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Por qué la izquierda nunca ganará Madrid (I)

30 mayo, 2023

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Por qué la izquierda nunca ganará Madrid (I)

Los partidos progresistas han perdido y lo seguirán haciendo ‘porque no existen’. O mejor dicho, ‘porque existen solo’ como representación y cuerpo de representantes, sin fuerza material alguna para imponerse


Madrid se ha vuelto un escollo, un imposible. Incluso en medio de crisis económicas gigantescas, Madrid ha seguido siendo azul, popular, hoy ayusista. La región parece haberse convertido en una finca a perpetuidad de los populares. Lo lleva siendo desde 1995. Un éxito en una democracia solo comparable a las confirmaciones plebiscitarias de las democracias populares del “socialismo real”.

La segunda victoria de la izquierda, también pírrica, se produjo en 2015, en medio de la resaca del 15M. Concurría entonces una derecha ya fragmentada en tres partidos (PP, Ciudadanos y Vox) y desgastada por los continuos escándalos de corrupción de los populares, frente a una izquierda renovada por la emergencia de la Nueva Política y Podemos. En esta ocasión, las derechas reunidas apenas superaron el umbral del 46% de los votos, las izquierdas se alzaron con el 48,5%. Pero como suele ocurrir en las grandes tragedias, el destino se impuso y también en esta ocasión el gobierno permaneció en manos de los populares, encabezados por la sorprendente Cristina Cifuentes. El umbral mínimo de representación dejó fuera de la Asamblea a una IU residual, que no logró obtener el 5% requerido. Pas de probleme, tras el nuevo bache de los populares en 2019, el liderazgo de Isabel Díaz Ayuso no ha hecho sino consolidarse: el 44,76% de los votos en 2021 y el 47,34% este pasado domingo.

La cuestión no es por tanto por qué ha ganado Ayuso, sino por qué su formación lleva victoria tras victoria durante 32 años, esto es: ¿cómo explicar el largo gobierno popular? ¿Cómo analizar tal persistencia política? Y sobre todo, cómo hacerlo en una región donde, en 2021, después de que el 57% de los electores votara a opciones de derecha, casi el 35% de la población se declaraba en primera opción como “progresista”, “socialista” o “socialdemócrata” y el 12,5% como “comunista”, “ecologista” o “feminista”, frente a solo el 32% que se declaraba como “conservador”, “demócrata cristiano” o “liberal”; o si se prefiere en una escala de izquierda-derecha 0-10, el 31% era de izquierdas (1-3), el 28% de centro-izquierda (4-5) y el centro-derecha y la derecha (6-10) solo era preferido por el 32% de los electores? ¿Qué hace a los madrileños de “izquierdas” votar tan masivamente a las “derechas”, o sencillamente no votar?

 

Evolución del voto en la Comunidad de Madrid 1991-2023

  1991 1995 1999 2003

(mayo)

2003

(octubre)

2007 2011 2015 2019 2021 2023
PP 43,23 50,98 51,07 46,67 48,48 53,29 51,63 33,08 22,23 44,76 47,34
Ciudadanos 12,15 19,46 3,57 1,56
Vox 1,18 8,88 9,15  7,31
PSOE 37,07 29,72 36,43 39,99 39 33,57 26,77 25,43 27,31 16,80 18,19
IU 12,22 16,03 7,69 7,68 8,59 8,86 9,61 4,16       
Podemos 18,64 5,60 7,24 4,73
Más Madrid 14,69 17,00 18,35

La expresión política en términos electorales nunca tiene una correspondencia clara en términos de la posición ideológica expresada, y menos aún con las elaboraciones discursivas (ideológicas) que articulan los representantes. En la política electoral, que es siempre una política de competencia y selección oligárquica, hay que entender el mensaje que representantes y representados emiten en ambas direcciones, a partir de una serie de decodificadores que son más fáciles de desentrañar en una comida familiar que por medio del análisis politológico.

