión que acarrea una siniestralidad laboral insoportable y unas condiciones de trabajo indignas pese a algunas reformas tímidas aprobadas a toda prisa. Qatar es una teocracia dirigida por una familia millonaria, con absoluta falta de libertades y donde se somete a las mujeres y se persigue la homosexualidad con pena de cárcel. Se han alzado algunas voces desde dentro y fuera del fútbol para criticar y sensibilizar a la opinión pública, incluso para que se destine algo de dinero a los trabajadores migrantes víctimas de abusos en su construcción… Hasta Netflix se ha animado a sacar una serie señalando a la propia FIFA como epicentro histórico de corrupción con referencias a esta edición. Pero, al margen de una cierta cosmética y tímidos gestos, ya está todo listo para que empiece el espectáculo. La duda razonable ahora reside en si la gente lo va a comprar. ¿Tendrá Qatar 2022 el mismo tirón en nuestro país que mundiales anteriores?

La maquinaria del periodismo deportivo se ha puesto a funcionar como si nada, al margen de algunas referencias obligadas a la polémica, y la Selección Española siempre vende. No obstante, seguro que ha escocido la brutal denuncia reciente de Ibai Llanos y, al mismo tiempo, esta no es temporada de mundiales y el fútbol de élite no pasa por su mejor momento en cuanto a las audiencias de la Liga, sin recuperar las cifras previas a la pandemia: quizá ha llegado el momento para comprobar si la deriva enloquecida en pos del dinero va a seguir pasando factura al consumo de este deporte en forma de una indiferencia creciente, esta vez con su competición más importante.

Por otro lado, pocas citas deportivas han concitado tanto foco los días previos desde el periodismo crítico como este Mundial. Son numerosos los artículos e incluso algún libro que cuenta la realidad de un país del todo antidemocrático que, al mismo tiempo, ha conseguido hacerse un hueco entre las principales economías del mundo a base de millonarias inversiones con la consiguiente compra de voluntades, participaciones en empresas y exportación de sus recursos energéticos, su bien más preciado. Se ha escrito bastante, casi todo desde tribunas alternativas a la ola mediática del stablishment, cada vez más escorada hacia lo reaccionario. Sin embargo, este ligero ruido, ¿hasta dónde va a ser capaz de introducir una perspectiva distinta, política y crítica?

Quienes seguimos de una forma u otra el fútbol -aunque sea sin apasionamiento y menos aún por las selecciones nacionales, incluida la española- y a la vez mantenemos una postura antifascista y popular, ¿vamos a ver los partidos? ¿Terminaremos viendo lo que ocurra como el aficionado que no se plantea que el fútbol es política? A priori, a mí esta vez no me apetece demasiado. Al margen de todo lo que rodea al fútbol, un Mundial siempre ha tenido un componente popular, de consumo de gran alcance, con retransmisión abierta de los partidos en unos tiempos en los que ver fútbol en directo se ha privatizado como nunca antes. Y es pensar en Qatar y notar una considerable falta de interés. Este Mundial nace herido de muerte y, al menos, antes de que empiece, el cuerpo me pide apagar la tele en ese rato para hacer cualquier otra cosa. Como ha dicho que hará el propio Eric Cantona.

Los mundiales han tenido siempre un público de lo más diverso. Mucho público. De hecho, los mundiales forman parte de una cultura pop que tiene referentes míticos como Maradona y su mano a Inglaterra, la Holanda de Cruyff, el Brasil de Pelé y el de los ochenta o los temibles alemanes que ganaban casi contra cualquiera. Quizá el último en la lista sea Messi y todo lo que es capaz de hacer en el campo. La locura que supone este Mundial del fútbol negocio, el país elegido, la ausencia de derechos elementales en su interior o lo extraño de sus fechas… todo ello, junto a la vez, arroja la sensación de que llegamos a una fría competición por la pasta, que no habrá momentos memorables. Su seguimiento masivo es más que cuestionable. Da pereza.

En todo caso, los precedentes de la Selección con las audiencias son de éxito: en la más reciente Eurocopa, último torneo de entidad en cuanto al fútbol de selecciones, la Española concitó a 14 millones de televidentes en su momento más top. Sin embargo, parece que el interés por consumir fútbol masculino en nuestro país está decayendo, sobre todo entre los más jóvenes, que diversifican más que antes su entretenimiento. Se puede comprobar en las estadísticas de audiencia media de la Liga -hablamos en parte de fútbol de pago-, con cifras inferiores a las de antes de la pandemia, o en el interés de algunos presidentes como Florentino Pérez por impulsar una nueva competición europea, la Superliga, que deje atrás la doméstica.

