Uruguay

Fubol, machos y otros pagos

20 noviembre, 2021

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Fubol, machos y otros pagos

El 7 de noviembre de 2021, durante el partido entre Juanicó de Canelones y Lavalleja, se dió una pelea entre los jugadores de ambos equipos que terminó con 4 expulsiones y una hora de detención por una amenaza de bomba en el estadio que no se comprobó. Aunque explotó una bomba en Montevideo


Decir que el fútbol en un país como Uruguay es una de sus manifestaciones culturales más importantes casi no sorprende. Desde que nacen (y generalizando) las y los uruguayos (en especial si son varones) deben elegir un equipo al cual alentar y por lo menos una vez juegan a la pelota.

Es un deporte que ha generado colapsos en el sistema de transporte, detenido la actividad bancaria, repensado actividades artísticas o separado familias en cenas navideñas. También despierta nuestras actitudes más nacionalistas y reaccionarias en especial generando el odio hacia argentinos, brasileños, chilenos o colombianos.

El fútbol puede plantearse como una expresión de nuestra forma de ser nacional, pues se expande por todo nuestro territorio en diversas ligas y campeonatos tanto en Montevideo como en el interior del país (pensando al interior desde una mirada centralista, como todos los departamentos excepto Montevideo). Si bien es verdad esto no se refleja en la liga de primera división uruguaya dónde de los 16 equipos que participan solamente 3 tienen sedes fuera de Montevideo.

Ante esto la empresa dueña del monopolio de la transmisiones de fútbol (así como del carnaval oficial de Montevideo y otras actividades artísticas), Tenfield, desde el año 2018, televisa las finales del campeonato oficial de clubes del interior, en su divisional A, llamado también campeonato de OFI.

Si bien es verdad que la empresa Tenfield televisa menos de la mitad de los partidos de dicho campeonato ya que solo emite algunos partidos de la primera ronda y las finales, y las transmisiones han quedado relegadas en muchas ocasiones a su segundo canal. VTV Plus, abrió las puertas a nuevas perspectivas económicas a clubes y jugadores amateur, en muchos casos, así como se convirtió en un medio que muestra una liga que mueve a pueblos enteros todos los fines de semana, y trajo a la capital un evento principalmente que tiene como centro el interior (vale aclarar que no participan equipos de Montevideo).

El 7 de noviembre de 2021, durante el partido entre Juanicó de Canelones y Lavalleja, se dió una pelea entre los jugadores de ambos equipos que terminó con 4 expulsiones y una hora de detención por una amenaza de bomba en el estadio que no se comprobó.

Aunque explotó una bomba en Montevideo. Los noticieros presentaron la noticia como algo vergonzoso, los portales de noticias lo calificaron de papelón y los periodistas deportivos con cara sería mirando a cámara pidieron que estas personas no pueden estar en el fútbol y que no se puede repetir. Pero no solo en eso se llegaba a la misma conclusión, sino también en que era algo que no sorprendía. Otra vez la misma historia. El fútbol del interior relegado al segundo canal de la empresa dueña de sus derechos apareció en primera plana por lo de siempre: la violencia de unos salvajes.

La lectura que hizo (y que hace esta columna) Montevideo sobre el fenómeno se centró en mostrar a un interior atrasado que nuevamente no sorprende en cómo actúa, en comparativa con un Montevideo donde estos actos son esporádicos, algo totalmente falso.

Esto responde a un arquetipo montevideano del hombre del interior. Un hombre rudo, iracundo, con poca formación educativa, con facón en mano y reducido a un animal. A su vez Montevideo alimenta su idea de centro civilizador, capital desde donde se expande la cultura hacia el resto del país.

Así marcan una distancia entre el Montevideo clase media, progresista y civilizado, y el interior popular, tradicional y conservador. No sorprende que sucedan estos fenómenos en el interior ya que son personas menos instruidas y movidas por ideales morales de antaño. Un ejemplo claro está en la explicación de varios analistas políticos a las constantes victorias de los partidos tradicionales, blancos y colorados en las elecciones departamentales. Siempre votan al mismo por tradición, sin pensar en las relaciones internas y de cercanía entre votantes y electos, por ejemplo, para intentar explicar la intención de voto.

Con ello Montevideo como eje civilizatorio centraliza el discurso y se posiciona como foco verdadera «alta cultura» y la innovación, en contraposición a un interior que debe ser mostrado en forma de patrimonio y en un museo rodeado de representaciones creadas desde la capital.

Pensemos por un momento en el slogan de la rural del prado, exposición máxima de los principales productores rurales de nuestro país, «el interior en Montevideo». Donde este lugar es presentado como un cuerpo monolítico de representaciones donde vive el paisano de poncho, bombacha o chiripa, termo, mate y facón. No presento que no sea así, pero congela la figura del habitante del interior en un pasado estanco, sin cambios, retrazado e inalterable, en contraposición a la capital donde es movimiento, cambio y transformación.

Si bien es verdad que las oportunidades estudiantiles, artísticas y laborales son mayores para los habitantes de Montevideo, el interior no está exento de sus movimientos, cambios y expresiones que son negadas por la caricatura montevideana. Lógicamente que existen espacios donde se escapan pero la representación del montevideano está principalmente marcada por el estereotipo clásico del paisano.

Mediante este mecanismo de pensar el hombre del interior se genera una caricatura basada en el imaginario de cómo debe ser el hombre de campo que es alimentada por los medios de comunicación desde donde se nutre la idea de pensar lo civilizado y lo atrasado.

El hombre de campo (y hablo de hombre como representación de varón en este caso), también se opone a la idea de un hombre de ciudad. El hombre de ciudad representa la clase media, el progresismo, la libertad, y la nueva masculinidad. Una nueva masculinidad que parte del mandato de terminar con la forma tradicional del pensar al ser varón en base a delimitados presupuestos dentro de la deconstrucción.

En un artículo publicado hace un par de meses junto a Gandolfi y Oyharcabal, observamos como es una obligación moral y de clase para los varones montevideanos de clase media repensar su forma vivenciar la masculinidad, marcando la necesidad de establecer una diferencia con la masculinidad hegemónica que les permita dejar atrás modelos más arcaicos, pero no cómo una nueva forma modificar las distancias de género sino como una obligación de clase que los diferencie del resto y los posicione como la nueva vanguardia.

La deconstrucción y la forma de pensar una nueva masculinidad, para estos sectores, se convierte en una obligación de clase, que los aleja del resto de la sociedad, transformándolos en el hombre nuevo. Con esto no ataco a la idea de la deconstrucción sino que intento ver qué nuevos espacios estamos construyendo y si estos espacios generan cambios a nivel relacional y político.

El hombre de campo  viene a representarse como la masculinidad más tradicional, forjada en base a un imaginario citadino. Como principal elemento podemos pensar en Martin Fierro, un hombre libre, fuera de la ley, en muchas ocasiones violento con todos quienes les rodean. La construcción del imaginario del hombre de campo no tiene cabida en las nuevas representaciones por lo tanto debe ser juzgada y expulsada, ya que no es propia de nuestra civilización.

En base a esto los espacios de expresión y manifestación se reducen a un blooper o anécdota que responde a la caricatura montevideana del arquetipo del interior. Pensar y repensar los patrones y niveles que van creando al arquetipo es la tarea, mientras seguiremos mirando con morbo los partidos del fútbol de OFI riéndonos de las patadas, y esperando morbo que en algún momento saquen un facón y degüellen a alguno.