Un vistazo al mapa electoral madrileño muestra una multitud de nichos electorales singulares, un caleidoscopio de muchas ciudades en las que se pueden observar zonas de voto masivo a distintos partidos [los grandes periódicos suelen ofrecer este tipo de mapas una vez cerrados los recuentos]. Así, existe el Madrid que vota a Podemos-Más Madrid en las zonas dominadas por las “clases creativas” más o menos jóvenes (de los distritos Centro y Arganzuela), el Madrid que vota masivamente a Vox en las secciones censales de casas militares y de la Guardia Civil, así como en los municipios de la cuarta corona sur de la región (pueblos de alta inmigración y clase media baja), etc. No obstante, más allá del detalle, la región sigue mostrando un patrón muy similar al que se forjó en los años del desarrollismo franquista, y que encontró sus primeras expresiones en las primeras elecciones democráticas de finales de los años setenta.

Madrid aparece partida, separada en dos, según una gran diagonal que separa el norte-oeste del sur-este, al tiempo que existe un patrón secundario centro-periferia. Estas líneas se corresponden también con la gran divisoria histórica de renta y clase. El Madrid industrial comenzaba en las inmediaciones del Manzanares y del Jarama y se extendía hacia el sur y hacia el este, primero en los distritos de la ciudad (Usera, Villaverde, Vallecas, San Blas, etc.) y luego en las grandes ciudades obreras o semiobreras del sur (Leganes, Getafe, Parla, Fuenlabrada, Móstoles, etc.) y el este (San Fernando, Torrejón, Alcalá, etc.). Este arco sur-este, al que en ocasiones se podían añadir algunas bolsas del norte de Madrid (distritos de Tetuán, Fuencarral, Alcobendas, San Sebastián de los Reyes), constituía el “cinturón rojo” de Madrid, el bastión de las mayorías de izquierdas en la región de 1979 hasta 1995. Aún hoy en día, tras la debacle de la industria en la década de 1980 y 1990, la desarticulación de los “barrios obreros” en las sucesivas crisis de los años setenta, noventa y 2008, y también la terciarización de la economía regional, la aparición de una nueva clase media por elevación de las generaciones “obreras”, la creación de nuevos barrios de inmigración en las zonas con peor parque inmobiliario, etc., estas ciudades suelen disponer de mayorías de izquierda y de alcaldes socialistas, o incluso de IU y Podemos.

De hecho, hoy, la pluralidad política está toda contenida en esta inmensa subregión metropolitana, el lugar donde realmente se disputa si el gobierno será de izquierda o de derecha. Así, cuando uno pasa el cursor por las secciones censales de los distritos y poblaciones del norte y oeste, observará no sólo que el voto a los populares suele sobrepasar el 60%, sino que el voto a las derechas sobrepasa por lo general el 80%. Las clases medias madrileñas, especialmente las viejas clases medias tradicionales, son unánimes. Lo extraño en estos barrios no es que alguien vote a Podemos, sino al PSOE más moderado. Para el acomodado votante de Pozuelo, Aravaca, Majadahonda o de los barrios de Salamanca o Chamberí, el voto no es apenas objeto de duda, pasado el efecto Ciudadanos: o PP, o Vox. La certeza apenas se acompañará con algunos chascarrillos sobre el desastroso gobierno de Sánchez, declaraciones solemnes sobre la ruptura de la unidad de España o “bromillas” sobre las ocurrencias de Ayuso.

La pluralidad, y con ella la discusión y seguramente la única inteligencia política con cierta extensión social, está en el sur y en el este madrileños. Allí no solo el paisaje político es más complejo, sino también los niveles de desafección (de forma manifiesta en forma de abstención) son mucho más amplios. En cierto modo, la pregunta de por qué no gana la izquierda en Madrid está en por qué los “suyos” –los trabajadores, los obreros y exobreros, los jóvenes apenas independizados, los migrantes nacionalizados, las familias de rentas bajas, el océano de los trabajadores precarizados de los servicios… En definitiva, los que componen tradicionalmente la clientela de la izquierda madrileña– no les votan tan masivamente como la derecha consigue de sus adeptos.