 

Arrecian las críticas, casi ninguna desde España

Este Mundial es el más señalado, al menos, de los últimos 44 años, porque entonces el torneo que se disputó en 1978 en Argentina en medio de la dictadura de Videla tampoco estuvo exento de polémica. Dentro del propio mundo del fútbol, en estas semanas varias federaciones, entre ellas la francesa, alemana, neerlandesa o estadounidense, pero no la española, se han posicionado a favor de la iniciativa auspiciada por Amnistía Internacional para destinar al menos 440 millones de dólares a los cientos de miles de trabajadores y trabajadoras migrantes que han sufrido abusos contra sus derechos humanos en Qatar.

Y después están las quejas más o menos discretas y casi cosméticas nacidas de los propios combinados nacionales o de sus marcas que les patrocinan. La última en este sentido proviene de una de las selecciones involucradas, Australia, a través de un vídeo en el que también reconocía los supuestos “progresos” en materia de legislación laboral, los mismos que cuestiona Amnistía Internacional por ser casi papel mojado. La marca de ropa que viste a Dinamarca ha diseñado unas camisetas donde no se verán ni su logo ni el escudo. Otras formas tímidas de protesta en el propio campo se quedarán en lucir brazaletes arcoíris -entre ellos, los capitanes de Países Bajos, Francia o Alemania; España, de nuevo, no-.

Futbolistas retirados han mostrado su rechazo a este Mundial sin medias tintas. El mejor ejemplo, cómo no, es Cantona. El exjugador francés, conocido por su compromiso antifascista, fue así de contundente: “No lo veré, ha muerto gente construyendo los estadios. No es para mí. No estoy en contra de que se celebre en lugares donde el fútbol se promocione, como ocurrió en Sudáfrica y en Estados Unidos, pero Qatar no es un país de fútbol”. ¿Se puede hablar más claro? También se ha manifestado en contra el que fuera capitán de Alemania, Philipp Lahm. No acudirá a ese país: “Los derechos humanos deberían desempeñar un papel importante en la adjudicación de torneos”. Precisamente en Alemania se concentra un mayor rechazo popular: varias de sus aficiones son las que más abiertamente están llamando al boicot en estas semanas previas.

Fuera de ese mundillo la primera en señalar a Qatar fue la propia Amnistía Internacional, que lanzó una potente campaña y se hizo eco de la terrorífica cifra de más de 6.500 muertes en la construcción de las infraestructuras, citando para ello una investigación del diario británico The Guardian. Esta organización cuestiona abiertamente las reformas laborales iniciadas por el estado qatarí, entre ellas un salario mínimo de 275 euros, y asegura que estos cambios no se están poniendo en práctica y que los abusos siguen a día de hoy. Para entender qué son 275 euros en Qatar hay que tener en cuenta que este país es el cuarto en producto interior bruto per cápita con 93.521 dólares anuales y que España, por ejemplo, es el 37º con 40.775, según datos del Banco Mundial.

Por otro lado, las principales ciudades francesas, así como Barcelona, han acordado mutear el mundial en lo que respecta a que sus calles se hagan eco, ya que no instalarán pantallas ni habilitarán zonas para aficionados. Se da la circunstancia de que Francia es la vigente campeona del torneo.

¿Y en España? Apenas hay críticas, tan sólo resuena la de Ibai Llanos. El conocidísimo streamer ha desvelado esta misma semana que no ha querido ir a Qatar ni siquiera en el mismo avión de la Selección. Lo ha afirmado con una nada estética frase tirando de gónadas. Su rechazo en cualquier caso es rotundo y denuncia una campaña de blanqueamiento entre futbolistas y sponsors. Lo demás, por el momento, está siendo un páramo. El presidente de la Federación Española de Fútbol, conocido por unos sonados audios, dice que en el brazalete del capitán ya se lee la palabra “Respect”, sin que haga falta la bandera arcoíris. Chanel, la autora de la canción del mundial, se justificó así: “Tengo muy claros mis principios y yo soy artista. Cuanto más lejos pueda llevar mi arte, y que mi mensaje llegue a más personas, más orgullosa voy a estar”. Y RTVE llevará a cabo un gesto simbólico que consistirá en que una mujer narre un partido, para denunciar la discriminación secular de género que allí se vive a diario.