Un breve, brevísimo, análisis de los candidatos electorales nos puede ofrecer alguna pista en esta dirección. Como se puede ver todavía hoy, el PSOE es el partido más votado (a nivel nacional y también regional) entre los trabajadores cualificados y sin cualificar de la industria, la logística, la construcción y el sector servicios no profesional. Y, al menos en situación de fragmentación de las derechas, es el partido más votado en el viejo cinturón “rojo” de Madrid. Esto ha tenido hasta fecha reciente una expresión, si bien distorsionada (como ocurre en los partidos bien engrasados por su máquina burocrática), en la selección de sus candidatos. Por ejemplo, los dos grandes opositores de Aguirre entre 2000 y 2015 fueron dos perfiles similares, hijos prototípicos de las buenas familias del sur de Madrid: Rafael Simancas (2000-2007) y Tomás Gómez (2007-2015). Ambos criados por españoles emigrados –en Alemania y Países Bajos, respectivamente–, que cayeron en las poblaciones del sur de Madrid –Leganés y Parla– para estudiar en el instituto del barrio, ir a la universidad y construir un futuro algo mejor que el de sus padres. Los dos fueron estudiantes correctos y cumplidores en la carrera interna dentro del partido desde su primerísima juventud. Escalaron posiciones en la burocracia socialista, gracias a su diligencia y a su obediencia, y llegaron a dirigir la sección madrileña. Su oposición fue tan anodina e ineficaz como se pudiera esperar de estos hijos de la clase obrera convertidos en burócratas de partido. La inercia de este perfil dentro del PSOE es enorme, tanto que incluso el nuevo candidato para Madrid este 2023, Juan Lobato, recuerda en todo a Simancas y a Gómez. La única diferencia en este caso es de época: ahora el “buen chico” se ha convertido ya en funcionario de Hacienda y ha hecho su vida en un pueblo de la periferia suburbana norte de la región (Soto del Real), sueño ya realizado de incorporación completa en la clase media desde aquellos humildes orígenes.

Sobre el fondo de los anodinos políticos socialistas contrasta la figura enorme, tanto como para desencajar en cualquier marco, de Esperanza Aguirre y Gil de Biedma (también familia del poeta). Apellidos compuestos, condesa consorte y grande de España. Y como pasa con la aristocracia y la paraaristocracia madrileña, castiza hasta la médula, insolente, chabacana, orgullosa y siempre consciente de que su sitio no es de esta Tierra. Por estar tan alto, más popular que cualquiera de los populares. Y por ello insolente y desafiante contra los de su propio partido. Hacedora de un estilo que es mezcla de las corrientes atlánticas del thatcherismo-reaganismo y de las formas de hablar y de estar de aquellos que saben mandar en este país, Aguirre supo hacer de la política madrileña un engendro verdaderamente suyo. Su heredera, Isabel Díaz Ayuso, de orígenes más modestos, ha sabido reproducir su estilo e ideología, de la cual nos ocuparemos en otro artículo. Pues como dice Aguirre de Ayuso: “Es que es una crack”.

Por último, consideremos brevemente a las candidatas de la nueva política: Mónica García y Alejandra Jacinto. La primera, hija de psiquiatras, a quien la política le llega de casa (su padre era comunista), buenísima educación en colegios privados y carrera médica. La segunda, abogada, impecable trayectoria activista como profesional jurídica en el movimiento de vivienda. Y como ocurre con la inmensa mayoría de los políticos de la “nueva política” –empezando por Errejón y Pablo Iglesias, hasta llegar al último asesor de un grupo municipal–, hija entre tantas de la clase media más media, pero que llegó al mercado laboral en medio de la primera gran crisis de la clase media. Resulta difícil entender nada de la historia de este país si no se considera que el 15M, entre muchas otras cosas, fue la revuelta de los recuentos de la clase media que estaban empezando a dejar de serlo.