Apoyo español a Qatar desde época del emérito

El papel de España al más alto nivel es de lo más bochornoso en todo este experimento y viene de lejos. De hecho, ya en 2013 eran conocidas y publicadas por el diario 20 Minutos las buenas relaciones que mantenía con la familia real qatarí el entonces rey español, Juan Carlos I, que hoy vive ‘fugado’ en Abu Dabi. Los múltiples contactos de los que da cuenta la prensa mencionan suculentos contratos para constructoras españolas, así como otros negocios posibles y condecoraciones del más alto nivel. Se da la circunstancia, seguro que casual, de que la designación de Qatar como sede del Mundial 2022 se produjo antes de la abdicación del ahora emérito, un gran embajador occidental en el golfo Pérsico.

La buena relación entre ambas jefaturas de Estado ha proseguido con la llegada al trono de Felipe VI. El pasado mes de mayo, el emir de Qatar visitó nuestro país y fue agasajado tanto por los reyes como por el Congreso y el Senado, instituciones que le condecoraron con sendas medallas de honor. En juego estaba el gas qatarí, habida cuenta la importancia de este país en cuanto a su exportación y más en medio de la guerra de Ucrania, pero también la posibilidad de nuevas inversiones, entre ellas, según El País, un acuerdo de cooperación con la sociedad estatal de financiación del desarrollo Cofides, en el marco de los fondos europeos Next Generation. Según recogió este mismo diario Felipe VI se mostró encantado con la participación de agentes españoles en la seguridad del Mundial. Todo cuadra, el fútbol y los negocios.

Tampoco han faltado otros apoyos ‘civiles’ desde nuestro país a este evento y entre ellos destaca el entrenador del Barça, Xavi Hernández. Exjugador en Qatar, fue designado embajador global del Mundial en 2018 y llegó a decir en 2019 que en aquel país, “cómodo, acogedor y seguro” pese a no ser democrático, el sistema funcionaba mejor que en España.

Cuesta ver algo de emoción entre tantos billetes

La concepción del fútbol como un negocio ha envuelto a este deporte de raíz y práctica popular en algo alejado de la gente que cada vez resulta cada vez más homologable, más impersonal, más caro y más tedioso. Pero lo que se juega cuando se levanta el telón sigue siendo fútbol y, sobre todo si no es de pago, la gente lo continúa viendo y aspira a divertirse con la siguiente maravilla de su jugador favorito. Algunas veces, eso sí, el genio de turno resulta ser un defraudador fiscal o pide el voto para Jair Bolsonaro y entonces, para muchos, la magia desaparece.

Quienes seguimos el fútbol desde pequeños y mantenemos una postura política crítica con el capitalismo soportamos una contradicción permanente porque nos suele gustar lo que pasa dentro del campo, pero nos parece aberrante casi todo lo demás. Y nos consolamos fijándonos en clubes populares sea donde sea que jueguen -lo contrario del llamado fútbol moderno- o aspiramos a que siga viva la llama de esos escasos jugadores y entrenadores que se han desmarcado discursivamente de la senda neoliberal. Nombres del pasado como Sócrates, Casagrande, Cantona, Cappa, Bielsa, Lucarelli… y de ahora mismo, porque también hay que hablar de Jurgen Klopp, el entrenador del Liverpool, que proclamó que nunca votará a la derecha; de César Sampaoli, del Sevilla, que denuncia lo criminal de este sistema; o del jugador del Athletic Raúl García, que no comprende cómo se puede poner alguna objeción a que los ricos paguen más impuestos.

Y en estas, con el frío -si es que llega-, con la Navidad encima y con un curso político de locos a la vuelta de la esquina, se paran todas las competiciones y llega un Mundial que casi ni lo parece. Es sólo una oda cara y mortífera al fútbol negocio; un mercadillo de inversores y habitantes de palcos en medio de un país rico del Golfo Pérsico. No se atisban gestas ni calor. Ni lo va a ver Cantona. Yo voy a hacer caso a ese sabio, no suele equivocarse.

Publicado en elsaltodiario.com