Pongamos ahora estos tres bloques de candidatos en el mismo belén. En el lado del PSOE, el espejo realizado del sueño obrero, la historia cumplida de una clase trabajadora disciplinada y abnegada que deja un futuro mejor a sus hijos. En el de los populares, una aristócrata antisistema capaz de hablar la “lengua del pueblo” y de estimular sus más recónditos deseos de propiedad, progreso y destrucción de cualquier cosa que suene a común. Y por último, las brillantes chicas y los magníficos chicos de la nueva izquierda, que hablan de “no dejar a nadie atrás”, de ser la “voz del pueblo” y los adalides del Estado del bienestar, pero que en estilo, formas de expresión y ambiciones apenas ocultas, siguen siendo el espejo de las clases medias profesionales.

Ante semejante representación, se puede entender que la crisis electoral de la izquierda es una “crisis de representación”, de no reconocimiento entre “sector social objetivo” y “opción política”. Lo mismo que ocurría antes del 15M (2011), pero con el agravante de que se ha inventado una “nueva izquierda” y de que esta sigue sin convencer. Por eso esta crisis no tiene solución, al menos a la vista. Durante las primeras décadas de la democracia, PSOE y PCE empeñaron buena parte de su energía (si no la mayor) en asimilar al nuevo sistema político las viejas instituciones del movimiento obrero que sobrevivieron a la desindustrialización y a la reconversión, y que fueron, de hecho, el gran motor de los cambios políticos de la Transición. De este modo, los sindicatos fueron convertidos en máquinas de administración de aquella fuerza laboral que conservó el empleo, al tiempo que las asociaciones de vecinos (extraordinariamente fuertes en el arco sur y este de Madrid hasta principios de los años ochenta) se asimilaron al modesto papel de correas de transmisión de la políticas municipales. El coste de todo ello fue brutal: lo que quedaba del movimiento obrero fue necesariamente desactivado en aquel proceso, mientras al menos dos generaciones nacidas en esos barrios fueron desahuciadas y abandonadas en medio del desempleo masivo y los charcos de vómito producidos por la administración de una heroína de pésima calidad. La prueba de la importancia del viejo movimiento obrero es que su resaca llega todavía hasta hoy (lo que no es poco), pero en términos de victoria electoral solo duró hasta mediados de los años noventa.

 

Desde entonces, la izquierda madrileña, como la izquierda en general, ha carecido de imaginación e inteligencia, pero sobre todo de base social. Si se atiende al mensaje último que desprenden los candidatos, el mismo que reconocen sus electores potenciales (en cualquier conversación, comida, etc.), lo que vemos es: de una banda, a los chicos buenos del PSOE, que nos ofrecen una imagen de pasividad y progreso que ya pocos creen; y de otra, la retórica atropellada del compromiso y la radicalidad, en la boca de “personalidades” sociales que en sus formas de estar y de mirar dicen casi lo contrario.

La conclusión de la primera parte de esta serie es, por eso, sencillísima: la izquierda ha perdido y lo seguirá haciendo porque no existe. O mejor dicho, porque existe solo como izquierda, esto es, como representación y cuerpo de representantes, sin fuerza material alguna para imponerse. De hecho, mientras la política de izquierda siga siendo una política de retórica e indignación moral, de grandes declaraciones y tuits rutilantes, de figurines y figurones, su posición electoral seguirá condenada. Al fin y al cabo, la política es un juego de poderes, y el único poder que tienen aquellos que no lo tienen está en su “asociación”. Para la izquierda que quiera serlo solo hay un programa: centros sociales, ateneos, sindicatos, cooperativas y conflicto, mucho conflicto.

Pero no nos apresuremos, todavía hay mucho más que explicar sobre por qué Madrid no es ya de izquierdas.

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